Si hay una pregunta que preocupe a la opinión pública en torno al asunto del islam radical es: "¿Cuál es el vínculo entre los extremistas y los moderados?". Los principales políticos del mundo occidental no son muy útiles para dar una respuesta, ya que insisten en que el islam radical no tiene nada que ver con el islam y en que los extremistas no pueden estar más alejados de los moderados. Sin embargo, la opinión pública tiene la impresión de que las cosas no son así.
A pesar de la sorprendente ausencia de debate público sobre los verdaderos perfiles de la discusión, la gente sabe que algo no cuadra en el análisis que ofrecen los políticos de la izquierda –y otros–. De hecho, no sólo percibe que sí hay cierta relación entre ambos (algo que niega el Partido Demócrata norteamericano, por ejemplo), sino que esa relación podría ser más estrecha de lo deseable. Un ejemplo se planteó hace poco en el Reino Unido en el lapso de tan sólo 24 horas.
El pasado día 7 el London Evening Standard publicaba la noticia de que la Policía había empezado a investigar un posible delito de odio en unos textos que, según había descubierto el periódico, se estaban repartiendo en una mezquita de Londres. El posible delito de odio no era de la especie más conocida –un tuit malévolo o un comentario repugnante–, sino de la categoría antes conocida como incitación. Lo que se estaba repartiendo en la mezquita de Walthamstow era un folleto que insistía en que "todo musulmán debe matar" a cualquiera que insulte al profeta del islam. Aquellos que insulten al gran hombre "deben morir", incidía.
El panfleto apoyaba su punto de vista en referencias a la ley islámica tradicional y explicaba que, para el caso de los que "insultan" a Mahoma, como los apóstatas que "merecen ser asesinados", no es necesario esperar a que se tribunal pronuncie tribunal alguno. Lo mejor es tomarse la justicia por propia mano: ése era el quid.
Haciendo referencia a algo conocido por la población británica nativa y también por la de origen paquistaní, el panfleto aludía al caso seminal de Mumtaz Qadri, el paquistaní que en 2011 asesinó a Salman Tasir, gobernador de la provincia del Punyab. Qadri asesinó a Tasir por defender la reforma de las estrictas leyes islámicas sobre la blasfemia en el propio Pakistán. El panfleto dice que "todos los musulmanes deben defender" al asesino Qadri, y que no se debe impedir que alguien como Tasir sea asesinado por un musulmán, por muy "pez gordo" que sea.
La Policía está investigando en estos momentos la mezquita Dar ul Ulum de Walthamstow, donde se repartía el folleto, y haría bien en indagar sobre su imán, Sayed Abdul Qadir Yilani, cuyo nombre y fotografía figuran en la portada del mismo. Por supuesto, la respuesta de la clase política británica es ignorar cualquier asunto así. El recurso a la "manzana podrida" es probablemente lo máximo que puede esperar la población de cualquier político, si es que alguno se ve obligado a hacer algún comentario sobre Yilani, su panfleto o su mezquita. Sin embargo, la gente lee noticias como esta y se pregunta, con razón, de dónde sacan sus ideas tipos como Yilani, y qué difusión pueden tener.
Al día siguiente (sábado), los lectores de The Sun tuvieron noticia de que un famoso gimnasta británico, Louis Smith, se había emborrachado con sus amigos en una boda y grabado un vídeo que había vuelto para perseguirlo. Decía el Sun: "¿Ha perdido Louis un tornillo? El as olímpico Louis Smith, acusado de burlarse del islam tras gritar 'Alá Akbar' y fingir rezar en el vídeo de una borrachera". En el vídeo de marras aparecían Smith y un amigo quitando una alfombra de una pared y gritando "Alá Akbar", mientras el amigo simulaba rezar en un estilo vagamente islámico. El periódico presentaba así la información:
La estrella olímpica (...) Louis Smith ha sido acusado de burlarse del islam tras aparecer borracho en un vídeo con un amigo que simulaba rezar. En la grabación aparecen Smith y el también gimnasta Luke Carson gritando "Alá Akbar", expresión islámica que significa "Dios es el más grande".
No es precisamente la noticia más importante del año, ni afecta precisamente a alguna de las figuras más importantes de nuestro tiempo. Pero la noticia habrá sido leída por millones de lectores, que habrán podido observar las reacciones. La primera, la de una "fuente de las fuerzas de seguridad" que le decía al periódico: "Burlarse de la religión es muy estúpido. En el caso del islam, también puede ser algo muy arriesgado". Después, el Sun incluía las obligatorias declaraciones de un "musulmán moderado"; en esta ocasión, Mohamed Shafiq, miembro de una organización unipersonal llamada Fundación Ramadán. Shafiq ya había sido elogiado en Gran Bretaña por su supuesto coraje moral y su excepcional valentía cuando se pronunció en contra de la violación masiva y colectiva de menores. En 2013 fue acusado de intentar provocar un linchamiento cuando el musulmán reformista Maayid Nawaz tuiteó una inocente imagen que, según insistía Shafiq, era ofensiva para todos los musulmanes del mundo.
En respuesta al vídeo de la borrachera de Louis Smith, el Sun recurre a Shafiq, que dice de Smith: "Creo que debería disculparse de inmediato. Nuestra fe no debe ser objeto de burla; nuestra fe debe ser celebrada y creo que va a ofender a la gente". Shafiq no explica por qué no se deben hacer chanzas sobre su religión. Ni parece saber nada sobre el derecho de las personas libres en los países libres a decir o hacer lo que les plazca, sobre el islam o sobre cualquier otro credo, cuando les plazca. En el islam no hay nada especial que conlleve que no se puedan hacer bromas sobre él. De hecho, sería muy positivo (tanto para los musulmanes como para todos los demás) si se hicieran bromas más a menudo. Pero esa frase lleva implícita, de nuevo, la amenaza. Es menos descarada que la amenaza contra Maayid Nawaz, pero se acerca mucho a las palabras empleadas por el imán de Walthamstow y los extremistas que defendieron a Mumtaz Qadri.
Todos insisten en que "no se deben hacer burlas" sobre su fe. Y a quienes dicen ser moderados, y son presentados en los medios como tales, parece resultarles extraordinariamente útil el no tener que ser mucho más explícitos al respecto. Afortunadamente para ellos, hay otras personas dispuestas a ocuparse de los asesinatos en países como Pakistán y, a veces, en Occidente. Del resto de nosotros, seamos gimnastas en una noche de fiesta o cualquier otra cosa, se espera que hayamos aprendido ya la lección. Pero en esta intimidación, no demasiado sutil, ¿no vemos, precisamente, lo que más le preocupa a la opinión pública? Que, a pesar de lo que dicen nuestros políticos, la distancia supuestamente abismal que separa a los extremistas de los moderados parece tener, a veces, el grosor de una hoja de papel.