El día después de los atentados terroristas en Bruselas, se iluminaron algunos puntos emblemáticos de Reino Unido con los colores de la bandera belga. Parte de la prensa británica fustigó al país. ¿Por qué –se preguntaban– esta sensiblera y ya tradicional ceremonia se producía al día siguiente, y no la misma noche de los atentados? ¿Por qué nuestras luces se retrasaban un día cuando otras ciudades pudieron mostrar su gesto de "solidaridad" de inmediato? Esos son nuestros tiempos. Y esas nuestras preguntas.
Si hay una pregunta pertinente en todo esto, no es la de por qué Reino Unido tardó 24 horas en encontrar sus luces con los colores de la bandera belga, sino por qué, tras 67 años de terror, no ha encontrado las sencillas luces azules y blancas que necesitaría para proyectar la bandera de Israel en cualquier lugar público.
No es porque no haya habido multitud de oportunidades. Los enemigos de Israel nos han provisto de aún más oportunidades para esas muestras luminosas que las ofrecidas por los seguidores del ISIS a los encaprichados con las lucecitas.
Algunos podrán decir que en las últimas siete décadas ha cambiado la actitud del público; que hoy, los gestos fútiles de "solidaridad" causan furor, pero que no era así para las generaciones anteriores. Tal vez hubiera sido inaudito que cualquier institución británica hiciera brillar en sus edificios los colores de la bandera israelí en 1948, 1956, 1967 o 1973. Pero cuando llegó el sentimentalismo a Gran Bretaña, lo hizo a lo grande. No nos había llegado cuando se produjo la primera intifada (1987-1993), pero sí, desde luego, cuando se produjo la segunda (2000-2005).
Durante ese periodo, miles de israelíes fueron asesinados y heridos por terroristas palestinos. Sin embargo, no se proyectó la bandera israelí en los edificios públicos. De nuevo, durante la guerra de 2006 de Hezbolá, los edificios emblemáticos se mantuvieron apagados, y lo mismo después de cada bombardeo de misiles hacia Israel desde la Franja de Gaza, recién evacuada por Israel para permitir a los árabes que estaban allí crear el Singapur o la Costa Azul de Oriente Medio.
Cuando Israel es atacado, las escalinatas de las embajadas israelíes en Londres y otras capitales europeas no son sembradas de flores, peluches, velas o tan siquiera notas con algún garabato de simpatía. En realidad, siempre que los israelíes son atacados y asesinados, sí hay una respuesta en las embajadas de Israel. No suele acompañarse de esta manía por los peluches, sino que consiste más bien en muchedumbres rugiendo de rabia contra Israel y a las que la policía local tiene que impedir mayores hostilidades.
Es posible que haya quienes crean simplemente que Israel está en un continente distinto a Europa y que, pese a ser una sociedad fundamentalmente occidental, no es un país por el que sintamos suficiente cercanía. Últimamente, siempre que ocurre una atrocidad terrorista en una capital occidental, están los que preguntan por qué el duelo por París o Bruselas, por ejemplo, es más intenso que el duelo por Ankara o Beirut.
Pero rara vez, o nunca, se hace la pregunta sobre París y Bruselas respecto a Jerusalén. Uno podría pensar mal y decir que es porque en Israel las víctimas son judías. Pero también hay otra explicación igual de cierta. Y es que Israel se ve diferente porque, cuando es atacada por los terroristas, muchos en Occidente no consideran que sea una víctima inocente. Lo ven como un país que, en cierto modo, quizá haya provocado la violencia contra él.
Las supuestas excusas para este punto de vista varían, oponiéndose a las granjas en los Altos del Golán o a la negativa de Israel de permitir que se introduzcan armas destinadas a su aniquilación en la Franja de Gaza. Otros se oponen además a los "asentamientos" israelíes en la Margen Occidental, ignorando al mismo tiempo que, para la mayoría de los palestinos de todo Israel, "desde el río [Jordán] hasta el mar [Mediterráneo]", como ellos dicen, hay un gran "asentamiento" que quieren exterminar, como exponen claramente los estatutos de Hamás y de la OLP. Nunca han renunciado a dichos estatutos. Si se observa cualquier mapa de "Palestina", se verá que en realidad es un mapa de Israel, pero donde figura "Al Quds" en vez de "Jerusalén" y "Jafa" en vez de "Tel Aviv". Para esos palestinos existe, en realidad, una única ofensa de fondo: la propia existencia del Estado de Israel.
Sin embargo, ese pedazo de tierra –Canaán, el Creciente Fértil, Judea y Samaria– ha sido la patria de los judíos durante casi 4.000 años, a pesar de los romanos, Saladino, el imperio otomano y el Mandato británico.
Lo que queda son los hechos. Y los hechos demuestran que todas esas "excusas" para el terrorismo son incorrectas. Israel, por ejemplo, no está perpetrando "crímenes de guerra", un "apartheid" o un "genocidio", como los propagandistas han logrado hacer creer a los europeos. Israel está, por el contrario, luchando contra un enemigo que vulnera todas las normas de cualquier conflicto armado, e Israel responde de una manera tan precisa y ética (como concluyó el Grupo de Alto Nivel Militar en su evaluación del conflicto de Gaza de 2014) que a las naciones aliadas les preocupa hoy no ser capaces de estar a la altura de los estándares morales del ejército israelí la próxima vez que vayan a la guerra.
Israel está, como el resto del mundo, intentando encontrar una manera legal y decente de responder a una serie de tácticas terroristas ilegales e indecentes. Tampoco es cierto que los enemigos de Israel mantengan una disputa territorial justificada. Ya tienen toda la Franja de Gaza, y si hubiesen querido la mayor parte de la Margen Occidental, podrían haberla tenido casi en cualquier momento desde 1948, y también en Camp David en el año 2000. En cada ocasión, fueron los palestinos quienes rechazaron todas las ofertas, sin proponer siquiera una contraoferta.
Aún así, a ojos de muchos europeos, Israel ha hecho algo para que los terroristas suicidas se consideren una respuesta comprensible. Se diga o no, esta es la lógica que hace que el terror contra Israel parezca una ofensa menor que el terrorismo en cualquier otra parte.
En fin: qué conmoción le espera al resto del mundo algún día. Porque si se permite una "excusa" para el relato falso de los extremistas islámicos, entonces habrá que permitir las demás. Se tendrá que aceptar, por ejemplo, la palabra del ISIS cuando dice que Bélgica es un "cruzado", que merece ser atacado porque participa en una "cruzada" contra el Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS). Se tendrá que aceptar que por enfrentarse a los extremistas islámicos en Mali y Siria, éstos tienen el derecho de atacar a los ciudadanos de Bélgica, Francia, Sierra Leona, Canadá, Estados Unidos y Australia.
Se tendrá que aceptar que los europeos puedan ser asesinados por publicar una viñeta, simplemente porque así lo dice una organización terrorista extranjera, y después que los dibujantes se lo buscaron ellos mismos.
Los enemigos de Israel y los enemigos del resto del mundo civilizado tienen algunas diferencias menores, pero es mucho más lo que tienen en común. Ambos se mueven no por las mismas ideologías yihadistas, sino por la insistencia en que sus visiones políticas y religiosas del mundo no sólo tienen relevancia para ellos, sino que deben aplicarse contra el resto de todos nosotros.
Se tardará algún tiempo en comprenderlo, pero estamos todos en el mismo barco. También pasará algún tiempo hasta que las ciudades europeas cojan las bombillas azules y blancas; pero si empezamos a preguntarnos adónde fueron esas bombillas, tal vez estemos más cerca de comprender no sólo la difícil situación de Israel, sino también la que ahora ya es además la nuestra.