La página de cartas del diario británico The Guardian suele estar ocupada por misivas firmadas de forma conjunta por gente biempensante que espera que, con ello, obtendrá un pequeño extra de publicidad y, al mismo tiempo, mostrará su lealtad a todas las virtudes modernas. El orden jerárquico puede resultar complicado. Normalmente los periódicos seleccionan los nombres destacados, los ponen al pie de la carta y añaden "y otros 57", o algo por el estilo. Así que si uno lleva uno de esos nombres que el Guardian considera familiares, aparece impreso. Pero si se es una de las celebridades de tercera que sirven de relleno, la gente tendrá que imaginarse si va incluida en "los otros".
La misiva que ha aparecido esta semana en The Guardian se sale de lo corriente, porque casi ninguno de los firmantes era conocido. La carta presentaba las exigencias de un grupo de "artistas, productores y ciudadanos preocupados" que se sienten "decepcionados y tristes al ver que en el Curzon, el Odeon, el Bafta y otros cines se celebra el Festival Londinense de Cine y Televisión Israelíes". Hay que tener un ego muy especial para creer que lo que a ellos les entristece deba ser objeto de una declaración pública; sin embargo, los tristes firmantes advertían:
Esto sucede en un momento en el que el movimiento global de Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel está obteniendo un impulso sin precedentes, y el Gobierno israelí se siente cada vez más aislado por su sistemática violación de los derechos humanos de los palestinos, de las convenciones de Ginebra y de la legislación internacional.
La queja contra los cines londinenses por albergar el certamen se debe, según afirman los firmantes, a que
el Estado israelí promociona y financia este festival. Al acogerlo, los cines mencionados están ignorando el llamamiento que realizó en 2004 la sociedad civil palestina para que se sancionara a Israel hasta que se someta a la legislación internacional y ponga fin al desplazamiento ilegal de palestinos, a la discriminación a la que son sometidos y a la ocupación de sus tierras.
Como podrán ustedes suponer, los firmantes asumen el derecho a decidir lo que debe o no ser proyectado, y dónde, porque dicen que están en el negocio del cine.
La carta prosigue con la afirmación de que
el festival se celebra tras las matanzas y la destrucción indiscriminadas cometidas en 2014 por las fuerzas armadas israelíes en la Franja de Gaza, y tras la reelección de un primer ministro israelí que niega a los palestinos la igualdad de derechos y la autodeterminación.
Naturalmente, hasta la última palabra de eso es mentira. ¿Los firmantes tienen la más remota idea de cómo es realmente la "destrucción indiscriminada", frente al que ha sido el uso más preciso y exacto de la tecnología militar de cualquier conflicto de la historia?
En cualquier caso, su interminable carta prosigue afirmando que la proyección de películas israelíes en estas circunstancias convierte a los cines en "cómplices mudos" de la violencia. Uno pensaría que, en una profesión tan obsesionada por glorificar la violencia, los firmantes tendrían más cuidado a la hora de lanzar semejantes acusaciones. Pero resulta que casi ninguno de ellos parece tener mucho que ver con el cine. De los más de cuarenta firmantes, sólo Ken Loach y Mike Leigh pueden alegar que destacan en su campo. Puede que alguien recuerde a Miriam Margolyes, otra de los firmantes, por un pequeño papel en una de las películas de Harry Potter, pero últimamente es más conocida por firmar cartas conjuntas contra Israel "como judía". Entre los otros firmantes hay quien señala como profesión "activista", "intérprete de teatro", "maestro" o "profesor universitario en Bournemouth".
Sus opiniones sobre la estrategia antiterrorista israelí pueden ser las de un grupo formado por profesores, desempleados y dos cineastas de extrema izquierda, pero como se manifiestan contra Israel, la carta, naturalmente, ha tenido repercusión. Tanto, que ha merecido ir acompañada de una noticia en la edición impresa del periódico. Así tenemos otra cita de Ken Loach:
La campaña de boicot afirma específicamente que no se trata de una campaña contra cineastas individuales; es un llamamiento al boicot cuando el Estado de Israel invierte dinero o promociona el acontecimiento. Yo sería el último que querría censurar a una voz individual.
En realidad, uno duda seriamente de que Loach fuera el último; siempre está entre los primeros. La carta –y la sensación que la acompaña– no es más que el último de una serie de intentos de hacer que Israel y la cultura judía sean proscritos. En Londres hemos tenido orquestas, compañías teatrales y hasta cuartetos de cuerda israelíes que han sido abucheados por la turba durante sus actuaciones, y ha habido espectáculos israelíes que han sido cancelados porque los lugares donde se iban a representar no querían molestias. El año pasado, el teatro Trycicle de Londres se negó a seguir adelante con la organización de un festival de cultura judía porque una ínfima parte de su presupuesto procedía de la embajada de Israel en Londres.
Es evidente que la campaña está orquestada. Los mismos nombres aparecen una y otra vez. No se comprueba con demasiado rigor (si es que hay alguno) si los firmantes de cartas de este tipo se dedican siquiera a lo que afirman, o si tienen opiniones dignas de mención. Bajo la poco sólida apariencia de profesionales que se oponen a algo en su propia profesión encontramos siempre al mismo insignificante número de obsesos antiisraelíes y antijudíos. Un pequeño toque de judíos que firman "como judíos", como Margolyes, ayuda, por supuesto. Pero el propósito está claro. Esta gente pretende, poco a poco, hacer que cualquier manifestación de la vida cultural israelí o judía se someta a su idea de cómo debe comportarse una nación que vive bajo la constante amenaza de los bombardeos terroristas. Critican a Israel como a una sociedad militarista, y luego tratan de ilegalizar cualquier expresión artística y cultural no militarista de esa misma sociedad.
Es la intolerancia de nuestra época. Y si no se le pone freno irá en la misma dirección que ha seguido a lo largo de la historia. Por suerte, aunque hay poca gente que haya visto las películas de esos engreídos firmantes de cartas a The Guardian, todos hemos visto esa película histórica, mucho más grande, y no es una que la gente decente quiera ver repetida.