Arabia Saudí, durante mucho tiempo asociada a la riqueza petrolera y la extravagancia, ha decidido que es hora de renovar su imagen. El rey Salman (80 años) ascendió al trono el año pasado, y desde entonces ha dado luz verde a importantes reformas, desplegando una política interior e internacional más firme y confiando algunos de los cargos más significativos a una nueva generación de líderes, más jóvenes.
El artífice de estas reformas es el vicepríncipe heredero Mohamed ben Salman, de 30 años, también conocido como MBS. La visión que tiene el príncipe Mohamed para Arabia Saudí es la de un país ya no dependiente del petróleo, con una economía en crecimiento y transparencia legal, lo que en consecuencia le procurará una posición fuerte en el mundo. Todo esto puede sonar muy interesante, pero la capacidad del príncipe Mohamed de materializar estas reformas depende de múltiples variables. Para lograrlo, el príncipe Mohamed, pese a que goza de un amplio mandato, sigue necesitando el respaldo del resto del país.
El príncipe saudí Mohamed ben Salman, con el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, en Riad, Arabia Saudí, el 7 de mayo de 2015. (Imagen: Departamento de Estado de EEUU). |
En esencia, el proyecto económico de Mohamed para Arabia Saudí, conocido comúnmente en el país como Visión 2030, pretende introducir reformas políticas y económicas de calado poniendo el foco en la inversión, la creación de empleo, las privatizaciones, el aumento de las exportaciones y la creación de un entorno empresarial sostenible.
Presentada en un contexto de desplome del precio del petróleo, la Visión 2030 tiene por objetivo reducir la dependencia del petróleo y aumentar la aportación del sector privado al PIB, desde el actual 40% a un 65% en 2030, con una mayor inversión en otros sectores, como el turismo, la asistencia sanitaria, la educación y la industria manufacturera. Se pretende igualmente aumentar la participación de la mujer en el mercado laboral, reducir el desempleo juvenil y privatizar grandes industrias como Aramco, la petrolera estatal.
Al parecer, los líderes saudíes quieren convertir Aramco en un conglomerado y vender en 2017 el 5% de sus acciones en las bolsas de Londres, Hong Kong y Nueva York. El reino también ha anunciado planes para reducir las subvenciones a bienes básicos como el agua y la electricidad, e introducir impuestos sobre las ventas y el transporte.
Como parte de estas reformas, el rey Salman ha remodelado varios ministerios, nombrado nuevos ministros y destituido a algunos de la vieja guardia. Un cambio reciente del que se ha hablado mucho ha sido la destitución como ministro del Petróleo de Alí al Naimi, que ha dirigido la política petrolera del país durante las dos últimas décadas. Fue sustituido por el presidente de Aramco, Jalid al Falih, un estrecho aliado del príncipe heredero y relativamente nuevo en la diplomacia petrolera.
Estas reformas son un claro indicativo de que el régimen saudí está aceptando la realidad de que, pese a que han sido una gran fuente de riqueza, los ingresos petroleros han restringido el crecimiento económico y el desarrollo saudí en otros sectores, y convertido el país en un Estado rentista, circunstancia que ha generado problemas sistémicos e institucionales como la falta de transparencia, el burocratismo y la creciente corrupción.
Sin embargo, ¿puede Arabia Saudí, cuyos ingresos proceden en un 80% del petróleo, terminar con su dependencia del petróleo?
El sector manufacturero sigue siendo relativamente pequeño, y su demanda proviene de las limitadas necesidades nacionales. Además, la falta de una industria potente y consolidada y de una producción alternativa que pudiese atraer a los mercados extranjeros dificulta aún más la incursión en otros sectores.
A pesar de todos los avances prometidos por el príncipe Mohamed, persisten las dudas sobre la posibilidad de que estas reformas acaben viendo la luz. Su éxito depende del apoyo de la sociedad saudí, que hasta ahora se ha mantenido sólidamente fiel a sus líderes –la realeza, las élites, la secta religiosa wahabí–, y, sobre todo, de los jóvenes. Puede que Visión 2030 requiera reformas económicas exhaustivas, pero es posible que se perciba como una insensible ruptura con las tradiciones políticas, sociales, culturales y legales. El príncipe Mohamed ya se ha encontrado con las reacciones negativas de elementos conservadores del clan Saúd. Se han resistido al cambio en el pasado, así que tal vez no sean de su agrado las nuevas reformas, que podrían amenazar su autoridad.
Otra preocupación es cómo serán recibidas estas reformas por los saudíes corrientes. Los saudíes han crecido convencidos de que el Estado siempre les cubrirá sus necesidades, su atención médica, su seguridad, a cambio de su lealtad al clan dirigente, el de los Saúd. Sin embargo, con la crisis del petróleo la población se ha visto despojada de muchos lujos, mientras que el Estado ha tenido que afrontar un creciente déficit presupuestario. La medida de aplicar impuestos, concepto extraño en el país, generará sin duda descontento entre los saudíes de a pie. Aún se desconoce cómo podrían las reformas afectar, y tal vez reinventar, el contrato social del país.
Las reformas para diversificar la economía y crear un entorno para el crecimiento, el desarrollo y la transparencia son muy necesarias. Y si bien la visión del príncipe Mohamed luce ambiciosa, también parece carecer de planes concretos para su materialización. Podrían hacer falta años para que se produzca el cambio en los distintos frentes: social, económico, cultural, político. Las reformas tendrán que hacer frente a antiquísimas alianzas mientras Arabia Saudí se reconstruye desde cero.
Sabah Khadri: Analista de economía internacional radicado en Doha (Qatar).