La decisión del Gobierno israelí de hacer concesiones significativas a los secuestradores de Hamás no debería llamarse, bajo ninguna circunstancia, "acuerdo". Fue una extorsión. Si alguien secuestrara a su hija y usted accediera a pagar un rescate, ¿diría que llegó a un "acuerdo"? Por supuesto que no. Los secuestros fueron un crimen. Y las demandas extorsivas fueron un delito adicional.
Así que la descripción correcta de lo que ocurrió es que Israel, presionado por Estados Unidos, capituló ante las exigencias ilegales y extorsivas de Hamás como única forma de salvar vidas de bebés, madres y otros rehenes inocentes, en su mayoría civiles.
No fue el resultado de una negociación entre iguales. Si un ladrón armado le pone una pistola en la cabeza y le dice: "Tu dinero o tu vida", su decisión de darle su efectivo no podría describirse como un pacto. Tampoco debería considerarse un trato la extorsión ante la que cedió Israel. Dejemos de usar esos términos.
Cuando un grupo terrorista negocia con una democracia, siempre tiene las de ganar. Los terroristas no están limitados por la moral, la ley o la verdad. Pueden asesinar a voluntad, violar a voluntad, torturar a voluntad y amenazar con crímenes aún peores. Las democracias, en cambio, deben cumplir las normas del derecho y escuchar las súplicas de las familias de las víctimas.
El resultado alcanzado esta semana fue negativo para la seguridad de Israel, pero positivo para los rehenes que siguen vivos y sus familias. El corazón gobernó al cerebro, como suele ocurrir en las democracias morales, que valoran el salvataje inmediato de personas conocidas por sobre la muerte de futuras e hipotéticas personas de identidad desconocida.
Si todas las naciones democráticas se negaran a negociar con quienes buscan sembrar el terror, podrían desalentar el terrorismo. Pero todas se someten a las exigencias de los secuestradores, por lo que los personajes más funestos han convertido la toma de rehenes y el terrorismo en tácticas predilectas. Y el resto nos hemos convertido en cómplices.
Especialmente cómplices, con sangre en las manos, son los partidarios de Hamás en los campus universitarios que claman por la intifada y la revolución. También son cómplices las organizaciones internacionales, como la Corte Penal Internacional, que tratan al Estado judío y a los terroristas palestinos como iguales. Estos partidarios del terrorismo animaron a resistir a la organización yihadista, bajo la creencia de que su apoyo presionaría a Jerusalén a hacer concesiones.
Los estudiantes del terror -universitarios que animan a Hamás a continuar con sus métodos asesinos- deben rendir cuentas por su complicidad con el mal. Aunque gocen de los mismos derechos garantizados en la Primera Enmienda que sus conciudadanos judíos, deben ser tratados con el mismo desprecio que los nazis, el KKK y los partidarios racistas de la violencia. La Primera Enmienda no les da derecho a ser contratados por empleadores decentes.
La enmienda otorga a los empleadores la potestad de negarse a colaborar con partidarios del nazismo, el terrorismo u otras causas malvadas. La ley estadounidense penaliza el dar apoyo material a grupos designados como terroristas, entre los que se incluyen Hamás y Hezbolá.
La moral, a diferencia de la ley, debería rechazar cualquier tipo de apoyo -material, político, económico o demostrativo- a cualquier organización como Hamás. Sin embargo, desde el Partido Demócrata, tanto la excandidata a la presidencia como su compañero de fórmula instaron a sus seguidores a escuchar a aquellos manifestantes. No dirían, nunca, nada semejante sobre protestas en favor del linchamiento de negros o la violación de mujeres. Pero Hamás lincha a judíos y viola a mujeres judías. No existe diferencia moral alguna.
Acojamos con satisfacción la noticia de que 33 de los 98 rehenes podrían ser liberados, algunos de ellos con vida, sin olvidar que las exigencias de Hamás bien pueden poner en peligro la seguridad de Israel en el futuro, costando más vidas inocentes.
Y echemos la culpa de TODAS las muertes en Gaza a quien corresponde: a Hamás y a los idiotas útiles, fanáticos inservibles, que apoyan a los terroristas asesinos.