Europa está viendo en estos momentos cómo se están reinstaurando las leyes sobre la blasfemia, de manera oficial y también por la puerta trasera. En Gran Bretaña, el gimnasta Louis Smith acaba de ser suspendido dos meses por British Gymnastics. La carrera de este deportista de 27 años ha sido puesta en pausa, y posiblemente arruinada, no por nada que tenga que ver con la gimnasia, sino con el islam.
El mes pasado, apareció un vídeo en internet donde el tetramedallista olímpico y un amigo suyo se ponían a hacer tonterías de borrachos después de una boda. En el vídeo –grabado con el móvil de Smith a primera hora de la mañana– se ve a su amigo quitando una alfombra de la pared e imitando los rituales de la oración islámica. Cuando el vídeo del móvil de Smith acabó en manos de un periódico, el joven atleta se enfrentó a una investigación inmediata, al castigo de la prensa y a la humillación pública. Smith –él mismo de raza mixta– se vio obligado a desfilar por los magazines de la televisión británica negando que fuse un racista, un intolerante o un xenófobo. Figuras notoriamente progresistas de los medios británicos se pusieron en fila para regañarle por emborracharse o por pensar si quiera en participar en una burla religiosa. Este es un país en el que La vida de Brian, la película de Monty Python, suele ser votada como la comedia preferida del país.
Después de una "investigación", la autoridad deportiva británica ha juzgado que la conducta de Smith merece la supresión de la financiación y un veto de dos meses en la competición deportiva. Se trata de una reinstauración de las leyes de la blasfemia por la puerta de atrás, donde los periódicos, los magazines televisivos y las autoridades deportivas deciden por su cuenta que una religión es merecedora de una protección especial. Lo hacen porque asumen el islam exclusivamente según su propia estimación, y creen, y temen, las advertencias de la política islámica sobre la blasfemia en todo el mundo.
Mientras, la reinstauración oficial de las leyes de la blasfemia se está poniendo en marcha en un país que otrora se enorgulleciera de estar entre los primeros del mundo en eliminar la intrusión clerical en la política. El político holandés Geert Wilders ya había sido llevado a juicio anteriormente. En 2010, fue juzgado por los contenidos de la película Fitna; además de por una serie de artículos. El proceso se derrumbó cuando uno de los testigos citados como expertos, el difunto Hans Jansen, gran estudioso holandés del islam, reveló que uno de los jueces del caso había intentado influirle en privado para que cambiara su testimonio. El juicio estaba claramente amañado y dejó a la justicia holandesa como una dictadura de medio pelo en lugar de una de las democracias más desarrolladas del mundo. Se puso nueva fecha al juicio y, tras una considerable batalla legal, Wilders acabó siendo declarado "no culpable" de acto ilícito en 2011.
Pero parece que el sistema legal holandés, como la policía montada, siempre trata de dar alcance a su hombre. El lunes de la semana pasada, comenzó el último juicio contra Geert Wilders en Holanda. Esta vez, a Wilders se le acusa por una frase que dijo en un mitin ante sus seguidores en marzo de 2014. De cara a las elecciones municipales, y tras una serie de informaciones sobre la desproporcionada cantidad de delitos cometidos en Holanda por musulmanes de origen marroquí, Wilders preguntó a la multitud: "¿Queréis que haya más marroquíes, o menos?" El público respondió: "¡Menos, menos!", a lo que Wilders replicó: "Bien, lo arreglaremos, entonces".
Al perseguir al parlamentario Geert Wilders por hacer declaraciones 'políticamente incorrectas', los tribunales holandeses se están comportando como cortes religiosas. Están tratando de regular la opinión y la expresión públicas en lo relativo a los seguidores de una religión. (Imagen: Flickr/Metropolico) |
Las encuestas de opinión indican que aproximadamente la mitad de los holandeses quieren que haya menos marroquíes en los Países Bajos, y muchas encuestas que se remontan a décadas atrás, sugieren que la población holandesa quiere menos inmigración en general. Así que, como mínimo, Wilders está siendo juzgado por dar voz a una opinión que no es ni mucho menos minoritaria. Las implicaciones a largo plazo para la democracia holandesa de criminalizar una opinión mayoritaria son catastróficas. Pero el juicio contra Wilders es una jugada política sin tapujos.
La clave de este asunto no es si uno apoya las opiniones de Wilders o no. La clave es que al llevar a juicio a alguien por decir lo que él dijo, los tribunales holandeses están sentenciando de facto que sólo hay una manera correcta de responder a la pregunta que hizo Wilders. Están diciendo que si alguien te pregunta si quieres que haya más marroquíes o menos, la gente siempre deberá responder que "más", o estarán cometiendo un delito. ¿Qué clase de forma es esa de poner orden en un debate público sobre la inmigración o cualquier otra cosa? La gente podrá decir: "No se le habría permitido decir eso sobre cualquier otro grupo de personas". Y posiblemente Wilders no diría lo mismo de cualquier otro colectivo, porque tiene sus propias visiones políticas y su propia interpretación de los problemas a los que se enfrenta su país.
Vale la pena intentar un experimento mental: Si Wilders, o cualquier otro político, se hubiera puesto en pie y preguntado a una multitud: "¿Queréis más británicos en Holanda, o menos?", yo no me sentiría –como británico que soy– demasiado complacido con él por haber hecho la pregunta, o demasiado contento con la multitud si hubiese coreado: "¡Menos!". Pero si los expatriados británicos en Holanda fuesen los responsables de una desproporcionada cantidad de delitos y desórdenes en ese país, cabría esperar cierta comprensión atenunante hacia esa opinión. Pero en ningún momento se me ocurriría decir que nadie que diga que no quiere un flujo interminable de británicos entrando en los Países deba ser procesado. Ni tampoco él.
Al igual que la organización British Gymnastics, los tribunales holandeses se están comportando como tribunales religiosos. Están intentando regular el discurso y la opinión pública en lo que respecta a los seguidores de una religión concreta. Con ello, es obvio que aspiran a preservar la paz en el corto plazo, pero ni se les pasa por la cabeza el problema que están generando para el futuro.