Si uno recorre la lista de los viajes apostólicos del papa Francisco –Brasil, Corea, Albania, Turquía, Sri Lanka, Ecuador, Cuba, Estados Unidos, México, Kenia, Uganda y Filipinas–, observará que Europa no está precisamente entre las prioridades de su agenda.
Los dos anteriores pontífices lucharon por la cuna de la cristiandad. El papa Juan Pablo II se ocupó del comunismo derribando el Muro de Berlín y el Telón de Acero. Benedicto XVI se ocupó de la "dictadura del relativismo" (la creencia de que la verdad depende de la perspectiva con que se mire) y apostó todo en la reevangelización del continente recorriéndolo entero (visitó España tres veces), y en discursos tan excelentes como el de Regensburg, donde habló sin tapujos de la amenaza del Islam; y en el del Bundestag alemán, donde advirtió a los políticos allí reunidos contra el declive de la religiosidad y "sacrificar sus propios ideales por el poder".
El papa Francisco, en cambio, ignora simplemente Europa, como si ya la considerara perdida. Este antiguo cardenal argentino, representante del cristianismo del sur global, hizo unos espectaculares viajes a las islas de los migrantes de Lampedusa, en Italia, y Lesbos, en Grecia, pero nunca al corazón del viejo continente. El papa Francisco también ha dificultado a los anglicanos la entrada en la Iglesia Católica restando importancia al diálogo con ellos.
Pero lo más importante es que el papa, en su relevante discurso ante los líderes europeos el 6 de mayo al recibir el Premio Carlomagno, amonestó a Europa en relación con los migrantes y pidió a sus líderes que fuesen más generosos con ellos. Después introdujo algo revolucionario en el debate: "La identidad de Europa es, y siempre ha sido, una identidad multicultural", dijo. Esa idea es cuestionable.
El multiculturalismo es una política específica formulada en la década de 1970, y estuvo ausente en el vocabulario político de Schuman y Adenauer, dos de los padres fundadores de Europa. Ahora ha sido invocada por el papa, que habló de la necesidad de una nueva síntesis. ¿En qué consiste todo esto?
Hoy, el cristianismo parece marginal e irrelevante en Europa. La religión se enfrenta al reto demográfico e ideológico del islam, mientras que lo que quedó de las comunidades judías tras Auschwitz está huyendo del nuevo antisemitismo. En estas condiciones, una síntesis entre el viejo continente y el islam sería la rendición de Europa en su derecho al futuro.
El "multiculturalismo" es la mezquita que se erige en las ruinas de la iglesia. No es la síntesis que pide el papa. Es el camino a la extinción.
Pedir que Europa sea "multicultural" mientras sufre una drástica descristianización es también sumamente arriesgado. En Alemania, un nuevo informe acaba de revelar que "Alemania se ha convertido demográficamente en un país multirreligioso". En Reino Unido, una importante investigación concluyó recientemente que "Gran Bretaña ya no es un país cristiano". En Francia, el islamismo también se está imponiendo al cristianismo como religión dominante. La misma tendencia se encuentra en todas partes, desde la Escandinavia protestante a la católica Bélgica. Por eso el papa fue convencido de que Europa tenía que ser "reevangelizada". El papa Francisco ni siquiera intenta reevangelizar o reconquistar Europa. En su lugar, parece estar absolutamente convencido de que el futuro del cristianismo está en Filipinas, Brasil y África.
Probablemente por la misma razón, el papa dedica menos tiempo a denunciar la terrible suerte de los cristianos en Oriente Medio. Sandro Magister, el observador más importante del Vaticano en Italia, arrojó luz sobre los silencios del papa:
Guardó silencio sobre los cientos de colegialas nigerianas secuestradas por Boko Haram. Guardó silencio sobre la joven madre sudanesa Meriam, sentenciada a muerte por el mero hecho de ser cristiana y finalmente liberada por la intervención de otros. Sigue guardando silencio sobre la madre paquistaní Asia Bibi, que lleva cinco años en el corredor de la muerte, porque ella también es una 'infiel', y [él] ni siquiera responde a las dos cartas desgarradoras que le ha escrito este año, antes y después de la ratificación de la sentencia.
En 2006, el papa Benedicto XVI, en su discurso en Regensburg, dijo una cosa que ningún otro papa se atrevió a decir: que hay un vínculo entre la violencia y el islam. Diez años después, el papa Francisco ni siquiera llama a los responsables de esta violencia anticristiana por su nombre, y jamás menciona la palabra "islam". El papa Francisco también reconoció hace poco al "Estado de Palestina", antes de que exista siquiera, sentando un simbólico e insólito precedente. El papa también podría abandonar la larga tradición de la iglesia de "guerra justa", la que se considera moral o teológicamente justificable. El papa Francisco siempre habla de la "Europa de los pueblos", pero nunca de la "Europa de las naciones". Defiende que se acoja a los migrantes y les lava los pies, mientras que ignora que esas olas demográficas descontroladas están transformando Europa, poco a poco, en un Estado islámico.
En 2006, Benedicto XVI (izquierda) dijo lo que ningún papa se había atrevido a decir, que hay un vínculo entre la violencia y el islam. Diez años más tarde, el papa Francisco (derecha) nunca cita por su nombre a los responsables de la violencia anticristiana y nunca pronuncia la palabra 'islam'. (Imágenes: Benedicto: Flickr/Iglesia Católica de Inglaterra II Francisco: Wikimedia Commons/korea.net). |
Ese es el sentido de los viajes del papa Francisco a las islas de Lampedusa en Italia y de Lesbos en Grecia, ambas símbolos de una frontera geográfica y civilizacional. También es el sentido del discurso del papa al recibir el Premio Carlomagno.
¿Ha renunciado el jefe de la cristiandad a que Europa sea un lugar cristiano?