Vaya por delante mi más sincero pésame a las familias de los tres adolescentes israelíes secuestrados por terroristas palestinos en Cisjordania el pasado 12 de junio, y cuyos cuerpos sin vida ha sido encontrados hoy en las cercanías de Hebrón. Naftalí Frankel, Guilad Shaar y Eyal Yifrad han sido brutalmente asesinados por ser tres chicos judíos en una tierra donde los enemigos de Israel sólo aspiran a generar terror y donde sólo sueñan con apoderarse por la fuerza de ese Estado. Matar judíos es acabar un poquito con el Estado de Israel en su perversa mente.
Israel sabe muy bien qué es el sufrimiento. Los pogromos antijudíos empezaron hace casi cien años, mucho antes de que el moderno Israel existiera o de que los asentamientos, hoy tan discutidos, hubieran comenzado a desarrollarse. Si en Haifa o Hebrón se quiso acabar en 1921, o en 1936 y 1939, con las comunidades judías fue porque los árabes nunca han aceptado lo que la Biblia y la Historia nos enseñan: que el pueblo judío hunde sus raíces en Palestina desde tiempos inmemoriales. Miles de años antes de que Yaser Arafat se inventara en 1967 el concepto de pueblo palestino. La misma causa explica por qué los árabes no quisieron aceptar el plan de partición en dos Estados de 1947, porque uno de ellos era para el pueblo judío. La misma causa explica todas las otras guerras, las intifadas y el terror, las inmorales campañas de deslegitimación sobre el derecho a existir de Israel y las repetidas amenazas de Irán de "borrar" al Estado judío del mapa.
Desgraciadamente, estos tres nuevos asesinatos se producen en un contexto cada vez más problemático, tanto para Israel como para muchas comunidades judías en el mundo. Israel es una isla de libertad y prosperidad en medio de un mar cada vez más amenazante y turbulento. Las banderas negras del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) se ven en funerales en Gaza; la guerra de Siria desestabiliza el Líbano, Jordania e Irak; Fatah y Hamás forman un nuevo Gobierno de coalición sin que el mundo reaccione con firmeza y coherencia contra una Autoridad Palestina que se alía con el terrorismo; y el acuerdo con Irán que Obama está cocinando no garantiza que Teherán abandone sus actuales capacidades para fabricar una bomba atómica.
Al mismo tiempo, las campañas de manipulación informativa llevadas a cabo con gran éxito por los palestinos, el odio de una izquierda que no entiende el sentido religioso e identitario de Israel ni su voluntad de defenderse cuando las circunstancias lo exigen y el tradicional antisemitismo de cierta derecha carpetovetónica están alimentando una auténtica guerra legal y económica contra los intereses de Israel, en la forma de denuncias, boicots y presiones para que académicos y artistas no pisen suelo israelí. Nunca ningún país ha tenido que combatir a sus enemigos en tantos frentes simultáneamente.
El secuestro de los tres adolescentes ha pasado sin pena ni gloria fuera de Israel. Muchos dirán que otras noticias tenían más relevancia, como el colapso de Irak. Pero yo estoy convencido de que eso es sólo otra excusa. Insultar, amedrentar, atacar e incluso asesinar a judíos ha pasado a ser algo cada vez más habitual. Y rara vez se condena. Ahí están las autoridades belgas intentando negar que el ataque al museo judío de Bruselas fue un atentado terrorista antisemita, por ejemplo.
El silencio de los corderos es producto del miedo. Y en Europa se tiene miedo, y mucho, a ser visto como projudío y proisraelí. La semana pasada se expulsó a una delegación norteamericana de judíos de la Cumbre de Estados Africanos, a la que habían sido previamente invitados. Los expulsaron porque los delegados de la Liga Árabe no soportaron verles cubrir sus cabezas con la tradicional kipá. ¿Algunos de nuestros líderes, empezando por el presidente del Gobierno español, hizo el más mínimo gesto de disgusto o reprobación? No. Demasiados intereses, demasiados temores.
Pero asesinar judíos no puede pasar inadvertido ni quedar impune. Y no es algo que pueda quedar únicamente en las manos de las autoridades israelíes. Los cadáveres encontrados en Hebrón son como los previamente encontrados en Bélgica y en Francia.
Hoy hay una nueva esvástica, anidada en una irracional extrema derecha, alimentada por una izquierda descreída, pacifista y multiculturalista y aprovechada por palestinos, hermanos musulmanes, salafistas y yihadistas en Europa y en medio mundo. Incluidas muchas universidades americanas.
Por eso este brutal e injustificable asesinato de tres jóvenes cuyo error fue hacer autoestop para volver a casa no nos puede dejar indiferentes. El pueblo judío tiene todo el derecho a vivir en paz, e Israel a defenderse para poder también lograrlo. Hace 70 años el mundo consintió el horror nazi del Holocausto. Es nuestra obligación moral no permitirlo nunca más. Es más, es nuestro propio interés lo que debería llevarnos a defender a Israel frente a la barbarie.
Descansen en paz y mantengámoslos en nuestros corazones.