Mientras el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, y sus secuaces se dedicaban a lanzar advertencias al presidente Trump contra el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, en las últimas semanas surgieron informaciones relativas a las terribles condiciones y las brutales violaciones contra los derechos humanos en una prisión palestina de la Margen Occidental.
Sin embargo, esas informaciones –y los maltratos– quedaron sepultados por la retórica dirigida contra la Administración Trump. Cualquier cosa que dijeran Abás y los altos mandos de la AP respecto al posible traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén llegaba a los titulares de los principales periódicos y televisiones de todo el mundo. En un determinado momento, dio realmente la impresión de que los principales medios occidentales estaban interesados en resaltar e inflar esas declaraciones para tratar de presionar a Trump y que abandonara la idea de trasladar la embajada a Jerusalén. Los periodistas occidentales se apresuraron a ofrecer un púlpito a cualquier funcionario palestino que quisiera amenazar a la Administración Trump.
Entre las amenazas había advertencias de que el traslado de la embajada a Jerusalén "destruiría el proceso de paz", "pondría en peligro la seguridad regional e internacional" y "sumiría toda la región en la anarquía y la violencia". Algunos funcionarios palestinos llegaron incluso a afirmar que sería considerado "un ataque contra todos los palestinos, los árabes y los musulmanes". También amenazaron con "anular" cualquier reconocimiento palestino del derecho de Israel a existir.
Lamentablemente, mientras dirigentes palestinos de todo el espectro político unían fuerzas para generar titulares sensacionalistas en los grandes medios de todo el mundo, las informaciones sobre las torturas sufridas por detenidos palestinos en una cárcel de la AP no lograron captar el interés de los muy numerosos periodistas que cubren el conflicto israelo-palestino.
Las torturas en cárceles y centros de detención controlados por la AP no son ninguna novedad.
En los últimos años, los palestinos se han acostumbrado a oír historias de terror sobre lo que ocurre intramuros de estos complejos. Sin embargo, como no son israelíes los que están cometiendo los desmanes, son informaciones que aburren a los periodistas.
Un palestino que cargue contra Israel tiene garantizada la atención solidaria de numerosos periodistas. En cambio, cuando un palestino se queja de haber sufrido torturas a manos de interrogadores o agentes de seguridad palestinos, se considera más de lo mismo. O aún peor, se piensa: "Ah, estos árabes: ¿qué se puede esperar de ellos?".
Irónicamente, son los medios de Hamás y la Autoridad Palestina los que publican esas noticias. Cada parte suele informar sobre las violaciones de los derechos humanos y las torturas en las prisiones y centros de detención de la otra, como parte de la mutua campaña de desprestigio que vienen librando en la última década. Los medios adscritos a Hamás rebosan de informaciones que documentan casos de tortura en los centros de detención de la AP en la Margen Occidental. De manera similar, los medios de la AP siempre están encantados de escuchar a cualquier palestino dispuesto a relatar su suplicio en una cárcel de Hamás en la Franja de Gaza.
Total, que Hamás y AP, según los testimonios e informaciones disponibles, practican la tortura en sus cárceles. Ni a los unos ni a los otros les importan un higo los derechos de los detenidos y de los presos, y ambas partes hacen escarnio de los derechos humanos reconocidos internacionalmente. Es habitual que a las organizaciones pro derechos humanos, a los abogados y a los familiares se les niegue el acceso a los presos y a los detenidos en manos de Hamás o la AP, así que no pueden obtener ninguna información de primera mano. ¡Se trata de personas que están sufriendo torturas en la cárcel!
Todo tiene perfecto sentido, por supuesto: Hamás es un movimiento islamista extremista que no se considera obligado a acatar ninguna ley o tratado internacional relativo a los derechos humanos. De hecho, el concepto de derechos humanos no existe en la Gaza de Hamás, donde las libertades públicas, incluidas la de expresión y la de prensa, brillan por su ausencia.
¿Cómo explica la AP –financiada por Occidente–, que lleva mucho tiempo intentando ingresar en organismos internacionales como Naciones Unidas, esta barbaridad sistémica? Durante años, la AP ha estado actuando como un "Estado independiente" reconocido por más de cien países. Como tal, los regímenes extranjeros -y sobre todo los contribuyentes americanos y europeos- tienen el derecho, o más bien la obligación, de pedir explicaciones a la AP por esas violaciones de los derechos humanos y por exigir transparencia y rendición de cuentas. Este derecho se deriva de que la AP está pidiendo formar parte de la comunidad internacional con el reconocimiento de Estado palestino. A menos, claro está, que la comunidad internacional esté dispuesta a acoger a otro Estado árabe que pisotee los derechos humanos y practique la tortura en sus cárceles.
La prueba más reciente de torturas en la Margen Occidental la reveló una web adscrita a Hamás. La información arrojó luz sobre algunos de los métodos empleados por los interrogadores de la AP y ofrecía una imagen sobre las condiciones que padecen los detenidos. La información se refiere en concreto a la tristemente conocida prisión central de Jericó, controlada por varias divisiones de seguridad de la AP.
El reportaje, titulado "Prisión de Jericó: ¿fortín de la tortura?", describe unas condiciones similares a las de esos telefilmes sensacionalistas que buscan llamar la atención de los espectadores. Citan a un palestino, recientemente excarcelado de allí, que cuenta que a todos los que llegan al complejo les vendan los ojos y les atan las manos a la espalda, y después diez agentes de seguridad les dan una tremenda paliza. Una de las formas más habituales de tortura, explicó, es el shabah, en el que al preso lo esposan y lo cuelgan del techo durante horas. En ese tiempo, lo golpean por todo el cuerpo. Si intenta moverse o cambiar de postura, los golpes son más fuertes. A veces el shabah tiene lugar en los baños de la cárcel.
Otra infame forma de tortura en la prisión central de Jericó es la falaka, donde se azota a las víctimas en los pies. Otro antiguo preso, identificado simplemente como Abú Majd, fue sometido a la falaka con una manguera de plástico durante varias horas. A veces, uno de los interrogadores le daba bofetadas mientras le azotaban los pies desnudos. Abu Majd dijo que había sido sometido a otra forma muy conocida de tortura, por la que se le obligaba a trepar por una escalera inexistente sobre una pared. Como no hay escalera y el detenido no puede treparla, se le castiga con más golpes.
Otros ex presos han hablado de privación del sueño, confinamientos solitarios y encierros en armarios estrechos con el aire acondicionado a toda potencia como prácticas de tortura en la misma prisión. Esto se suma al maltrato verbal, por supuesto, y a obligar a los detenidos a dormir en el suelo sin colchones ni mantas.
En 2013 se supo que, en apenas cinco días, dos detenidos habían muerto por torturas en la prisión central de Jericó. Fueron identificados como Arafat Jaradat y Aymán Samarah.
A principios de este año, el padre de Ahmed Salhab, detenido hace poco por las fuerzas de seguridad de la AP y llevado a la cárcel de Jericó, se quejó de que la salud de su hijo se había deteriorado gravemente a causa de las torturas. El señor dijo que su hijo sufría agudos dolores después de que sus interrogadores le hubiesen golpeado en la cabeza.
Se han reportado huelgas de hambre entre los presos palestinos en protesta por su encarcelamiento y tortura. Desgraciadamente para ellos, no están en huelga de hambre en una cárcel israelí, donde dichos actos atraen de inmediato el interés de los grandes medios.
Una organización pro derechos humanos con sede en Londres reportó 3.175 casos de violaciones de derechos humanos, incluyendo detenciones arbitrarias, a manos de las fuerzas de seguridad de la AP en la Margen Occidental durante 2016. Según su informe, entre los cientos de detenidos había estudiantes universitarios y conferenciantes, así como profesores.
Ese mismo año, las fuerzas de seguridad de la AP detuvieron a 27 periodistas palestinos, revelaba el informe.
Los responsables políticos y de seguridad de la AP rechazan estas informaciones diciendo que son "propaganda" orquestada por Hamás. Pero no hace falta esperar a que Hamás cuente al mundo las torturas y violaciones de derechos humanos cometidas por los agentes de seguridad de la AP. Entre los miles de palestinos que han estado recluidos en las cárceles y centros de detención de la AP en las últimas dos décadas, hay muchos dispuestos a contar su historia. Pero ¿quién está dispuesto a escucharles?
Desde luego, no los Gobiernos, las organizaciones pro derechos humanos y los periodistas de Occidente. La mayoría anda tras los desmanes de Israel. Pero esa política contribuye a y fomenta el surgimiento de otra dictadura árabe en Oriente Medio. Por ahora, los habitantes de Jericó seguirán oyendo los gritos de los detenidos torturados en su ciudad. El resto del mundo se tapará los ojos y los oídos y seguirá fingiendo que todo es de color de rosa en los dominios de Abás.