¿Qué hay del Tíbet? Ésa es tan sólo una de las cuestiones que deberían estar sopesando los israelíes y los europeos, ahora que la Unión Europea ha vuelto a decidir que debería dictar la política fronteriza y de seguridad israelí.
La semana pasada la UE prohibió que se financie a, o que se coopere con, cualquier institución israelí que opere en lo que denomina los "territorios ocupados", refiriéndose a la Margen Occidental (Judea y Samaria). No importa que -como ya han reconocido grupos palestinos- la prohibición vaya a afectar a los palestinos tanto como a los israelíes. En su perpetua fiebre por encontrar nuevos dobles raseros que aplicar, la UE se ha precipitado directamente sobre éste, sin pensarlo más.
Como dijo un alto cargo de la Autoridad Palestina al hacerse pública la noticia, muchos palestinos, en Ramala y en otros lugares, se verán tan afectados por la decisión de la UE como sus vecinos israelíes. El alto cargo, que rehusó dar su nombre, afirmó:
Por nuestra parte, tanto en la Autoridad [Palestina] como en Israel, contactamos con una serie de representantes de la Unión Europea para tratar de evitar la decisión, o al menos para que ésta no fuera oficial. No sólo las empresas israelíes se van a ver afectadas económicamente, también va a ser algo desastroso, económica y socialmente, para la comunidad palestina.
Bueno, ¿y qué son unos pocos palestinos para la persistente obsesión de la UE por aislar al Estado judío? Un daño colateral asumible, ¿verdad?
Pero, ¿qué pasa con Chipre? Al fin y al cabo, hay muchos países en el mundo con disputas fronterizas. Por lo menos, hay una muy importante en las fronteras de China (la del Tíbet).Y hay otra bastante famosa que afecta a las fronteras de Pakistán (la de Cachemira). Los conflictos fronterizos no son nada inusuales. Historias similares abundan en todo el mundo, como el conflicto sin resolver en el que se halla envuelto Marruecos respecto al estatus del Sáhara Occidental. Y, sin embargo, la Unión Europea tiene plenas (cuando no serviles) relaciones diplomáticas y comerciales con estos países.
Por supuesto, lo que hace aún más delicioso el último doble rasero de la Unión Europea es el hecho de que la isla de Chipre sea miembro de la Unión. Como tal, ¿no debería exigir la más minuciosa y persistente atención por parte de este organismo internacional?
Pues bien, no es así. Turquía se ha anexionado ilegalmente la parte norte de Chipre durante las últimas cuatro décadas. No es como si los turcos compartieran frontera con la isla. Y tampoco tienen -como tiene Israel con la Margen Occidental- ningún legítimo derecho histórico, político o territorial sobre la parte norte de la isla. No hay motivos de seguridad que sustenten la ocupación turca, a diferencia de la evidente necesidad que tiene Israel de poseer fronteras defendibles que no permitan a los terroristas de la Margen disparar cohetes sobre su territorio, como hacen sus amigos de la Gaza posterior a la retirada, o los del sur del Líbano.
Pero, a diferencia del caso de Israel y la Margen Occidental, la invasión turca de Chipre no es ni siquiera una cuestión disputada. Ciertamente, no fue ninguna comprensible ganancia territorial obtenida tras una agresiva guerra librada contra Grecia. Fue, lisa y llanamente, un robo, una anexión: terrorismo de Estado. Toda la comunidad internacional lo reconoce como tal. Pero, en 2013, Turquía no sólo no es un enemigo de la UE, ni un país que goza de plenas relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión: es un país al que muchos miembros destacados y dirigentes de la institución desean convertir en Estado miembro de pleno derecho de la Unión Europea.
En la quinta década de ocupación turca de Chipre, aún no hay ninguna imposición seria de la UE a los turcos respecto a lo que deben hacer en el norte de la isla. Ankara no siente la más mínima presión internacional para abandonar su ocupación ilegal. Y eso es porque, por alguna inexplicable razón, la UE no considera imperativo que Turquía cese dicha ocupación ilegal de un Estado miembro de la Unión. No considera que el futuro de una región dependa de ello. Y, pese a ello, aún persiste en su idea de que puede dar órdenes a Israel respecto a sus fronteras. Y que puede desempeñar un papel constructivo al hacerlo. De todas las falacias de la Unión Europea ésta es, ciertamente, la mayor de todas.
La UE no sólo tiene una visión equivocada del pasado de Israel; tiene una completamente desencaminada de su futuro.
Hoy en día, Israel está muy al final de la lista de países que suponen una preocupación, incluso en su propia región, y mucho menos en el mundo entero, con 100.000 muertos en Siria, Egipto que atraviesa una contra-contrarrevolución, y cuando el conflicto chií-suní parece que vaya a alcanzar uno de sus intermitentes puntos de ebullición en Siria con el choque entre los ejércitos chiíes de Hezbolá y las fuerzas suníes de la oposición. En medio de todo esto, dónde deban vivir o no los judíos en su hogar histórico es una cuestión de mínimo interés internacional.
Pero la Unión Europea, a la que siempre le gusta considerarse una institución progresista, demuestra, una vez más, estar estancada en un pasado errado y lleno de prejuicios. Israel no es el problema en Oriente Medio. Israel es hoy, de hecho, prácticamente lo único que no es un problema en la región.
Sin embargo, éste es el país en cuya soberanía la Unión Europea decide una y otra vez que puede inmiscuirse. Su última decisión no nos descubre nada de Israel o de la Margen Occidental, pero nos dice todo lo que necesitamos saber de la propia Unión Europea.