Muchos de los que se oponen a la decisión del presidente Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel apuntan a la llamada a la violencia por parte de Hamás y a la violencia que de hecho se está registrando en la Margen Occidental como prueba de que Trump se ha equivocado. Pero la violencia jamás debería influir en las decisiones que adopten los Estados Unidos. Los líderes de Hamás y de otros grupos palestinos recurren deliberadamente a la violencia para perseguir sus fines. Si quienes han de tomar decisiones permiten que esta táctica les disuada de hacer lo correcto, no harán sino incentivar que los detractores de una resolución pacífica del conflicto amenacen con y hagan uso de la violencia siempre que no obtengan lo que quieren. A la violencia habría que responder con medidas policiales y militares, no asumiendo demandas no razonables de quienes la utilizan como táctica.
Manifestantes violentos protestan en las inmediaciones de Ramala. Los políticos no deberían someterse a esta táctica extorsiva. (Foto: Wikimedia Commons) |
La violencia palestina raras veces es espontánea. Normalmente está bien organizada por líderes que deciden cuándo ha de utilizarse y cuándo no. La razón de que se emplee la violencia –ya sea el lanzamiento de piedras o formas más letales de terrorismo– es porque funciona. Y funciona porque quienes elaboran las políticas a menudo toman o se abstienen de tomar ciertas decisiones por temor a reacciones violentas. Los líderes palestinos, sobre todo Yaser Arafat, han venido recurriendo al terrorismo como forma de obtener concesiones del resto del mundo. Numerosos países se someten a la violenta extorsión, lo que hace que ésta prosiga y se difunda. Si dejáramos de recompensar la violencia, probablemente se reduciría.
Los líderes palestinos llamaron a una violenta intifada cuando rechazaron la generosa oferta del presidente Bill Clinton y el primer ministro Ehud Barak en 2000-2001. El resultado fueron 4.000 muertos. De nuevo llamaron a la violencia cuando Israel abrió un acceso desde el túnel del Muro Occidental hasta el área del zoco, pese a que incrementó notablemente las ganancias de los tenderos y hosteleros palestinos de la zona. Y cuando Israel colocó cámaras de seguridad en el Monte del Templo para proteger a los musulmanes que acuden a las mezquitas, la respuesta no fue una llamada a la negociación o un recurso ante la Corte Suprema israelí sino la violencia.
Ahora imagine qué ocurrirá si se abren negociaciones de paz y las partes llegan a un compromiso. Las cesiones israelíes podrían combatirse con recursos, contraataques políticos y posiblemente con resistencia por parte parte de algunos de los colonos que hubieran de ser desalojados. Eso fue lo que sucedió cuando el primer ministro Ariel Sharón ordenó la evacuación de todos los asentamientos judíos de la Franja de Gaza.
Los compromisos palestinos, en cambio, se forjan con violencia, terrorismo, asesinatos. Es desde hace tiempo el modus operandi de sus líderes y disidentes.
Hay que mandar un mensaje claro a esos líderes y disidentes: la violencia no será recompensada o tolerada. Será respondida no con cambios políticos sino con medidas policiales y militares. Como dijo el difunto Isaac Rabín cuando era primer ministro: "Seguiremos con el proceso de paz como si no hubiera violencia, y responderemos al terrorismo como si no hubiera proceso de paz".
Así pues, dejemos que el proceso avance hacia una solución de dos Estados, con independencia de la violencia que tácticamente desplieguen los enemigos de la paz. No nos dejemos engañar por quienes dicen que la solución de los dos Estados está muerta o que ha llegado el momento de adoptar una solución de un solo Estado. Bajo cualquier resolución, Jerusalén sería reconocida como la capital de Israel, y sus lugares más sagrados seguirán bajo control israelí. No permitamos que la decisión del presidente Trump de cumplir su promesa de reconocer Jerusalén como capital de Israel se convierta en la última excusa de los líderes árabes para negarse a sentarse, negociar y hacer las penosas concesiones necesarias para una completa resolución de los asuntos más destacados. La decisión del presidente Trump simplemente restaura el equilibrio roto con la decisión del presidente Obama de pergeñar una resolución tendenciosa del Consejo de Seguridad de la ONU que alteraba el statu quo.
Ha llegado la hora de poner fin al uso de la violencia como herramienta diplomática y de que ambas partes se sienten a la mesa y lleguen a un acuerdo por medio de negociaciones honestas.