Cuando sir Tomás Moro escribió su sátira sociopolítica sobre una sociedad isleña ficticia en el Nuevo Mundo, le dio el nombre inventado de Utopía, derivado del griego y que significa el "no lugar". Aunque Moro decía con humor a su público que su comunidad idealizada no existía en ninguna parte, siglos de planificadores centrales persiguiendo el espejismo de las sociedades utópicas no han entendido la broma. Peor aún, por cada comunidad religiosa pacífica que busca separarse de la civilización moderna hay un tirano sediento de poder que intenta imponer su voluntad sobre todos los demás.
Parece como si no pasara una generación sin su megalómano alzado para proclamar: "Si se hace exactamente lo que yo exijo, les entregaré el paraíso aquí en la Tierra". Por lo general, estos mismos narcisistas pasan a la Historia como bufones vanidosos o tiranos sanguinarios, o –a menudo– ambas cosas.
Hoy, Klaus Schwab se alza como líder del Foro Económico Mundial (WEF) para prometer un Gran Reinicio (Great Reset) para la especie humana. Concibe una futura utopía lograda mediante la precisión tecnológica, la gestión centralizada de los recursos de la Tierra, la cuidadosa observación de los ciudadanos, la fusión de la inteligencia humana y la artificial y la monopolización del poder gubernamental por una pequeña clase profesional de reconocida experiencia. Aunque el WEF lleva 50 años organizando conferencias, publicando propuestas políticas y poniendo en contacto a líderes mundiales de la industria, la banca, las tecnologías de la información, la inteligencia, la estrategia militar y la política, su misión es muy sencilla: los mejores y más inteligentes deben gobernar a todos los demás.
Al margen de todas sus pretensiones de "salvar al mundo" del crecimiento descontrolado de la población y del apocalipsis climático, el WEF no es nada nuevo. Sus fundamentos existen al menos desde los tiempos de Platón; y es que hace dos milenios y medio el filósofo griego propuso que la ciudad-estado ideal estuviera gobernada por "reyes filósofos". Del mismo modo que Platón estudió el mundo y concluyó, como era previsible, que los que eran como él debían lógicamente gobernar a todos los demás, las élites mundiales del Foro Económico Mundial han llegado a una determinación sorprendentemente similar. Lejos de presentar algo progresista o moderno, Schwab y sus acólitos siguen los pasos de un griego de la antigüedad. Durante medio siglo, los miembros del WEF se han dedicado a idear el Gobierno mundial perfecto sin contar con la opinión de los votantes de las naciones occidentales y, para sorpresa de nadie, esos mismos reyes filósofos se han nombrado a sí mismos para gobernar. Qué conveniente.
Como ocurre con casi todas las visiones de la utopía, el nuevo orden mundial del WEF estará notablemente centralizado. Los expertos en cambio climático determinarán qué tipos de energía podrán utilizar las empresas y los consumidores. Los expertos en sostenibilidad determinarán qué alimentos podrán comer los humanos (al menos los que no pertenecen a la élite). Los expertos en desinformación determinarán qué tipo de noticias y qué lado del debate pueden conocerse y promoverse. Los expertos en sanidad determinarán cuántas veces hay que inyectar a cada ciudadano vacunas de nuevo cuño, si hay que mantener a los ciudadanos encerrados "por su propio bien" y si hay que llevar mascarillas para demostrar que se sigue cumpliendo la norma. Expertos en extremismo determinarán qué discursos son "dañinos". Expertos en racismo determinarán qué grupos de la sociedad tienen privilegios injustos. Los expertos en desigualdad determinarán a quién hay que quitar la propiedad y a qué grupos debe recompensar el Estado. Expertos en lo que el Estado requiera determinarán que el Estado está actuando razonablemente en cada momento. Sin embargo, la libertad de pensamiento, la libertad de expresión, los derechos individuales y otras libertades personales significarán poco en un futuro construido por el WEF y basado en la experiencia aprobada por los filósofos. En ningún momento puede permitirse que las necesidades, deseos o preocupaciones de un individuo obstruyan el "bien superior". Esta es la monótona visión de la Utopía de Schwab.
Si él y el clan del WEF lo consiguen, lo harán utilizando la tecnología para debilitar, en lugar de potenciar, a la especie humana. La gente ya se ha familiarizado con las nuevas condiciones de su futura esclavitud. Las monedas digitales de los bancos centrales permitirán a los Gobiernos no sólo hacer un seguimiento en tiempo real de los ingresos y el historial de compras de cada ciudadano, sino limitar lo que una persona puede gastar en función de unos sistemas de crédito social pergeñado por los Gobiernos, infracciones percibidas del "bien común" o, quizá, posesión injusta de "privilegios sistémicos". Los pasaportes digitales de vacunación no sólo permitirán un seguimiento universal de los movimientos de cada individuo, sino que garantizarán el cumplimiento a rajatabla de órdenes obligatorias durante las "emergencias sanitarias" que se declaren. La huella de carbono personal, que mide la culpabilidad de cada individuo en el llamado cambio climático antropogénico, tendrá el efecto de registrar todo lo que una persona come y todos los lugares a los que va, al tiempo que se empuja constantemente a cada ciudadano con recompensas o penalizaciones digitales para que modifique su comportamiento en beneficio de los estándares preferidos por el Gobierno. Huelga decir que, cuando un Gobierno posee poderes tan omnipotentes, las invasiones de la intimidad no hacen más que aumentar, las emergencias sanitarias no hacen más que multiplicarse y los codazos gubernamentales se agravan.
Si esto suena más a distopía que a utopía, y a cárcel no deseada supervisada por agentes gubernamentales que no rinden cuentas, es porque lo es, precisamente. Los fanáticos del WEF ya ni siquiera ocultan sus intenciones y va tan lejos como para impulsar la construcción de ciudades inteligentes o de quince minutos, en las que decenas de millones de personas puedan ser reubicadas, vivir apiñadas en pequeños complejos de apartamentos y moverse por un laberinto constante de entradas y salidas sólo accesibles mediante la verificación y aprobación digital de la identidad. En esencia, el objetivo es crear un panóptico digital que implemente todos los programas de vigilancia previos, para procurar a los futuros gobernantes un control absoluto, mientras se deja a todo el mundo en un estado permanente de dócil encarcelamiento. En la jerga del WEF, estos planes de supervisión total y modificación del comportamiento crearán un futuro "sostenible" para la Humanidad. No cabe duda de que los guardianes de las prisiones sienten lo mismo al ver a los reclusos tras las rejas. La diferencia es que en la utopía de la WEF no hay que cometer ningún delito para cosechar las injustas recompensas de Schwab.
Ahora bien, si los occidentales se dieran cuenta de lo que se les viene encima, podrían entrar en apoplejía y resistirse al nuevo orden mundial del WEF. Por esta misma razón, la guerra más importante que se libra hoy en día es una de la que nunca se habla abiertamente en la prensa: la guerra encubierta de la información.
Cuando se permite a la gente debatir abiertamente sus ideas en la plaza pública (incluida la plaza digital de las redes sociales y las páginas web libres de las prohibiciones de los motores de búsqueda), ese mercado libre de las ideas llegará hasta donde así lo decidan los individuos que debaten. Para que las narrativas gubernamentales no sólo sobrevivan sino que dominen toda opinión disidente, las plataformas aliadas del Gobierno deben inclinar la balanza de la libertad de expresión a su favor, ridiculizando, censurando o directamente criminalizando los pensamientos y expresiones de las mentes disidentes. En cualquier otro mercado, esa interferencia intencionada se consideraría una colusión anticompetitiva violatoria de las leyes antimonopolio; pero como los acólitos del Foro Económico Mundial consideran la libre expresión de los competidores como peligrosa "desinformación", el mercado libre de las ideas se ha transformado en un espacio seguro controlado para los amigos del Gobierno.
¿Qué ocurre cuando la ambivalencia gubernamental hacia la libertad de expresión se combina con la fuerza tecnocrática amoral que está detrás de los planes del WEF para la utopía global? Bueno, como Herr Schwab recientemente proclamó en la Cumbre Mundial de Gobiernos celebrada en Dubai, al hablar de inteligencia artificial (IA), chatbots e identidades digitales: "De alguna manera, quien domine esas tecnologías será el amo del mundo". (Después de eso, ¿lo del Gobierno mundial todavía se considera una "teoría de la conspiración"?). Si la WEF controla el mundo digital, entonces esencialmente controlará a la gente. Antaño cosa de ciencia ficción, sus tecnócratas tienen incluso un plan para "hackear" las mentes de los empleados mediante la monitorización y decodificación de sus ondas cerebrales.
Google se ha apuntado a este tipo de control del pensamiento: ha manifestado su intención de ampliar un programa de pre-bunking, destinado a inmunizar a la gente contra lo que considera "propaganda" o "desinformación", adoctrinando a tal fin a los usuarios de internet desprevenidos ante la propia propaganda de Google, elaborada en casa pero aprobada. Manipulando a los usuarios de Google sin su conocimiento, el gigante de los buscadores puede ahuyentar las ideas de la competencia ¡brillante!
El fundador de Microsoft , Bill Gates, piensa lo mismo. En una entrevista concedida al diario alemán Handelsblatt, el autoproclamado experto en vacunas sostiene que las tecnologías de IA deben utilizarse como potentes herramientas para combatir la "desinformación digital" y la "polarización política". Esto se conoce tras el reciente descubrimiento de que Microsoft ya ha estado utilizando a un think tank británico, el Global Disinformation Index (GDI), para elaborar en secreto listas negras de medios de comunicación conservadores norteamericanos e impedirles generar ingresos publicitarios. ¿El truco? El Departamento de Estado de ha estado financiando el trabajo sobre desinformación de GDI con fondos de los contribuyentes destinados a National Endowment for Democracy y a Global Engagement Center, posteriormente transferidos a GDI antes de que GDI blanquee el sórdido punto de vista discriminatorio de Microsoft y otras empresas tras un fino velo de objetividad.
Siguiendo el modelo del WEF de crear una alianza todopoderosa entre la industria privada y la autoridad gubernamental, Microsoft y el Departamento de Estado han descubierto la manera de socavar la disidencia haciendo que un tercero, GDI, etiquete todo ese discurso como "desinformación perjudicial" en su Lista de Exclusión Dinámica.
Asimismo, medios de comunicación financiados con fondos públicos de países como Alemania, Canadá, Suiza y Bélgica están colaborando para "desarrollar soluciones basadas en la Red" para combatir "los comentarios de odio y la creciente desinformación". ¿Qué puede salir mal cuando las instituciones controladas por el Estado se confabulan para controlar la difusión de la información? Como declaró ante el Congreso el antiguo jefe de Confianza y Seguridad de Twitter, Yoel Roth, "la libertad de expresión sin restricciones da lugar, paradójicamente, a menos expresión". A partir de este doble lenguaje orwelliano, la línea que separa la protección de la libertad de expresión de la censura absoluta se mueve en función de si el orador expresa puntos de vista que están de acuerdo o no con la coalición gobernante de titanes de las grandes empresas tecnológicas y autoridades gubernamentales. En la utopía de Schwab, no hay lugar para la verdadera libertad de expresión.
¿Qué ocurre cuando el trabajo de censurar al público se pone enteramente en manos de la inteligencia artificial? Aunque algunos líderes políticos han advertido de que la IA podría ser un "amenaza existencial" para la Humanidad, y aunque pioneros de la tecnología como el antiguo jefe de Google Eric Schmidt admiten que los sistemas informáticos basados en la IA deberían considerarse tan poderosos como las armas nucleares, la carrera hacia la utopía construida por la IA avanza a toda velocidad. Lo cual debería hacer reflexionar a cualquier persona en su sano juicio. Al fin y al cabo, los prejuicios cognitivos de las "élites" Big Tech, como Gates, Schmidt y otros, se traducirán casi con toda seguridad en prejuicios digitales para cualquier inteligencia artificial.
ChatGPT, un programa de software de inteligencia artificial lanzado a finales del año pasado, ya está asustando a la gente por su evidente sesgo político. En un caso, llegó a la conclusión de que utilizar un insulto racial era peor que permitir que una ciudad fuera aniquilada por una bomba nuclear. En otro, justificó la supresión de votantes de Trump como necesaria para "defender la democracia" y evitar la propagación de "discursos peligrosos", al tiempo que argumentaba que "la IA no debería utilizarse para suprimir la libertad de expresión" de los partidarios de Biden. Por otro lado, en cuanto algunos experimentadores tuvieron acceso al nuevo chatbot de Microsoft potenciado por IA, el cerebro sintético empezó a amenazar a la gente.
Estos primeros indicios preocupantes dan credibilidad a la advertencia de Schmidt de que la IA debe considerarse tan peligrosa como las bombas nucleares. Sin embargo, en lo que él y otras élites mundiales aliadas del WEF difieren de los científicos que participaron en el Proyecto Manhattan es en su deseo aparentemente urgente de volver estas impresionantes armas de IA directamente contra los pueblos occidentales.
Claramente, si el Foro Económico Mundial de Schwab pretende avanzar hacia a una utopía impulsada por la IA en la que él pueda ser el "amo del mundo", a los humanos les dará poca cancha. El ser humano se convierte, en un sentido muy real, en una cosa que contar, clasificar, etiquetar, vigilar, manipular y controlar. Se convierten en meros engranajes de la gran maquinaria transhumanista y tecnocrática del WEF, útiles durante un tiempo, quizá, pero en última instancia una carga a la que alimentar y dar cobijo y, lógicamente, prescindible. Si la inteligencia artificial puede hacer lo que Schwab necesita, y respaldar las ideas que Schwab venera, entonces los humanos sólo estorban. Si el Foro Económico Mundial logra su utopía centralizada, la cosificación de la especie humana será un paso de gigante hacia su eventual eliminación.