Una vez más, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, está reprimiendo -aunque sin éxito- las redes sociales, especialmente Twitter, el cual se vio obligado a reabrir ante la indignación pública, y las recientes elecciones municipales han vuelto a estar marcadas por la intimidación y el fraude.
El 12 de septiembre de 1980, los militares turcos reprimieron los movimientos opositores religiosos que amenazaban al Estado laico, y tomaron el control del país. Lo que destacó durante aquellos acontecimientos fue que las naciones occidentales, con estructuras políticas fuertemente contrarias a la implicación militar en la política civil, en realidad se mostraron aliviados por la intervención de las Fuerzas Armadas. A fin de cuentas, un año antes Irán, un Estado laico aliado, se había convertido en una teocracia hostil.
Con el tiempo, sin embargo, se puso de manifiesto una preocupante dinámica: el punto de vista occidental sobre los movimientos políticos religiosos islámicos cambió, mientras que el núcleo ideológico y las intenciones de dichos movimientos no lo hicieron. Este fenómeno coincidió con la consolidación por la Nueva Izquierda de su Marcha por las instituciones, relativa a su toma de control de las instituciones académicas y de la prensa.
Occidente dejó de considerar que el islam político era una ideología expansionista y posiblemente contraria, y comenzó a contribuir activamente a la consolidación del poder islámico, especialmente en Turquía. La Unión Europea declaró que, si alguna vez Turquía se unía a ella, el país tendría que abolir la influencia de los militares en la política civil. Resulta razonable que la UE no quisiera a un Estado miembro con unas Fuerzas Armadas que pudieran desmontar a voluntad una democracia. Pero no fue nada razonable por su parte pensar que la única forma de desmontar una democracia era mediante los militares, o, en el caso de Turquía, mediante los entonces laicos militares turcos. La Unión también fue ingenua al rechazar las afirmaciones de los militares de que la doctrina islamista era intrínsecamente antioccidental.
Es cierto que los modernos islamistas turcos, con el actual Gobierno de Erdogan al frente, empezaron predicando sus intenciones teocráticas de formas más discretas y de apariencia más inocente. Erdogan, por ejemplo, dijo: "Todas las escuelas se convertirán en escuelas [religiosas tipo madrasa] Imán Hatip", o "soy el imán de Estambul", pero no es que el premier sea un maestro del disfraz, precisamente. La verdad estaba ahí para todo aquel que no se dejara llevar por ilusiones.
Cuando fue alcalde de Estambul, entre 1994 y 1998, declaró que "la democracia es como un tranvía; cuando llegas a tu parada, te bajas". Lo que es menos conocido es que, en 1998, afirmó:
Nuestra guía de referencia es el islam. Nuestro único objetivo es un estado islámico. Nunca lograrán intimidarnos. Aunque los cielos y la tierra se abran, aunque la tormenta se abata sobre nosotros, o la lava de los volcanes nos cubra, nunca cambiaremos nuestro camino. Mi guía es el islam. Si no puedo vivir conforme al islam, ¿para qué vivir? Los [turcos], los kurdos, los árabes, los caucásicos no pueden distinguirse, porque estos pueblos están unidos bajo el techo del islam.
Y lo que es menos conocido todavía es que, durante esa misma etapa, explicó repetida y detalladamente por qué su ideología es intrínsecamente dictatorial.
En un vídeo, Erdogan afirmaba:
No se puede ser laico y musulmán a la vez. O eres musulmán o eres laico. Cuando las dos cosas se juntan, crean un magnetismo opuesto [se repelen mutuamente]. No es posible que existan juntos. Por tanto, no es posible que una persona que diga 'soy musulmán' añada 'y también soy laico'. ¿Por qué? Porque Alá, creador de los musulmanes, tiene el poder y el gobierno absolutos (…) ¿Cuándo [pertenece la soberanía al pueblo]? Sólo cuando acude a las urnas [cada cinco años]. Pero, tanto material como esencialmente, la soberanía pertenece siempre e incondicionalmente a Alá.
Pese a que semejantes afirmaciones puedan parecer arbitrarias e irrelevantes a los lectores occidentales, no lo son. El impulso teológico supremo de muchos islamistas es (como destacó, por ejemplo, uno de los padres fundadores del islam político moderno, Sayid Qutub) la implantación de la soberanía de Alá sobre la tierra, hakimiyyat Alá. La soberanía de Alá, un conjunto de leyes impuestas divinamente llamado sharia, no puede ser destruida por los hombres: cualquier soberanía humana es inferior a la de Alá. Eso significa que la doctrina islamista no permite que los gobernantes islamistas sean apartados democráticamente del poder. Esta idea convierte a una forma de gobierno semejante en inherentemente autocrática.
Las ideas de Erdogan no deberían sorprendernos. Fue discípulo de Necmetín Erbakan, padre fundador de lo que son, básicamente, los Hermanos Musulmanes turcos, la llamada Milli Görüs. Lo que en cambio sí resulta sorprendente, es que tantos políticos occidentales, incluidos los favorables a la UE, parezcan preferir ignorar las posibles consecuencias de semejante ideología. ¿De verdad creen que nunca podría afectarles a ellos?