Esta larga y triste lista es la cosecha humana del terrorismo islámico en suelo europeo:
Madrid: 191. Londres: 58. Ámsterdam: 1. París: 148. Bruselas: 36. Copenhague: 2. Niza: 86. Estocolmo: 5. Berlín: 12. Manchester: 22. Y no tiene en cuenta los cientos de europeos masacrados en el extranjero, en Bali, Susa, Daka, Jerusalén, Sharm el Sheij o Estambul.
Pero después de 567 víctimas del terrorismo, Europa sigue sin entender. Sólo en la primera mitad de 2017 ha habido intentos de atentados en Europa cada nueve días, de media. Pero a pesar de esta ofensiva islamista, Europa sigue contraatacando con ositos de peluche, velas, flores, vigilias, hashtags en Twitter y viñetas.
Velas y flores de una vigilia celebrada el 23 de mayo de 2017 en Manchester, Inglaterra, luego de que en la noche de la víspera un terrorista suicida matara a 22 asistentes a un concierto. (Foto: Leon Neal/Getty Images) |
Tras el 11-S y 2.996 víctimas, Estados Unidos, bajo la presidencia de George W. Bush, se alzó y luchó. Estados Unidos y unos pocos y bravos aliados europeos, como Reino Unido, Italia y España, demostraron ser "el caballo más fuerte". Los guerreros islámicos fueron empujados a posiciones defensivas; los reclutamientos de los yihadistas cayeron y decenas de tramas se desbarataron. Pero esa respuesta no duró. Europa se replegó rápidamente a su propio frente doméstico, mientras los islamistas llevaban la guerra a suelo europeo: Madrid, Londres, Theo van Gogh...
Desde entonces, la situación sólo ha ido a peor: un simple cálculo demuestra que hemos pasado de un ataque cada dos años a uno cada nueve días. Tomemos sólo los últimos seis meses: Berlín, Londres, Estocolmo, París y ahora Manchester.
Europa no se ha dado cuenta todavía de que el terrorismo que golpeó sus metrópolis era una guerra, y no el error de unos pocos perturbados que interpretaron mal la religión islámica. Hoy hay más musulmanes británicos en las filas del ISIS que en las Fuerzas Armadas Británicas. Según Alexandre Mendel, autor del libro La France djihadiste (La Francia yihadista), hay más salafistas violentos en Francia que soldados regulares en el ejército sueco.
Trece años después del ataque en los trenes de Madrid, los líderes europeos siguen el mismo guion: ocultar las imágenes de dolor, para no herir a nadie; ocultar que los atacantes islamistas eran "fabricados en Europa", de dentro; repetir que "el islam es una religión de paz"; ser prisioneros dentro de nuestras libertades; verlas caer una por una mientras proclamamos "que no cambiaremos nuestro estilo de vida"; y erradicar las bases de nuestra civilización: libertad de expresión, libertad de conciencia, libertad de movimiento y libertad de culto —toda la base, de hecho, del Occidente judeocristiano—.
El islam radical es la mayor amenaza contra Europa desde el nazismo y el comunismo soviético. Pero seguimos sin inclinarnos a cuestionar cualquiera de los pilares políticos o ideológicos que han conducido al actual desastre, como el multiculturalismo y la inmigración masiva. Las medidas antiterroristas duras, las únicas que podrían frustrar los planes y los ánimos de los terroristas, nunca se han tomado. Entre ellas, el cierre de mezquitas, la deportación de imanes radicales, la prohibición de la financiación extranjera de las mezquitas, cerrar organizaciones no gubernamentales tóxicas, drenar la rica financiación de los yihadistas de Europa, abstenerse de coquetear con yihadistas e impedir que los combatientes extranjeros vuelvan a casa desde el frente de batalla.
Tratamos la guerra y el genocidio como si fuesen simples errores cometidos por nuestros servicios de inteligencia.
Despachamos el islam radical como la "enfermedad mental" de unos pocos trastornados. Mientras, cada semana, se abren dos nuevas mezquitas salafistas en Francia, a la vez que se predica el islam radical en más de 2.300 mezquitas francesas. Miles de musulmanes europeos han desaparecido para librar la yihad en Siria e Irak, y los fundamentalistas se están haciendo con el control de las mezquitas y centros islámicos. En Bruselas, todas las mezquitas están controladas por salafistas, que están diseminando el islam radical entre las masas musulmanas.
La triste verdad es que Europa nunca ha tenido la voluntad política de librar una guerra total contra el ISIS y otras organizaciones terroristas. De lo contrario, Raqa y Mosul ya habrían sido neutralizadas. En su lugar, los islamistas se han ido apoderando de Molenbeek en Bélgica, los suburbios franceses y grandes franjas de Gran Bretaña. Ahora deberíamos estar celebrando la liberación de Mosul y la vuelta de los cristianos a sus casas; en vez de eso estamos guardando luto por las 22 personas asesinadas, los 64 heridos por un terrorista suicida islámico en Manchester y los 29 cristianos asesinados en Egipto, todo en una misma semana.
El combate de verdad requeriría un bombardeo a gran escala para eliminar a todos los islamistas posibles. Pero aparentemente no estamos dispuestos a abandonar nuestras masoquistas reglas de enfrentamiento, que privilegian al enemigo de nuestra población frente a ésta. Europa jamás exigió tampoco que sus comunidades musulmanas abjuraran del yihadismo y la ley islámica, la sharia. Este silencio es lo que ayuda a los islamistas a cerrar la boca de los bravos disidentes musulmanes. Mientras, los ejércitos europeos están menguando día tras día, como si ya consideráramos terminada la partida.
Después de cada atentado, los líderes europeos reciclan los mismos eslóganes vacíos: "Hay que seguir adelante"; "Somos más fuertes"; "Normalidad". El alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Jan, ¡nos dice que debemos acostumbrarnos a la masacre diaria! Dice que cree que la amenaza de los ataques terroristas "forma parte de vivir en una gran ciudad". ¿En serio está diciendo que se supone que debemos acostumbrarnos a que masacren a nuestros propios hijos en el Manchester Arena? El terror islámico se ha convertido ahora en parte del paisaje de demasiadas ciudades europeas: París, Copenhague, Niza, Toulouse, Berlín...
En lugar de concentrarse en la yihad y el islam radical, los líderes europeos siguen hablando de la "amenaza rusa". Sería un error pasar por alto el expansionismo ruso, ciertamente. ¿Pero acaso han atacado Westminster las tropas de Vladímir Putin? ¿Se han inmolado agentes rusos, llevándose con ellos vidas de niños en un concierto en Manchester? ¿Ha masacrado un exespía soviético a los suecos que iban por la calle en Estocolmo? Para los líderes europeos, hablar de Putin parece una distracción de los verdaderos enemigos.
El escritor francés Philippe Muray escribió en su libro Queridos yihadistas:
¡Queridos yihadistas! ¡Temblad ante la ira del hombre en bermudas! ¡Temed la rabia de los consumidores, los viajeros, los turistas, los veraneantes, que se alzan desde sus caravanas! Imaginaos a vosotros en nuestro lugar, regodeándonos en el goce y el lujo que nos han debilitado.
Parece que para Europa, el terrorismo islámico no es real, sino sólo una interrupción momentánea de su rutina. Luchamos contra el calentamiento global, la malaria y el hambre en África, y por un mundo de igualdad global. ¿Pero no estamos dispuestos a luchar por nuestra civilización? ¿O es que ya nos hemos rendido?