El legado de las dos últimas presidencias demócratas -las de Barack Obama y Joe Biden- será que, mientras intentaban aplacar las ambiciones iraníes de dominar Oriente Próximo, permitieron a Irán aumentar su influencia mediante la adquisición de un arsenal nuclear.
Obama ha sido el Chamberlain del siglo XXI, en cuanto al intento de apaciguar a un régimen malvado y peligroso. En 1938, el primer ministro británico Neville Chamberlain pensó que había obtenido un sólido tratado de paz con Adolf Hitler -"Paz en nuestro tiempo", prometió a los británicos- sólo para que el dictador nazi lo rompiera a la primera oportunidad invadiendo Checoslovaquia.
A mediados de la década de 1930, los líderes de Occidente deberían haber comprendido que la Alemania nazi quería dominar Europa. Como Joseph Goebbels escribió en su diario:
"En 1933 un primer ministro francés debería haber dicho (y si yo hubiera sido el primer ministro francés lo habría dicho): 'El nuevo canciller del Reich es el hombre que escribió el Mein Kampf, que dice esto y aquello. Este hombre no puede ser tolerado en nuestra vecindad. O desaparece o atacamos'. Pero no lo hicieron. Nos dejaron en paz y nos permitieron deslizarnos por la zona de peligro, donde pudimos navegar alrededor de todos los arrecifes peligrosos. Y cuando terminamos y estábamos mejor armados, mejor incluso que ellos, ¡entonces empezaron la guerra!".
Al igual que Chamberlain, Obama, Biden y Harris parecen creer que la "paz en nuestro tiempo" puede lograrse aplacando a Irán y fortaleciendo su economía. El resultado ha sido un desastre totalmente predecible: el alivio de las sanciones y el enorme aumento de los ingresos petroleros de Irán le permitieron ampliar su guerra contra Israel y Estados Unidos mediante peones en Líbano, Gaza, Irak, Yemen y, posiblemente, Sudán.
La Administración Biden ha extendido la política destructiva de Obama, dando lugar a un Irán aún más poderoso y peligroso. Bajo la Administración Trump, Teherán se debilitó considerablemente desde el punto de vista económico y, por tanto, militar. Ahora está a punto de adquirir un arsenal nuclear, lo que permitirá a sus peones operar bajo la protección del paraguas nuclear iraní.
Estos acontecimientos suponen la mayor amenaza actual para la paz y la estabilidad, especialmente en Oriente Próximo, pero quizás más allá. Los historiadores del mañana entenderán que Irán es la versión moderna de la Alemania nazi y su intento -exitoso durante un tiempo- de controlar toda la Europa continental. Esta comparación no busca implicar que el régimen de los ayatolás vaya a convertirse alguna vez en lo que llegó a ser la genocida nación de Hitler, pero sí remarcar las peligrosas aspiraciones regionales de Irán, basadas en doctrinas religiosas apocalípticas.
Sólo hay una forma de acabar por completo con esta amenaza: un cambio de régimen. El pueblo de Irán lleva anhelándolo desde al menos 2009. Los impopulares mulás no representan a la mayoría más laica, occidentalizada e incluso proestadounidense de la población del país.
Una mudanza de régimen es siempre arriesgada, porque es imposible predecir qué sustituirá al mal presente. El fin de la monarquía iraní en 1979, con la abdicación del sha Mohammad Reza Pahlavi, fue visto por muchos como un progreso, sólo para volverse en su contra con su sustitución por los mulás y su República Islámica. La amenaza de Irak bajo el depuesto presidente Sadam Husein ha sido sustituida en gran medida por un Irán más aventurero. Resultados similares se han producido tras otras permutas de régimen.
Incluso si se emprende antes de que el país logre desarrollar un arsenal nuclear, avance que haría imposible un cambio impulsado desde el exterior, un cambio de régimen no sería fácil ni estaría exento de costes.
Aparte de la modificación de la cúpula, Biden podría colaborar con Israel para impedir el desarrollo de un arsenal nuclear iraní. Lamentablemente, no puede lograrse con más tratados o negociaciones. Como demuestra la historia reciente, Irán simplemente hará trampa: así lo hizo tras el "acuerdo nuclear" de Obama de 2015. La única manera de impedir que obtenga armas nucleares es mediante un ataque militar contra sus instalaciones nucleares, muchas de las cuales se encuentran a gran profundidad bajo tierra. Es posible mediante la cooperación militar y de inteligencia entre Estados Unidos e Israel.
Cuidado con la trampa: Irán podría aceptar poner fin a su programa nuclear si realmente creyera que la alternativa sería un ataque militar. Es muy probable, desgraciadamente, que sólo se comprometa de la boca para afuera, quitándose de encima a la Administración Biden-Harris mientras desarrolla sus armas nucleares subrepticiamente.
Israel no debe renunciar a ninguna ventaja militar a cambio de promesas intangibles. Basta con ver cómo Rusia violó su compromiso, en el memorándum de Budapest de 1994, de respetar la integridad territorial de Ucrania a cambio de que renunciara a sus armas nucleares. Kiev descartó sus armas; en 2014 y 2022, Rusia la invadió.
Aunque Estados Unidos se haya comprometido públicamente, incluso con Obama, a impedir que Irán fabrique armamento nuclear, no hay razón para que desde Teherán se lo crean teniendo en cuenta las fallidas tácticas de apaciguamiento de las Administraciones demócratas.
Así que la única alternativa realista -la menos mala entre una serie de no muy buenas- es un ataque militar conjunto, lo más quirúrgico posible, contra el programa de armas nucleares iraní, que está a punto de completarse. Permitir que Irán cruce el umbral y adquiera semejante armamento supondría una amenaza catastrófica para la paz mundial. Impedirlo, por el contrario, sería un logro admirable y un legado duradero para Biden.
A la luz de los recientes ataques del país oriental con misiles balísticos y aviones no tripulados contra Israel, y de su historial de ataques contra estadounidenses (que se extiende desde 1983 hasta los últimos tiempos), tanto Washington como Jerusalén tienen una justificación legal, política y moral para tratar de impedir que obtenga capacidad nuclear. La única cuestión es si el primero tiene la determinación necesaria. De momento, la Administración Biden-Harris no parece dispuesta ni siquiera a permitir que Israel vaya por libre.
El resultado de la inacción será un régimen terrorista provisto de un arsenal nuclear, seguido de una carrera armamentística nuclear en todo el globo. La culpa de tan peligroso resultado recaerá directamente en los demócratas "chambelanes".