Si, como yo, usted hubiera crecido entre dos regímenes autoritarios –el de la República Islámica de Irán y el de Siria–, con líderes como Hafez al Asad, el ayatolá Alí Jamenei y Mahmud Ahmadineyad, su juventud se habría visto influida por las dos corrientes mayoritarias del islam: la chií y la suní. Yo estudié ambas, y en un determinado momento incluso fui un devoto musulmán. Mis padres, que siguen viviendo en Irán y en Siria, vienen de dos grupos musulmanes étnicamente distintos: el árabe y el persa.
También habría visto cómo la religión islámica se entrelaza con la política, y cómo el islam radical gobierna la sociedad mediante la sharia. Habría sido testigo de cómo el islam radical puede dominar y escudriñar las decisiones cotidianas de la gente: en la comida, la vestimenta, la vida social, el ocio; en todo.
Habría visto los tentáculos de su control cernirse sobre todos los aspectos de su vida. Habría visto cómo, empuñado por los fundamentalistas, el islam radical puede ser un poderoso instrumento para la violencia desenfrenada. Es el miedo a esta violencia, a la tortura y la muerte a manos de los musulmanes extremistas, lo que hace que todo el mundo desespere y obedezca.
Mi padre fue brutalmente torturado, lo cual condonan algunas de las leyes islámicas fundamentalistas de los regímenes de Irán y Siria. El castigo se extendió a mi madre, mi familia y otros parientes, que sufrieron tormentos a diario.
Más doloroso aún fue, al llegar a Occidente, ver la actitud hacia el islam de mucha gente que se define como progresista e izquierdista.
Estos progresistas se consideran abiertos de mente, pero tienen una forma preconcebida de pensar sobre el islam. Para ellos, por lo visto, no hay islam radical. El islam es sólo una fuerza para el bien, el islam no puede causar ningún mal.
¿Cómo es posible que no vean que los musulmanes extremistas se sirven de algunos de los aspectos de la religión islámica para legitimar sus actos? ¿Cómo es que no pueden ni siquiera reconocer la existencia del islam radical, una fuerza que amenaza con destruir el planeta, y no digamos mi familia?
En vez de eso, muchos progresistas me criticaban o trataban de cerrar los ojos, como si yo estuviese cometiendo algún error embarazoso. Parecen encantados de rodearse de eruditos musulmanes occidentales comprensivos hacia el islam radical y que –curiosamente– nunca han vivido en un país musulmán bajo la asfixiante garra de la sharia.
¿Por qué tantos progresistas que critican el cristianismo y las convicciones religiosas en general parecen abrir los brazos al islam con tanto afecto? ¿Por qué tantos progresistas que se dicen firmes defensores de la paz, la justicia social y las libertades son comprensivos con todo tipos de legislación islamista fundamentalista?
Si, como dicen ellos mismos, los progresistas defienden los derechos de la mujer y los LGBT, ¿por qué, con su silencio, sancionan que se ejecute y se someta a las mujeres en casi todo el inmenso mundo musulmán? Si están a favor de la libertad de expresión, ¿por qué miran para otro lado cuando regímenes islamistas como el de Irán, basándose en leyes radicales y teocráticas, ejecutan a gente por el mero hecho de expresar una opinión? ¿Y por qué no dejan que, en el propio Occidente, la gente exprese su opinión sin atacarla, mostrando al menos la deferencia de escuchar lo que tiene que decir?
Los progresistas sostienen que están a favor del pensamiento crítico, pero no les gusta que nadie desafíe su zona de confort. En realidad, parecen ser igual de autocráticos que la gente de la que hui, que tampoco quería que su mentalidad simplista y binaria se viese amenazada por la lógica o los hechos.
Cuando alguien proviene de un país musulmán y ha experimentado de manera directa el islam extremista, muchos progresistas se apresuran a eludir la información que pueda aportar. No quieren que su apologética concepción del islam radical sea cuestionada o contradicha. Aparentemente, no quieren abrir sus mentes, cerradas ante este asunto. Es evidente que reflexionar les hiere, como si el dar una respuesta supusiese que están dando la espalda a los crímenes contra la Humanidad que se estén cometiendo en estos momentos. ¿Cómo, entonces, es que tantos progresistas parecen resistirse a ver que los crímenes del islam radical son crímenes contra la Humanidad? ¿Que son, de hecho, los peores crímenes contra la Humanidad que se están perpetrando en este momento?
En segundo lugar: cayendo en una lógica defectuosa y sofista, estos progresistas parecen creer que, como critican el cristianismo, entonces caerán bien a los islamistas, que también lo odian. En esa misma línea, muchos progresistas odian al Gobierno republicano de EEUU, al igual que muchos grupos musulmanes radicales; ¿acaso muchos progresistas piensan que caerán bien a los musulmanes por compartir ese odio? Lamentablemente, como descubrirán pronto, el enemigo de mi enemigo no siempre es mi amigo.
Tercero, y de manera más fundamental: simpatizar con toda clase de prácticas islamistas y con el islam radical parece ajustarse a una narrativa general de diatribas contra Occidente y los blancos por "imperialismo, colonialismo y un cierto sentido de superioridad". Desgraciadamente, ese punto de vista no tiene en cuenta que no ha habido mayores imperialistas que los ejércitos musulmanes: conquistaron Persia, el gran imperio bizantino cristiano (en la actual Turquía, el norte de África y Oriente Medio), prácticamente toda Europa Oriental, la mayor parte de España y Grecia.
Ya que en el islam no se permiten los ataques salvo para defender al profeta Mahoma o el islam, los musulmanes extremistas tienen que seguir encontrando o creando supuestos ataques para presentarse como víctimas.
Anjem Choudary, un clérigo musulmán radical británico, fue sentenciado el año pasado por un tribunal británico a cinco años y medio de prisión por alentar a la gente a unirse al Estado Islámico. (Imagen: Dan H/Flickr). |
Son numerosos los progresistas que, sin conocer el contexto, compran esa mercancía. Al ponerse del lado del otro, probablemente sienten una suerte de superioridad moral: están ayudando a una causa, defendiendo al otro y salvando a una víctima. Pero esta superioridad moral es superficial y está fuera de lugar. Se parece más bien a ese proverbial muchacho que asesina a sus padres y después pide clemencia al juez por ser huérfano.
Quizá sea esa la razón de que muchos progresistas se nieguen a escuchar críticas al islam radical. Si el islam radical deja de ser expuesto como si fuera una víctima, se quedan sin la cálida sensación de ser moralmente superiores por defender a unas víctimas. Irónicamente, es lo mismo que mueve a numerosos islamistas radicales: el sentirse moralmente superiores defendiendo el islam. Los progresistas entonces se muestran confusos, y no saben qué responder porque soy musulmán, he crecido allí, no soy un musulmán occidental que jamás ha vivido en una sociedad musulmana. Ni siquiera soy un conservador occidental, con quienes también chocan. Muchos progresistas son como quienes están felizmente casados con una fantasía y, a pesar de las evidencias abrumadoras en contra, siguen aferrados a ella y a su forma binaria de pensar. Es como intentar decirle a tu amigo que es posible que la bailarina erótica con la que se quiere casar no desee quedarse en casa a tener niños y cocinar. Está tan enganchado a su ilusión que hará lo que sea para preservarla.
Ni que decir tiene, al final los progresistas, como todo el mundo, intentan preservar sus intereses económicos y políticos. Esas inversiones materiales y sociales también se ven amenazadas cuando prestan atención a los musulmanes que han sufrido la opresión y la tortura bajo el islam radical. Esos progresistas parecen sospechar, con razón, que esa nueva información podría crearles algún tipo de conflicto de intereses, así que posiblemente decidan que lo mejor será no escuchar, directamente. En su lugar, y de nuevo para proteger su inversión, muchos progresistas e izquierdistas ignoran o critican a esos musulmanes.
Por último, habría que mandar un breve mensaje a los progresistas. Querido progresista: si de verdad defiendes valores como la paz, la justicia social, la libertad y tus derechos, has de saber que tu visión apologética del islam radical va totalmente contra ellos. Tu visión incluso perjudica los esfuerzos de numerosos musulmanes que quieren reformar pacíficamente el islam para, precisamente, promover esos valores. Además, lamentablemente, tu visión del islam radical contribuye a la violencia contra y la represión de millones de personas: mujeres, niños, esclavos y todas esas personas que dices que quieres proteger. Esas son las verdaderas víctimas. Son sometidos, deshumanizados, aterrorizados, torturados, violados y golpeados a diario por los practicantes del islam radical y por la sharia, el núcleo del fundamentalismo. Es hora de que abras la mente y los ojos y veas lo que te observa atentamente.