"Limpio", como "inteligente", se ha convertido en un requisito para toda tecnología. Tanto lo uno como lo otro son mitos.
La tecnología inteligente es una tecnología de vigilancia. No es más inteligente por sus cualidades intrínsecas, sino porque envía y recibe datos que le permiten ser más inteligente a la hora de manipular a los usuarios. La parte inteligente la ponen los seres humanos. También la parte estúpida, como cuando a cambio la gente sacrifica su privacidad e independencia.
La energía limpia es un mito aun mayor. La Ley sobre el Aumento de la Inflación (Inflation Increase Act) canaliza miles de millones de dólares a formas ineficientes de generación de energía que el Estado viene subvencionando desde hace más de 50 años porque alguna agencia publicitaria de Madison Avenue las calificó de "limpias".
La energía es inherentemente limpia y sucia. Para poder aprovechar las fuerzas del universo se necesita extraer metales, talar árboles y convertir los combustibles fósiles en plásticos con los que ensamblar máquinas. Una vez esas máquinas están en funcionamiento desprenden calor, porque, limpias o sucias, así funciona la segunda ley de la termodinámica. Ni siquiera Al Gore puede eludir la entropía, y ni el panel solar más reluciente, los aerogeneradores más elegantes o el Tesla más sigiloso evitarán el desperdicio energético cuando la energía se transfiera, almacene o utilice para hacer una cosa u otra.
La única energía realmente eficiente proviene de criaturas bioluminiscentes como las luciérnagas. No las hemos creado y, a pesar de todos los alardes de los tecnócratas, no podemos replicarlas.
La energía limpia depende de enormes minas de tierras raras gestionadas por la China comunista, que envenenan todo lo que les rodea. Los aerogeneradores requieren enormes cantidades de madera que deforestan el Amazonas. Ni las turbinas ni los paneles solares se reciclan cuando se tornan inservibles: acaban en vertederos y se convierten en residuos tóxicos. Respirar la fibra de vidrio de aerogeneradores inutilizados o beber agua contaminada con metales pesados procedente de los paneles solares es un grave peligro para la salud.
Gran parte de la basura limpia que llamamos "reciclaje" también acaba en los vertederos. La diferencia entre la basura sucia y la limpia es que enviamos parte de la segunda a China o a países del Tercer Mundo, donde la reciclan en condiciones muy primarias y luego nos la devuelven. Eso, hasta que China tomó medidas contra la toxicidad de la industria del reciclaje y empezó a rechazar gran parte de nuestra basura limpia, que ahora va a parar a vertederos igualmente limpios.
No había nada de ecológico en mandar al otro lado del mundo cajas de pizza o botellas de cola. Un artículo describía una ciudad china en la que se reciclaba plástico como una "zona inerte" sin "nada verde", en la que se trituran "capas de cajas de plástico corrugado, viejos barriles de plástico y gigantescos charcos resecos de plástico", "se vierten en tinas metálicas llenas de líquido limpiador cáustico" y luego el "exceso de basura y líquido limpiador" se "arroja a un pozo de residuos de las afueras".
Esa es la sucia realidad que se esconde detrás del triángulo del reciclaje y de los anuncios llenos de productos desechables de dibujos animados deseosos de ser reciclados en nuevos productos para niños más que dispuestos.
La parte limpia de la energía limpia o de la basura no está en su elaboración, sino en nuestra percepción.
Un panel solar parece estéticamente más limpio que una mina de carbón. Un coche eléctrico emite un zumbido artificial de nave espacial mientras se desliza por la calle. Una turbina eólica titila en blanco. Estas impresiones superficiales tan triviales que confunden la arquitectura con el proceso mantienen una estafa de un billón [trillion] de dólares.
Las energías solar y eólica se presentan como más naturales que cualquier otra porque la asociación con el sol y el viento las aísla de alguna manera de las sucias realidades de la termodinámica. La imagen de los paneles solares y las turbinas eólicas inculca el mito de que son interfaces limpias para recibir ese mágico regalo del cielo.
El neorromanticismo de los años 60 rechazó la revolución industrial. Cuando los jóvenes de las flores se convirtieron en burgueses de zonas residenciales acomodadas, con trabajos en agencias de publicidad y organizaciones sin ánimo de lucro, quisieron una tecnología que les diera la ilusión de la coherencia filosófica. En lugar de atenerse a sus principios, reconfiguraron la revolución industrial para hacerla mucho más onerosa, ineficiente e inaccesible para la sucia clase trabajadora. La nueva tecnología, al igual que sus vidas suburbanas, sería moral y estéticamente limpia. Como la basura reciclada en China y devuelta en una reluciente botella de agua del grifo purificada, haría que lo sucio volviera a estar limpio.
Los idealistas creen que la vida es blanca o negra, sucia o limpia, y que ambas cosas pueden separarse absolutamente. El universo no se divide en categorías tan nítidas. Sin embargo, la izquierda lleva dos siglos desbaratando la sociedad en busca de una utopía limpia. La suciedad, los mineros del carbón, las fábricas y quienes trabajan para ganarse la vida apestan a opresión. Cuando la guerra de clases dio paso al neorromanticismo verde, la clase obrera fue abandonada por un futuro limpio postindustrial informatizado. Los trabajos sucios se subcontrataron a China, mientras la clase trabajadora se quedó con el Rust Belt y la metanfetamina. Estados Unidos sería una nación limpia en la que todo el mundo se sentara alrededor de un portátil Apple antes de montarse en un coche eléctrico para ir de excursión. Sin fumar, claro.
Pero ¿qué es la limpieza? La vieja izquierda deploraba que se confundiera la limpieza física con la moral, pero la nueva cae de todos modos en ese mismo error. La nueva clase dirigente les dice a los mineros del carbón que aprendan código, o a instalar paneles solares. Al igual que las antiguas élites, su verdadera objeción es que son sucias. Los disparatados principios del ecologismo son fetiches estéticos para las clases altas. Dan cuenta de una sensibilidad cultural, no científica. Su vocabulario apesta a evasión de las realidades de la vida, tecnología inteligente, energía limpia e información almacenada en la nube.
La tecnología no es mágica. La única inteligencia es la humana, la única energía es sucia y la nube es un montón de servidores propiedad de una corporación global que son alimentados por centrales de carbón donde el ruido constante es tan fuerte que los trabajadores pueden sufrir daños auditivos.
El mito de la limpieza se alimenta de una huida de la realidad. Ese escapismo tiene un alto precio, no sólo en miles de millones desperdiciados y vidas arruinadas por los artilugios ecologistas, sino en la sangrienta historia de la izquierda, que es una larga huida de la realidad hacia la tiranía de los reyes filósofos.
La energía y la basura de la izquierda no son más limpias que su ideología y su historia. Y son los que están más sucios por dentro los que sienten la mayor necesidad patológica de estar limpios por fuera.