Tras presenciar cómo la República Islámica de Irán viola los derechos humanos, adopta la ley de la sharia, persigue a otras religiones, asesina a los disidentes y obliga al poder judicial a ponerse al servicio del Ministro de Inteligencia, parece claro que lo peor que puede ocurrirle a un país libre occidental es permitir que los fundamentalistas islámicos se hagan con un gobierno.
La mayoría de los 1.600 millones de musulmanes del mundo rezan en árabe, aunque no sea su lengua materna. El problema, sin embargo, no reside en la traducción, sino en la ideología.
Quince de los diecinueve secuestradores del 11-S eran árabes saudíes; dos eran de Emiratos Árabes Unidos, uno era de Egipto y otro del Líbano. Todos eran de países de lengua árabe.
Los eruditos musulmanes no se unieron para protestar por el acto terrorista del 11-S. En su lugar, muchos celebraron una victoria: el Corán incluye pasajes que permiten la violencia para expandir el islam.
La mayoría de los denominados musulmanes son amantes de la paz, pero como hay 164 versículos del Corán que prescriben la yihad, muchos musulmanes pueden sentir que sería herético o desleal condenarlo.
Los países de lengua árabe no son los únicos que apoyan el terrorismo. Según el Departamento de Estado de EEUU, la República Islámica de Irán sigue siendo el principal Estado patrocinador del terrorismo. Irán también anunció recientemente que seguirá financiando el terrorismo, incluidas las organizaciones terroristas Hezbolá ["El Partido de Alá"] y Hamás.
Irán sigue financiando la fetua de muerte dictada contra un europeo, el novelista británico Salman Rushdie, por Los versos satánicos –una novela–, dictada en 1989 el ayatolá Jomeini, muerto hace mucho tiempo. El año pasado, la recompensa por su cabeza se incrementó en otros 600.000 dólares, alcanzando casi los 4 millones de dólares.
Hasta su muerte a principios de este año, el ayatolá Vaez-Tabasi, un prominente clérigo chií en Irán, que presidió el santuario del Imán Reza, el cual atrae anualmente a tantos visitantes como La Meca, llamó a librar una "perpetua guerra santa".
Las prácticas de Mahoma chocan con los valores humanistas de la civilización occidental
Los fundamentalistas ven a Mahoma como el hombre perfecto. Sin embargo, Mahoma fue el guía de sus violentos seguidores, que violaron, esclavizaron a presos de guerra y asesinaron a los no creyentes como parte del plan de expansión del islam. Hoy, dicha conducta es emulada por los terroristas islámicos en Irak, Siria, Sudán, Pakistán, Bangladés, Mauritania y Nigeria, por citar sólo unos pocos.
Mahoma tuvo varias esposas, entre ellas una esclava que se le dio como regalo. Con los cincuenta años ya cumplidos, le pidió a un amigo la mano de su hija, de seis años, y consumó el llamado matrimonio cuando la niña tenía nueve. Aunque Mahoma criticaba las costumbres corruptas de sus contemporáneos árabes, mantuvo relaciones sexuales con una niña que era demasiado menor para tener capacidad de consentimiento; en Occidente llamamos a esto estupro. (Sahih Bukhari, volumen 5, libro 58, número 234)
Haciendo referencia a la vida de Mahoma, los fundamentalistas permiten matrimonios forzosos con menores en países como Arabia Saudí, Afganistán, algunos Estados del Golfo e Irán.
Si los líderes musulmanes fundamentalistas no entienden lo errónea que resulta esta ideología a ojos de occidente, tal incomprensión podría dar lugar a una visión fundamentalmente distinta de los derechos humanos: para Occidente, estos valores se encarnan en la Ilustración –valores como las libertades individuales, la libertad de pensamiento, la investigación desinteresada– , y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: que todos los pueblos, al margen de su raza, religión o sexo, tienen derecho a la vida, a la libertad y la seguridad personal, y a la libertad frente a la tortura, la esclavitud y el trato degradante.
Para los 57 miembros de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), sin embargo, todos los derechos humanos deben basarse en primer lugar en la ley religiosa islámica, la sharia: todo lo que esté dentro de la sharia es un derecho humano, y todo lo que esté fuera de la sharia no es un derecho humano.
Por lo tanto, la esclavitud, o el sexo con menores, o pegar a las mujeres, o llamar "adulterio" a las violaciones que no cuentan con cuatro testigos –castigado con la pena de muerte–, o que una mujer valga oficialmente la mitad que un hombre, son todo "derechos humanos".
En 2005, después de que el dibujante danés Kurt Westergaard dibujara una viñeta que satirizaba suavemente a Mahoma por encargo de un periódico, muchos clérigos musulmanes lo acusaron de blasfemia y pidieron su muerte. Entre ellos, un clérigo paquistaní que ofreció un millón de dólares de recompensa para quien asesinara al danés. Protestaron miles de musulmanes. En 2010, un asaltante musulmán, hacha en mano, atacó a Westergaard en su casa; por fortuna, Westergaard pudo escapar a una habitación segura.
Los gobiernos occidentales deberían mantenerse firmes frente a quienes nos chantajean para que renunciemos a nuestras libertades. Ningún gobierno inteligente debería debilitar el derecho a la libertad de expresión para aplacar a una gente que se presenta falsamente como víctimas, cuando a menudo son, en realidad, los agresores.
Los musulmanes reformistas y la crisis de credibilidad
La mayoría de los 1.600 millones de musulmanes del mundo no aprueben quizás la violencia y las violaciones de los derechos humanos, pero el hecho sigue siendo que los fundamentalistas no son un grupo marginal: ocupan posiciones de alto nivel en la jerarquía clerical musulmana. Hay decenas de millones (o más), y cada uno de ellos parece creer que su interpretación del islam es la única correcta. De este grupo, se calcula que cientos de miles son yihadistas dispuestos a tomar parte de la violencia activa.
Muchos musulmanes reformistas afirman que se les incluye injustamente en el mismo montón que esa cuadrilla de extremistas, pero si lo que están diciendo es que hay una división, puede que muchas veces no lo hayan expresado con demasiada claridad.
Cuando Martín Lutero, sacerdote católico y profesor de Teología, repudió dos enseñanzas fundamentales de la Iglesia Católica, reconoció que, por definición, ya no era católico. Formó parte de la Reforma protestante, y a sus seguidores se les conoce como luteranos.
Los musulmanes reformistas pueden seguir llamándose musulmanes, pero nunca podrá haber un Corán 2.0. Se considera que toda palabra del Corán es la palabra de Alá, similar a los Diez Mandamientos como la palabra directa de Dios. Nadie puede negar que Alá quiso decir realmente lo que se supone que Alá dijo. Las interpretaciones, sin embargo, sí difieren, y desde 1948 han provocado la muerte de 11 millones de musulmanes a manos de otros musulmanes.
Así que imaginemos lo que les podría deparar a los no musulmanes.
El islam, además, parece haberse estructurado para ser difundido mediante la violencia, la "yihad dura" y la "yihad blanda": En la yihad dura entran el terrorismo, el asesinato y el intento de asesinato. En la yihad blanda entran la reescritura de la historia, como ha ocurrido con la votación de la Unesco que afirma que antiguos monumentos bíblicos, como la Tumba de Raquel o la Cueva de los Patriarcas, son islámicos, cuando el islam histórico ni siquiera existió hasta el siglo VII; la migración para hacer crecer el islam (héjira), como estamos viendo ahora en Europa y con las amenazas turcas de inundar Alemania de migrantes; la penetración cultural, como la promoción del islam en los libros de texto escolares o ajustar el currículum a la "corrección política"; la infiltración política y educativa, así como la intimidación (una yihad blanda bajo la que se esconde una yihad dura).
Más lamentable es que todo esto se haga tan a menudo, como con la Unesco, con la ayuda y la complicidad de Occidente.
Tanto la yihad dura como la blanda han sido históricamente el modo con que el islam ha podido imponerse en Persia, Turquía, Grecia, el sur de España, Portugal, todo el norte de África y toda Europa oriental. Depende de nosotros que no nos lo vuelvan a hacer.