Anthony Fauci. (Foto: Kevin Dietsch/Pool/AFP via Getty Images) |
El doctor Anthony Fauci, zar para la mitigación del covid y la imposición gruñona de la mascarilla, lamentó recientemente la creciente reticencia de los estadounidenses a "adherirse" a las restricciones sanitarias. Culpando tanto a la "fatiga" y la "división política" como a la "desinformación y la mala información en las redes sociales", el buen doctor parecía bastante molesto porque los norteamericanos ya no se muestran dispuestos a cumplir con todas y cada una de las recomendaciones que salen de su oficina. El caso es que, cuando los funcionarios mandan y los ciudadanos acatan, la opinión de los expertos asfixia la libre elección de los individuos. Y eso no es muy americano, precisamente.
Sea como fuere, Fauci tiene razón en una cosa: los estadounidenses están cansados. Están cansados de que una campaña médica de "dos semanas para aplanar la curva" vendida como solución provisional a una crisis sanitaria acuciante se convierta en un estado de emergencia permanente. Están cansados de ver cómo cae el rendimiento académico de sus hijos debido a la interrupción de las rutinas escolares y al aprendizaje a distancia obligatorio. Están cansados de ver cómo sus restaurantes favoritos cierran porque el estrés financiero de los cierres compulsivos fue demasiado para ellos. Están cansados de las estrictas directrices hospitalarias que han mantenido a las familias alejadas de sus seres queridos moribundos e impedido el diagnóstico temprano de cánceres, el desarrollo de tratamientos adecuados y a menudo incluso la atención cotidiana. Pero, más que nada, los norteamericanos están hartos de consejos de "expertos" que a menudo han resultado engañosos, inadecuados o directamente equivocados.
Durante más de dos años, los "expertos" dijeron a los estadounidenses que las mascarillas eran en gran medida ineficaces; bueno, necesarias; que mejor aún era llevar dos, aunque lo mismo se contaminaban con bacterias y hongos. Los "expertos" prometieron que las vacunas experimentales de ARNm evitarían la infección y transmisión del covid-19, antes de admitir que sólo podrían paliar los síntomas graves. Los "expertos" sostuvieron que la vacunación con ARNm proporcionaba una mayor protección que la inmunidad natural conferida por la infección convencional, antes de admitir que la evidencia disponible no respaldaba tal afirmación. Los "expertos" dijeron que dos vacunas eran suficientes para conseguir la inmunidad; antes de añadir un refuerzo, y luego otro, y después admitir que podría ser necesario vacunarse cada pocos meses. Los "expertos" se mofaron de la "desinformación" sobre los efectos secundarios adversos de unas vacunas apenas testadas, antes de reconocer que se estaban produciendo lesiones y muertes. Los "expertos" incluso amenazaron las licencias y certificaciones de médicos disidentes cuyos juicios profesionales a menudo han resultado ciertos. Si esta prolongada "emergencia" de covid ha demostrado algo a los estadounidenses es que la confianza ciega en la pericia del Gobierno no es garantía de honestidad ni de éxito.
Si los norteamericanos ya no se toman las palabras de Fauci como si fueran un manual de instrucciones sobre cómo vivir la vida, la caída del faucismo señalará la vuelta al sentido común. Eso es bueno. En un país libre como el nuestro, siempre se debe animar a los ciudadanos a confiar en su capacidad para comprender los asuntos del momento y resolverlos según su criterio. Eso es la libertad: el derecho inherente de cada individuo a absorber información, dotarse de preferencias y actuar con resolución.
Una nación fuerte requiere ciudadanos seguros de sí mismos, y los ciudadanos seguros de sí mismos se forjan en culturas que valoran la formación personal, el saber hacer y la autosuficiencia. Es importante no equiparar la titulaciones académicas con la capacitación. Ninguna institución tiene el monopolio del conocimiento, y ningún título confiere automáticamente la expertise. Es el deseo de aprender, la capacidad de aplicar lo aprendido y la disposición a corregir ideas previas lo que fomenta que haya ciudadanos bien informados. Cuando se les trata con respeto, los estadounidenses confían en poder tomar sus propias decisiones. Cuando se les da la posibilidad de hacerlo, se les estimula a tomar el control de sus propias vidas. Y cuando los estadounidenses toman el control de sus propias vidas, el resultado natural es una sociedad sana y robusta. El conocimiento y la autosuficiencia son las claves.
Un joven trabajador con pocas probabilidades de padecer el covid-19 con graves consecuencias para su salud tiene todo el derecho a determinar por sí mismo si gestionar un pequeño negocio le resulta más importante que quedarse encerrado en casa. Los padres tienen todo el derecho a sopesar, por un lado, el coste de la pérdida de oportunidades educativas para sus hijos en edad escolar y, por otro, los riesgos aparejados a la enfermedad. Los adultos están totalmente capacitados para juzgar si las mascarillas, los guantes o los trajes de protección integral les son necesarios para el día a día. Así como para determinar si desean que les inyecten nuevas vacunas de ARNm. Insistir en que carecen de la capacidad para tomar decisiones vitales supone insistir en que se les infantilice para el resto de sus vidas.
En cambio, confiar en que los norteamericanos recurran al sentido común maximiza la autodeterminación de la ciudadanía, al tiempo que fomenta la contención del Gobierno. Establece una línea clara entre la autonomía corporal del individuo, por un lado, y una burocracia amorfa demasiado dispuesta a dictar normas porque sí, por el otro. Recuerda a los estadounidenses que son ellos, y no el Gobierno, los responsables últimos de su salud y seguridad. Y contribuye a mantener los poderes gubernamentales de emergencia bajo control.
Creer que los estadounidenses no pueden, o no deben, tomar sus propias decisiones en materia de salud es robarles su autonomía personal y hacerlos completamente dependientes de las directrices del Gobierno. Ese sistema incrementa la autoridad burocrática y hace del ciudadano un esclavo del Estado. Este tipo de control gubernamental total es el sello de las sociedades autoritarias y totalitarias. Sin embargo, no tiene absolutamente ningún lugar en ninguna nación que se considere un bastión de la libertad individual.