Gulbahar Haitiwaji, superviviente de los "campos de reeducación" de Xinjiang, reveló recientemente lo que en ellos sucede. "Está prohibido hablar uigur, rezar, hacer huelga de hambre...". Tenía que defecar en un cubo de plástico frente a los demás reclusos. Fue encadenada a la cama durante 20 días. En la imagen (Greg Baker/AFP, vía Getty Images), el "Centro de Adiestramiento en Capacidades Vocacionales de la Ciudad de Artux", un campo de reeducación cuyos reclusos son mayoritariamente miembros de minorías étnicas musulmanas, al norte de Kashgar, en Xinjiang. |
El semanario francés Le Point publicó recientemente una impactante investigación sobre cómo compra Pekín el favor de las universidades occidentales. Sirva como ejemplo el del profesor asociado italiano Fabio Massimo Parenti, del Instituto Internacional Lorenzo de Médicis (Florencia), acogido en Xinjiang, donde se estima que dos millones de uigures han sido encerrados en "campos de reeducación". Además, numerosos centros de enseñanza británicos están en el radar de la influencia y la propaganda chinas. Nigel Farage, líder del Partido de la Reforma del Reino Unido (Reform UK), tuiteó hace poco: "Milmillonarios chinos con vínculos directos con el PCC [Partido Comunista Chino] están comprado centros educativos británicos e inundando sus currículos con propaganda", y citaba los nombres de algunos de esos centros "bajo control chino":
"Abbots Bromley School
Bournemouth Collegiate
St Michael's School
Bosworth College
Bedstone College
Ipswich High School
Kingsley School
Heathfield Knoll School
Thetford Grammar
Wisbech Grammar
Riddlesworth Hall
Myddelton College
CATS Colleges".
En septiembre de 2019, en Urumqi, capital de la región uigur de Xinjiang, en el oeste de China, Christian Mestre, decano honorario de la Facultad de Derecho de la Universidad de Estrasburgo, tomó parte de un "seminario internacional sobre lucha contra el terrorismo, desradicalización y protección de los derechos humanos", organizado por la República Popular China. Las palabras de Mestre fueron transcritas por los medios estatales, la agencia Xinhua y el periódico nacionalista Global Times.
"Ojalá Francia y otros países europeos puedan adoptar las respuestas procuradas por Xinjiang", dijo mientras visitaba uno de los "centros de formación vocacional", nombre dado por Pekín a los campos de reeducación. "Esa gente no está presa, sino sometida a adiestramiento obligatorio", atestiguó. Como ellos dicen, nada que ver aquí.
Ese fue el origen de una impresionante investigación del semanario francés Le Point sobre cómo China ha comprado el favor de tantos académicos occidentales. "Son como los viajes de Aragon a la Unión Soviética, o lo de los colaboracionistas de la Alemania nazi", afirma en él Marie Bizais-Lillig, colega de Mestre. La alusión primera es a Louis Aragon, escritor francés que visitó la URSS en tiempos de Stalin y regresó convencido de la autenticidad del sistema comunista, y en consecuencia se dedicó a defenderlo.
Una superviviente de los campos de reeducación de Xinjiang reveló en fechas recientes lo que sucede en ellos. Gulbahar Haitiwaji llevaba diez años residiendo en Francia. Su marido y sus hijos tenían estatus de refugiados políticos, pero ella prefirió conservar su pasaporte chino para visitar a su anciana madre. En noviembre de 2016 compró un billete con destino China, donde enseguida fue deportada a un campo de reeducación para su pueblo, el uigur. Debido a las presiones francesas, fue liberada tras dos años de detención. A principios de este año publicó su escalofriante testimonio, "Rescapée du goulag chinois" ("Superviviente de un gulag chino").
Gulbahar ha sido el primer uigur en ser liberado y repatriado a Francia. "Xi Jinping quiere un Xinjiang sin uigures", resume.
Gulbahar fue trasladada de un centro de detención a otro. En un primer momento estuvo en un centro preventivo en el que las normas colgaban de un muro: "Prohibido hablar uigur. Prohibido rezar. Prohibido hacer huelga de hambre...". Tenía que defecar en un cubo de plástico frente a los demás internos.
En 2017 estuvo encadenada a su cama durante 20 días. Fue trasladada a uno de esos nuevos "centros de formación vocacional", nombre dado por el régimen a los gulags. El Campo Baijintan –tres edificios "tan grandes como pequeños aeropuertos" a las puertas del desierto– está rodeado por vallas coronadas con alambradas. Los prisioneros no ven la luz del día, sólo la del neón. Las cámaras registran cada uno de sus movimientos.
"Gracias a nuestro gran país. Gracias a nuestro querido presidente Xi Jinping", tienen que repetir los detenidos desde el amanecer hasta el ocaso.
Tras recibir nuevos nombres (Gulbahar se convirtió en "Número 9"), se les despoja de la ropa y el cabello. La reeducación empieza entonces a hacer presa en sus mentes. Un guardia del campo mostró un muro a un grupo de reclusos. "¿De qué color es?", preguntó. "Blanco", respondieron. "No, es negro. Soy yo quien decide de qué color es".
Entonces llegaron unas extrañas "vacunaciones". "Las mujeres dejaron de menstruar. Una vez regresé a Francia sentí realmente la existencia de la esterilización".
En los últimos 15 años se han abierto 18 Institutos Confucio en Francia, con el proclamado objetivo de promover el idioma y la cultura chinos. En 2019 Bélgica expulsó al rector del Confucio de la Universidad Libre Flamenca de Bruselas luego de que los servicios de seguridad le acusaran de espionaje.
Françoise Robin, tibetóloga del Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INLCO), califica a esos centros de "armas propagandísticas". En 2016 el INLCO invitó al Dalai Lama a una conferencia. "Recibimos cartas oficiales de la embajada china en las que se nos exhortaba a no recibirle", dice Robin.
En septiembre de 2014 la facultad de Mestre albergó una serie de actos sobre el Tíbet, con conferencias, exposiciones, danzas y conciertos organizados "a petición del Consulado General de China en Estrasburgo", según los términos contenidos en un email enviado por el decano. "En la conferencia inaugural se aseguró que el Tíbet jamás fue anexionado, [y] que la intervención china de 1950 fue solicitada por los tibetanos", rememora Nicolas Nord, profesor de Derecho.
The Economist sugirió recientemente que lo que el régimen chino está haciendo realmente en el Tíbet es erradicar el influjo del budismo sobre la mentalidad del pueblo.
Quizá sea por eso que William J. Burns, propuesto [por el presidente Biden] como nuevo jefe de la CIA, dijo que si por él fuera cerraría los Institutos Confucio de todas las universidades occidentales. También en el Reino Unido parecen preocupados; y por lo visto con razón. Según el Daily Mail, inversores chinos han puesto la mira en cientos de escuelas independientes que se han visto en dificultades financieras como consecuencia de la pandemia del virus de Wuhan. Es evidente que China busca expandir su influjo en el sistema educativo británico, como ha hecho en EEUU. Ya hay 17 centros educativos británicos en manos de compañías chinas, cifra que no hará sino aumentar. Por otro lado, The Times reveló que la Universidad de Cambridge recibió un "generoso regalo" de Tencent, uno de los gigantes tecnológicos chinos, implicado en la censura estatal.
Uno no puede más que recordar a los Cinco de Cambridge, la red británica de espionaje –conformada por Anthony Blunt, Donald Maclean, Kim Philby, Guy Burgess y John Cairncross– al servicio de la URSS y radicada precisamente en esa universidad. Kim Philby, que murió en su exilio soviétio, jamás se arrepintió de su traición al Reino Unido: "No fue sino al final de mi estancia en Cambridge que tomé la decisión definitiva de dedicar mi vida al comunismo".
En aquel entonces, muchos en Occidente podrían haber dicho que no sabían nada de cómo mataba o encarcelaba a la gente el régimen soviético. Hoy sabemos mucho de la crueldad china, empezando por el asesinato de masas que el Partido Comunista de China ha infligido al mundo por medio del virus de Wuhan, primero diciendo falsamente que el virus no se transmitía de persona a persona y luego interrumpiendo los vuelos domésticos desde Wuhan pero permitiendo que los internacionales continuaran. Como consecuencia de ello, todo el planeta ha resultado infectado, lo que ha resultado en el asesinato de más de 2,5 millones de personas.
También sabemos del número de personas encerradas en el laogai, las "prisiones administrativas" chinas (se estima que 50 millones). Del número de niñas a las que el régimen impidió nacer con su política de un solo hijo (se estima que 30 millones). Del número de gente asesinada en la Plaza de Tiananmen la última vez que el régimen fue abiertamente desafiado por sus ciudadanos (se estima que 10.000).
"Los lugares habitados por minorías étnicas, como Xinjiang y el Tíbet, se han mantenido como rutilantes ejemplos del progreso de China en materia de derechos humanos", dijo el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, horas antes de dirigirse a la conferencia anual del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Puede que ni a la URSS se le hubiera ocurrido algo así.