La reciente oleada de ataques terroristas en Jerusalén, Tel Aviv y la Margen Occidental no ha supuesto una sorpresa para quienes venían siguiendo la actual campaña de incitación de los palestinos contra Israel.
Dicha campaña subió de intensidad inmediatamente después del último y fallido proceso de paz entre palestinos e israelíes, promovido por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry. Su proceso, en realidad, puso a ambas partes en una trayectoria de colisión, la cual alcanzó su máxima intensidad con los recientes atentados contra israelíes.
Kerry no supo reconocer que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, no tiene un mandato de su pueblo para poder negociar, y mucho menos firmar, un acuerdo con Israel. Abás se encuentra actualmente en el décimo de sus cuatro años de mandato.
El secretario de Estado tampoco escuchó los consejos de quienes le avisaron, a él y a sus asistentes, de que Abás no sería capaz de llevar a la práctica ningún acuerdo con Israel. El rais ni siquiera puede visitar su casa en la Franja de Gaza controlada por Hamás, y controla menos del 40% de la Margen Occidental. ¿Dónde esperaba Kerry que el presidente palestino hiciera entrar en vigor un acuerdo con Israel? ¿En el centro de Ramala o de Nablús?
Lo que ni Kerry ni otros líderes occidentales quieren comprender es que Abás no está autorizado a hacer concesión alguna para firmar la paz con Israel, y que ha prometido reiteradamente a su pueblo que no las hará.
En un discurso pronunciado en Ramala el pasado 11 de noviembre, con motivo del décimo aniversario de la muerte de su predecesor, Yaser Arafat, Abás declaró:
El que entrega una pizca de tierra de Palestina o de Jerusalén no es uno de los nuestros.
Sólo esas declaraciones deberían bastarles a Kerry y a los dirigentes occidentales para darse cuenta de que es imposible pedirle concesiones a Abás. Como Arafat, se ha vuelto prisionero de sus propias palabras. ¿Cómo podría esperarse que aceptara un trato que no incluyera el 100% de sus exigencias (en este caso, todo el territorio tomado por Israel en 1967)?
El propio Abás sabe que si vuelve con el 97% o el 98% de sus exigencias, su gente o le escupirá en la cara o lo matará, después de acusarlo de ser un "derrotista" y de "renunciar a derechos palestinos".
Por eso precisamente Abás decidió retirarse del proceso de paz de nueve meses de Kerry. Al darse cuenta de que Israel no le iba a ofrecer el 100% de sus exigencias, prefirió abandonar las conversaciones el pasado verano.
A él le conviene más que lo critiquen Estados Unidos e Israel que ser acusado por los suyos de lograr un mal acuerdo con el Estado judío.
Ignorante de estos hechos, Kerry trató de presionar a Abás para que hiciera concesiones que habrían convertido al presidente de la Autoridad Palestina en un traidor a los ojos de su pueblo.
En vez de ser honesto con los suyos y decirles que la paz exige dolorosas concesiones también por parte de los palestinos y no sólo de Israel, Abás ha elegido (desde el colapso del proceso de Kerry) incitar a su pueblo contra los israelíes.
Desde entonces, Abás ha hecho a Israel responsable del fracaso de la iniciativa de Kerry. Se ha valido tanto de los medios como de un discurso incendiario para decirle a los suyos que Israel no es un socio para la paz. Además, le ha dicho a su pueblo que el único objetivo de los israelíes es apoderarse de territorios y llevar a cabo una "limpieza étnica" y un "genocidio" contra los palestinos.
Las recientes acusaciones del presidente de la AP de que los colonos y los extremistas judíos están "contaminando" la mezquita de Al Aqsa en Jerusalén deben tomarse en consideración dentro del contexto de la campaña masiva de incitación, la cual se ha recrudecido tras el fracaso del proceso de paz de Kerry.
En los últimos meses, Abás, Hamás y la Yihad Islámica han radicalizado a los palestinos hasta el punto de que incluso hablar de un proceso de paz con Israel se ha vuelto ridículo.
El rais es muy consciente de que su pueblo lo criticará duramente si alguna vez vuelve a la mesa de negociaciones con Israel. Por eso ha elegido una estrategia diferente: tratar de imponer una solución con la ayuda de Naciones Unidas y de la comunidad internacional.
Abás quiere que la comunidad internacional y el Consejo de Seguridad de la ONU le den lo que Israel ni puede ni va a ofrecerle en la mesa de negociación.
La campaña de incitación contra Israel recuerda a la atmósfera dominante en la Margen Occidental y en la Franja de Gaza inmediatamente después de la frustrada cumbre de Camp David en el verano de 2000. Entonces Yaser Arafat también se retiró de la mesa al darse cuenta de que Israel no le estaba ofreciendo todo lo que pedía, concretamente una retirada completa tras las líneas anteriores a 1967.
A su regreso de Camp David, Arafat también desató una oleada de incitación contra Israel; finalmente, ésta llevó al estallido de la segunda intifada en septiembre de 2000.
Ahora Abás está siguiendo los pasos de Arafat al recrudecer sus ataques verbales contra Israel. Esta vez, Hamás y otros grupos terroristas se han sumado a la campaña del líder de la AP al instar abiertamente a los palestinos a emplear coches y cuchillos para matar judíos a fin de "defender" la mezquita de Al Aqsa.
La negativa de Abás a condenar los recientes ataques terroristas contra Israel puede atribuirse a dos motivos: temor a los suyos, y creer que la violencia obligará a Israel a hacer concesiones más amplias. Al negarse a condenar los atentados, e incluso al alabar a los autores como héroes y mártires (como hizo en el caso de Mutaz Hiyazi, el hombre de Jerusalén Este que disparó contra el rabino Yehuda Glick, causándole heridas), Abás muestra su tácita aprobación de la violencia.
De hecho, ni un sólo representante oficial de la Autoridad Palestina ha denunciado la oleada de ataques terroristas contra Israel. Ellos también temen las críticas de sus compatriotas por oponerse a "acciones heroicas", como el apuñalamiento de una mujer de 26 años o el atropello de un bebé de tres meses.
Abás espera que los atentados terroristas mantengan el conflicto palestino-israelí en primera página de las agendas mundiales, en un momento en el que todas las miradas están puestas en la amenaza del Estado Islámico en Siria e Irak. Además, sabe muy bien que la gente a la que ha radicalizado se volvería contra él si osara alzar la voz en contra del asesinato de judíos.