El Foro Económico Mundial (WEF), ese imperio aplastanaciones, parece un desguace que ha robado piezas de las peores dictaduras del mundo para crear un Frankenstein woke. Así, de los aztecas ha tomado la afición a los sacrificios humanos para ahuyentar el mal tiempo; de los comunistas chinos, el amor por el control absoluto y la erradicación de la cultura tradicional; de los fascistas italianos, su conchabeo con los monopolios corporativos para exprimir a la sociedad, y de los nazis alemanes la creencia en una raza superior, en este caso las celebridades, banqueros, capitalistas y potentados que se reúnen en Davos y otros lugares para aplaudir sus propios logros y seguir aplicando su plan maestro, que el WEF llama cariñosamente El Gran Reinicio.
Como el propio Klaus Schwab declaró recientemente a su popurrí de invitados principescos, el WEF pretende "dominar el futuro", ¿y quién mejor para dominar el porvenir que quienes consideran al resto de los habitantes del planeta poco más que siervos?
Habría estado bien que los monstruos totalitarios del siglo XX hubieran servido de advertencia a la Humanidad para que no volviera a adentrarse imprudentemente por la sangrienta senda del autoritarismo. Por desgracia, parece que las lecciones brevemente aprendidas de un siglo de guerras mundiales, genocidios, conquistas y revoluciones se han esfumado como semillas de diente de león, y el mal podrá arraigar y crecer una vez más. Por supuesto, el WEF no se ve como nada que remita a Stalin, Hitler, Tojo, Mussolini, Pol Pot o Mao. Más bien se ve como se ve a sí mismo John Kerry: como un "selecto grupo de humanos" que salvará el planeta para todos los demás. ¿Acaso los totalitarios del siglo pasado se veían a sí mismos de otra manera? Como podría haber preguntado Albert Camus: ¿cuándo "el bienestar de la Humanidad" no ha sido "la coartada de los tiranos"?
Cuando los individuos más ricos y poderosos del planeta se reúnen al amparo de una seguridad militar abrumadora, que garantiza tanto su seguridad como la exclusión del resto, me viene a la mente una advertencia formulada en La riqueza de las naciones de Adam Smith:
La gente del mismo oficio rara vez se reúne, ni siquiera para divertirse, sino que la conversación termina en una conspiración contra el público o en alguna estratagema para subir los precios.
Las palabras de Smith nunca han sido más acertadas, con la locura de sustituir los hidrocarburos por alternativas verdes insuficientes que disparan los precios de las materias primas y de los bienes en todo el mundo, mientras el rápido aumento del coste de la vida asfixia a todos menos a los más acomodados, Como explica sin rodeos Kerry, sólo se puede luchar contra el cambio climático con "dinero, dinero, dinero, dinero, dinero y dinero". Resulta extraño ver cómo una élite plutocrática y engreída regala el partido. Si cada una de esas exhortaciones dinerarias representa cien billones de dólares, puede que esté a punto de escupir algo de verdad.
Antes de que los descerebrados defensores del Club de Klaus griten que las motivaciones humanitarias del WEF no tienen nada que ver con amasar dinero, deténganse a considerar la insensatez de tal afirmación. La gente que posee una fortuna tiene un incentivo económico para ocultarla tras el manto de la benevolencia, a fin de evitar el escrutinio mientras la sigue incrementando. Detrás de cada centímetro del "reconstruir mejor" (build back better) del gran restablecimiento (great reset) de la economía mundial que promueve el WEF hay algún titán empresarial, gigante bancario, político ávido de poder, cacique burocrático o simple aristócrata que gana dinero o influencia gracias a la multitud de transacciones secretas que apuntalan toda la farsa filantrópica.
Lo del "amor a la Humanidad" es sólo para las pegatinas que el WEF pueda pegar en sus vehículos eléctricos; la codicia sigue electrizando los secretos apretones de manos de los más poderosos cuando se reúnen. Dependen de la mano de obra esclava africana para la extracción de las materias primas verdes y de la mano de obra esclava china para la fabricación de las tecnologías verdes, al tiempo que tachan de intolerantes a quienes se oponen a sus políticas de fronteras abiertas que inundan las naciones occidentales de mano de obra barata. Como era de esperar, los máximos responsables de socavar a las organizaciones sindicales en casa mientras subvencionan la esclavitud en el extranjero son los mismos que sermonean al mundo sobre el racismo, los salarios justos y los derechos humanos.
Como ocurre con todas las estafas en las que los ricos y poderosos optan por robar aún más a los pobres y desvalidos, el altruismo de la WEF parece bastante mafioso. Sus agentes llaman a las puertas de las empresas de todo Occidente con una sencilla propuesta:
Puede que no se hayan enterado, pero hay muchos tipos malos que desean hacerles daño. La buena noticia es que podemos ofrecerles protección por sólo el cincuenta por ciento de sus beneficios.
Los empresarios que no han tenido problemas para obtener beneficios en el pasado se niegan en un primer momento. Y entonces sus nuevos amigos les explican:
No creo que entienda que, sin nosotros, podría tener a grupos de derechos civiles boicoteando sus productos por racistas y transfóbicos, a grupos de inversión devaluando sus acciones por no comprometerse con la ESG, y a bancos negándose a ofrecerle préstamos por su apoyo al odio y la desinformación. Nuestro personal de noticias corporativas podría tener que publicar artículos negativos sobre su empresa. Sería una pena ver sufrir a un pequeño negocio tan agradable, cuando estamos aquí para ayudar.
¿Y cómo podría conseguir el empresario esa ayuda?
Sólo tiene que hacer lo que dice el WEF de Klaus Schwab, hacer negocios con nuestros bancos y proveedores autorizados, expresar su apoyo a nuestras causas, y nosotros nos encargaremos del resto. ¡Hasta conseguiremos que los políticos que tenemos en nómina le den las gracias públicamente por salvar el mundo, oiga!
El palo y la zanahoria. Puede que vuelen en jets privados y se olviden de cuántas mansiones poseen, pero, al fin y al cabo, la camarilla del WEF es la mayor colección de matones que el crimen organizado ha conseguido reunir en una misma sala. Está orquestando los planes más eficaces jamás concebidos para obligar a pueblos que antes eran libres a hacer exactamente lo que ellos dicen. Es la Cosa Nostra convertida en la cosa de Klaus. En una época más justa, cualquiera que asistiera a las reuniones del WEF sería detenido por conspiración para cometer chantaje y fraude. En cambio, como los dueños de nuestro futuro han invertido mucho en la elección de los líderes más destacados de Occidente, los presidentes, los primeros ministros, los legisladores e incluso los estados mayores de los ejércitos están encantados de defender su causa.
António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, dijo a su audiencia del WEF que la economía mundial corre un peligro tremendo, mientras que omite señalar que han sido las propias políticas confinatorias del WEF a cuenta del covid y los intentos de utilizar la pandemia como un gran reseteo para que Occidente transite de los hidrocarburos a las energías verdes los responsables de gran parte de los daños. En lugar de utilizar el escenario global para emitir un muy necesario mea culpa a todo el mundo, el jefe de la ONU estaba más interesado en plantear otros dos puntos: 1) las redes sociales que promuevan "información falsa" deberían "rendir cuentas"; 2) los políticos deberían imponer políticas impopulares a sus sociedades por el propio bien de estas.
En esencia, el jefe del órgano de gobierno internacional preferido de los globalistas exige que los líderes nacionales ignoren intencionadamente la voluntad de sus pueblos e implanten un sistema para la
criminalización de la libertad de expresión, para que la disidencia desaparezca mágicamente, como un manifestante en un campo de reeducación. Son las mismas élites del WEF que luego tienen la temeridad de ponerse a predicar sobre la "democracia" y los "valores occidentales".
El presidente de Colombia, Gustavo Francisco Petro Urrego, no tuvo ningún problema en decir en voz alta lo que se suele decir en voz baja. Sentado junto al campeón verde Al Gore, Petro Urrego proclamó que la Humanidad debe "superar el capitalismo" si quiere sobrevivir. Dado que Gore, miembro del Consejo de Administración del WEF, no parecía estar en desacuerdo, parece justo decir que el Club de Davos encuentra más cosas que le gustan en una versión del comunismo controlada por las élites (¿hay de algún otro tipo?) que en un sistema de libre mercado en el que la gente corriente pueda prosperar.
Si todo esto suena salvajemente antagónico con las libertades occidentales, tan duramente peleadas, que priorizan la protección de los derechos y libertades individuales sobre las intrusiones indiscriminadas del Estado, es porque el Foro Económico Mundial ha puesto patas arriba el impagable legado ilustrado de Occidente. Coincidiendo con su última reunión, el WEF ha publicado un informe en el que cita "la información incorrecta y la desinformación" entre los "riesgos" mundiales más importantes. Los miembros del WEF predicen públicamente que las leyes contra la "incitación al odio" llegarán pronto a Estados Unidos, en violación directa de las protecciones de la Primera Enmienda de la Constitución a la libertad de expresión. En la interminable guerra contra el siempre cambiante clima de la Tierra, cada vez son más las voces que abogan por la imposición de "cupos de carbono" individuales. Estos mismos autoritarios impulsan los pasaportes digitales de vacunación, el rastreo de contactos, el uso obligatorio de vacunas experimentales y los test omnipresentes. Y en línea con la determinación del WEF de que los occidentales pasen a alimentarse con bichos, la Unión Europea ha autorizado ahora el consumo general de grillos domésticos. Censura, vigilancia masiva e insectos: bienvenidos al futuro, si el WEF se sale con la suya.
Ninguno de los vastos programas del WEF para rehacer el mundo de acuerdo con los intereses de sus miembros suena a nada que los occidentales libres pudieran abrazar voluntariamente. Seguramente por eso tantos de los ponentes del Foro instan a la adopción contundente de esas políticas, independientemente del apoyo público. Quizá por eso el Partido Comunista Chino aplaudió recientemente el "espíritu de Davos". Los comunistas reconocen el comunismo cuando lo ven, y a China le gusta lo que ve en la oligarquía globalista de Klaus Schwab.