Cuando el entonces candidato Donald Trump dijo en enero de 2016 que, gracias a la inmigración masiva, Bruselas se estaba convirtiendo en un agujero infernal, los políticos belgas y europeos formaron un frente unido en las barricadas (mediáticas): ¿Cómo se atreve a decir tal cosa? Bruselas, capital de la Unión Europea, la quintaesencia misma del mundo posmoderno, la vanguardia de la nueva "civilización global", ¿un agujero infernal? Por supuesto, asimilar a los recién llegados no siempre es fácil, y puede haber fricciones de vez en cuando. Pero no importa, dijeron: Trump es un bufón de todas formas, y tiene cero posibilidades de salir elegido. Este tipo de cosas pensaban los ávidos lectores de la edición internacional de The New York Times y los espectadores habituales de CNN internacional.
Sin embargo, Donald Trump, con su estilo inconfundible e impulsivo, tenía razón: Bruselas está descendiendo rápidamente al caos y la anarquía. Exactamente dos meses después de esa radical trumpada, Bruselas quedó desgarrada por un terrible atentado islámico que dejó 32 muertos. Y eso era sólo la punta del monstruoso iceberg que se ha formado a lo largo de tres décadas de inmigración masiva y locura socialista.
En Bruselas, sólo en el último mes, hubo tres estallidos distintos de revueltas y múltiples saqueos.
Primero, fue la clasificación del equipo marroquí para la Copa del Mundo de fútbol: entre 300 y 500 "jóvenes" de origen extranjero salieron a las calles de Bruselas a "celebrar" el acontecimiento a su manera, saqueando decenas de tiendas en el centro histórico de Bruselas, causando estragos en las desiertas avenidas de la "capital de la civilización" y, en los disturbios, hirieron a 22 policías.
Con cañones de agua, policías antidisturbios tratan de hacer retroceder a unos vándalos en el centro de Bruselas, Bélgica, el pasado 12 de noviembre. Cientos de "jóvenes" de origen foráneo 'celebraron' la clasificación de Marruecos para el mundial de fútbol provocando altercados e hiriendo a 22 policías. (Imagen: captura de un vídeo de Ruptly). |
Tres días después, una estrella de rap en las redes, apodado "Vargass 92", ciudadano francés de origen extranjero, decidió organizar otra "celebración" no autorizada en el centro de Bruselas, que derivó enseguida en nuevos disturbios. De nuevo, hubo destrozos en tiendas y agresiones a personas por la simple razón de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Algunos vídeos publicados en las redes sociales muestran al mundo (y a los belgas) la verdadera cara de Bruselas sin el maquillaje de los políticos. No sorprende que la élite política europea odie las redes sociales con todo su alma; prefieren la higienizada (y, tanto en Francia como en la francófona Bélgica, fuertemente subvencionada) prensa tradicional.
Por último, el 25 de noviembre, las autoridades socialistas al frente del Ayuntamiento de Bruselas tuvieron la brillante idea de autorizar una manifestación contra la esclavitud en Libia, que rápidamente degeneró otra vez en disturbios: se destrozaron tiendas, se incendiaron coches y 71 personas fueron arrestadas.
Esta anarquía, que no tiene ni la más remota justificación política, es ahora lo normal en Bruselas. A los políticos no les gustará esa realidad, fruto de su lamentable negligencia, pero es un hecho general e inevitable. La nueva Bruselas se caracteriza por los disturbios y los saqueos por parte de personas de origen extranjero, así como la fuerte presencia militar en las calles de Bruselas, desplegada desde el 22 de marzo, el día que islamistas europeos asesinaron a 32 personas e hirieron a otras 340 en el peor atentado de la historia de Bélgica.
Uno se podría preguntar por qué estos buenos soldados belgas que patrullan las calles no hacen nada para parar los disturbios. Por la simple razón de que eso está fuera de su jurisdicción; si un soldado llegara a herir a un saqueador, probablemente sería flagelado públicamente, puesto en la picota por los medios, llevado a juicio y despedido de forma deshonrosa.
Sería cómico si no fuese grave. Tras los dos primeros disturbios recientes, la televisión pública belga (RTBF) organizó un debate con políticos y analistas de Bruselas. Entre los participantes estaba el senador Alain Destexhe, del Movimiento Reformista, de centro derecha (el partido del primer ministro de Bélgica).
Destexhe es una figura interesante de la política belga. En la Bélgica francoparlante, ha sido uno de los pocos que ha dicho públicamente que la inmigración masiva que los belgas se están infligiendo a sí mismos es insostenible, que quizá el islam no sea una religión tan pacífica y que las aulas donde el 90 % de los niños son de origen extranjero, que no hablan francés o neerlandés en casa, no son una receta para el éxito. Eso podría ser una obviedad en el mundo occidental, pero en la parte francoparlante de Bélgica, fuertemente influida por la cosmovisión francesa, se le consideraba de derechas, si no un extremista o un racista u otras lindezas que la Izquierda suelta a menudo.
Cuando, en el transcurso del debate, Destexhe intentó exponer sus argumentos —que hay una conexión entre la no integración de muchas personas de origen extranjero en Bruselas y el alto nivel de inmigración sostenido durante décadas—, el moderador le gritó, literalmente: "¡La inmigración no es el tema, señor Destexhe! ¡LA INMIGRACIÓN NO ES EL TEMA, PUNTO!", antes de darle la palabra a una "poeta de slam", una joven que explicó que el problema era que las mujeres que llevaban el velo islámico (como ella misma) no se sentían bien recibidas en Bruselas. Entonces se dio la instrucción al público de que la aplaudiera. En el plató estaba también una persona del Partido Verde que afirmaba que "nadie sabe de qué origen eran los causantes de los disturbios". Una pista: estaban "celebrando", a su idiosincrásica manera, la victoria de Marruecos. ¿Se trataba de un gran momento de surrealismo belga? No, sólo era un "debate" político típico en la Bélgica francoparlante, salvo que normalmente no invitan a Destexhe.
La imagen no sería completa sin mencionar que, la misma noche que comenzaron los disturbios, el 11 de noviembre, una asociación llamada MRAX (Mouvement contre le racisme, l'antisémitisme et la xénophobie) publicó en su página de Facebook un llamamiento para denunciar cualquier caso de "provocación de la policía" o "violencia policial". ¿Cuál fue el saldo de los disturbios? Veintidós policías heridos y cero detenciones. MRAX no es sólo un puñado de izquierdistas que simpatizan con el islamismo, sino que se financian en gran medida con fondos públicos. ¿También los movimientos de la derecha son financiados por los contribuyentes? Dicho pronto: no. En Bruselas, la tasa de paro es de un asombroso 16,9 %, un estupefaciente 90 % de los que reciben prestaciones sociales son de origen extranjero, y aunque los impuestos están entre los más altos del mundo, las arcas públicas se están desangrando. Es la triste instantánea de otro fracaso socialista.
Pero hay esperanza. Bruselas no es sólo Molenbeek y disturbios, tiene una sólida tradición de emprendimiento, y el Gobierno federal, en especial su componente flamenco, es sumamente consciente de los desafíos que tienen que afrontar. Pero nada cambiará si la gente no reconoce que, en muchos aspectos, Bruselas ha dejado de ser la opulenta ciudad conservadora y "burguesa" que era hace veinticinco años para transformarse en un agujero infernal.
Irónicamente, lo que Bruselas necesita ahora es, obviamente, otro Donald Trump.