En Abu Dabi, a los miembros del victorioso equipo de judo israelí se les hizo subir al podio de los ganadores sin su himno ni su bandera. Unos días después, el presidente francés, Emmanuel Macron, aterrizó en Abu Dabi, donde tachó de mentirosos a los que dicen que "el islam se construye destruyendo los demás monoteísmos". Macron ni siquiera levantó la ceja ante el antisemitismo y el racismo mostrado por las autoridades emiratíes. Macron simplemente alabó el islam en un país que castiga con la muerte a aquellos musulmanes que se convierten al cristianismo o profesan el ateísmo.
En la base naval francesa en Abu Dabi, los días 8 y 9 de noviembre, hablando ante un grupo de empresarios, Macron insistió en la importancia de la alianza con Emiratos Árabes Unidos (EAU) por ser un "socio esencial con quien compartimos la misma visión sobre la región y evidentes intereses comunes". Esa efusión va más allá del lenguaje habitual de la diplomacia. Macron está mostrando ahora una empatía estratégica y un compromiso con el mundo árabe-islámico. ¿Es esta declaración un preludio a la sumisión?
Lejos de defender los valores judeocristianos sobre los cuales Francia, Occidente y la propia Europa se fundaron —como las libertades individuales, la libertad de expresión, la separación entre Iglesia, Estado y justicia, e igualdad ante la ley— Macron, en las últimas semanas, ha hecho una apología del islam ante los dignatarios árabe-musulmanes.
El 7 de diciembre, Macron fue a Qatar; este año, visitará Irán, viaje que lo convertirá en el primer presidente francés que visita la República Islámica desde 1971. En Doha, Macron y Qatar firmaron contratos por valor de unos 12.000 millones de euros. Y allí, en un país que promovió abiertamente el antisemitismo en su feria del libro, Macron insistió en desaprobar la decisión del presidente de EEUU, Donald Trump, de reconocer Jerusalén como capital de Israel.
Unos días después, en Naciones Unidas, el embajador de Macron votó con los regímenes árabes e islámicos; fue una grosera traición al único aliado democrático de Europa en Oriente Medio: Israel. En una sola semana, Francia votó dos veces a favor de resoluciones propuestas por los árabes contra la decisión estadounidense de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel; primero, en el Consejo de Seguridad de la ONU, después en su Asamblea General. Como dijo Michael Oren, viceministro israelí para Asuntos Diplomáticos: "La ONU niega a Israel sus lazos con Jerusalén". Los lazos de Macron con el mundo islámico, sin embargo, parecen tremendamente fuertes.
Sólo este mes, Francia voto dos veces en Naciones Unidas a favor de resoluciones patrocinadas por los árabes contra la decisión de EEUU de reconocer Jerusalén como capital de Israel. En la imagen, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se dirige a la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, el 19 de septiembre de 2017. (Foto: Spencer Platt/Getty Images). |
De vuelta en París, Macron dio la bienvenida al rey de Jordania, Abdulá II, al palacio presidencial, y elogió el papel de Amán como el "guardián" de los lugares sagrados en Jerusalén. El objetivo de Abdulá, sin embargo, es otro. Como dice sin tapujos, quiere evitar la "judaización de Jerusalén", lo que significa disputar la soberanía israelí sobre la ciudad santa.
En su reciente viaje a Argelia, Macron, primer jefe de Estado francés nacido tras la guerra de Argelia, dijo que los 132 años de reinado francés sobre Argelia eran "un crimen contra la humanidad". El presidente no tuvo ninguna palabra de elogio por algo que los franceses hubiesen hecho o dejado en Argelia. En un aparente gesto de reconciliación, Macron dijo que estaba "dispuesto" a devolver a Argelia los cráneos de los combatientes argelinos que mató en la década de 1850 el ejército francés, actualmente expuestos en el Museo del Hombre de París.
Este fue, pues, el balance de los recientes y frenéticos viajes de Macron al mundo árabe: espléndidos contratos, palabras apologéticas hacia los islamistas, contrición por el pasado colonial francés y silencio sobre el antisemitismo y el islam radical.
Mientras, en Francia, las autoridades estaban atareadas desmantelando su patrimonio judeocristiano. Un alto tribunal ordenó hace poco la retirada de una cruz de la estatua de Juan Pablo II en una localidad de Bretaña, porque la cruz vulneraba supuestamente las normas sobre laicismo. El Consejo de Estado, el más alto tribunal administrativo de Francia, obviamente decidió que la cruz infringía una ley de 1905 que imponía la separación de la Iglesia y el Estado. Después de eso, el mismo Consejo de Estado mandó que se derribara un belén en el ayuntamiento de la localidad de Béziers. Después, el enviado especial de Macron para asuntos de Patrimonio, Stéphane Bern, propuso cobrar una tarifa para entrar a las catedrales e iglesias francesas, como si fuesen museos.
Sin embargo, unos días después, Macron de Francia mostró toda la doble moral y la vacua retórica de su "laicismo". Las autoridades francesas permitieron a los musulmanes del suburbio parisino de Clichy La Garenne celebrar una misa de oración en la calle. Por eso cien políticos y administradores franceses salieron a las calles de París para protestar por las oraciones. "No se puede tomar el espacio público de esta manera", dijo Valérie Pécresse, presidenta del consejo regional de París.
Este es exactamente el trágico final del falso "laicismo" francés: permite las expresiones públicas de la religión islámica en Francia, pero prohíbe las cristianas.
En París, Arabia Saudí, un importante foco de la política exterior de Macron, está muy ocupada estos días patrocinando "iniciativas culturales". Arabia Saudí ha estado involucrada en la renovación del Instituto del Mundo Árabe, ubicado en París. Jack Lang, director del instituto, descubrió una placa en agradecimiento a Arabia Saudí por la donación de cinco millones de euros que el reino realizó al instituto.
Después se produjo un suceso atípico en la Catedral de Nôtre Dame, el lugar más importante para los católicos franceses. Bajo sus inmensas bóvedas, un pequeño grupo de hombres vestidos con el atuendo tradicional saudí contemplaba las esculturas que había allí. La delegación estaba encabezada por Mohamed Al Isa, secretario general de la Liga del Mundo Islámico, nombrado hace un año director de la organización, con sede en La Meca y dedicada a la promoción del islam en todo el mundo. Como señaló el periódico La Croix:
Arabia Saudí es uno de los países musulmanes más conservadores del mundo. Allí no se reconoce ninguna otra religión que no sea el islam. Ningún otro clero, salvo musulmán, tienen derecho a practicar su religión allí, y la construcción de lugares de culto que no sean mezquitas está prohibida.
Así que las autoridades cristianas francesas están abriendo sus lugares más sagrados a los islamistas, como a todo el mundo. Estos saudíes, sin embargo, prohíben a los demás practicar su fe en Arabia Saudí. Este es el "suicidio francés", como advierte Éric Zemmour en su libro más famoso, Le suicide français (El suicidio francés).
El príncipe heredero saudí acaba de comprar el cuadro de Leonardo da Vinci Salvator Mundi por una cifra récord de 450 millones de dólares en una subasta el mes pasado. Después, Emiratos Árabes Unidos tuiteó que el cuadro "irá al Louvre de Abu Dabi", recientemente inaugurado por Macron. ¿Qué más venderá ahora Europa de su patrimonio?