Si hubo una sola falla en el reciente discurso del primer ministro británico acerca del extremismo en el Reino Unido, podríamos resumirla en el nombre Anjem Choudary. En su alocución, Cameron dio cumplida cuenta de la importancia de afrontar el radicalismo desde el sistema de enseñanza, la Comisión de Caridad, la autoridad responsable de las licencias de radio, etc. Pero no pasó el Test Choudary.
El Test Choudary dice: ¿qué haría usted con un hombre nacido en Gran Bretaña que está capacitado para trabajar pero que parece que jamás lo ha hecho y que, en cambio, invierte el dinero del paro en una manera de vivir volcada en la prédica contra el Estado?
El problema no es tan sencillo como pretenden algunos comentaristas. El hecho de que Choudary sea británico de nacimiento y tenga la ciudadanía británica hace legalmente imposible retirarle la ciudadanía o convertirlo en apátrida. Tiene una joven familia a la que no se puede dejar morir de hambre en las calles, aunque él pudiera. Ciertamente, son problemas del difunto liberalismo, pero siguen siendo problemas.
Por otro lado, lo que el Gobierno ha consentido a Choudary en los últimos años se parece más a un problema de la difunta República de Weimar. Choudary no es un mero pseudoclérigo fanfarrón con puede que no más de un centenar de seguidores en un momento dado, aunque esto es sin duda lo que ha llamado más la atención de su persona. De hecho, su manera de llamar la atención puede que sea su única cualidad de primer nivel. Así, una vez proclamó que estaba planeando una "Marcha por la Sharia" por el centro de Londres que acabaría a las puertas del Palacio de Buckingham con una petición para que la Reina se sometiera al islam. Tras concitar el interés que deseaba, Choudary canceló el acto no porque hubiera una minúscula contramanifestación (de la que este autor era parte), sino porque habría conseguido reunir a unas pocas docenas de personas y lo más probable es que la Marcha por la Sharia hubiera degenerado en el Paseíto del Ridículo, por decirlo suave.
La razón por la que Choudary es más que un buscador de atención es que durante muchos años ha estado asociado con muchísima gente que tampoco son meros bocazas. Han intentado desatar un conflicto sectario –con homicidios incluidos– en las calles británicas. Así, varios socios de Choudary fueron encarcelados algunos años atrás por intentar ataques al estilo Mumbai en lugares señeros de Londres, la Bolsa incluida. Otros han ido a prisión por incitación y reclutamiento de terroristas. Asimismo, desde el principio de la guerra civil siria un número de sus seguidores se ha marchado a Siria e Irak para unirse a y combatir con el ISIS.
El propio Choudary es un hombre de leyes que sabe perfectamente de qué lado de la raya caen sus palabras. El delito de "glorificación del terror", obra del último Gobierno laborista, podría haber atrapado en sus redes a Choudary, pero está visto que no. Para frustración de muchos, sigue siendo un hombre libre.
Con todo, hay otras posibles explicaciones. Una teoría sostiene que Choudary ha venido siendo utilizado, hasta cierto punto, consciente o inconscientemente, como una trampa para moscas por parte de la Policía y los servicios de inteligencia. Y es que es lo suficientemente conocido como para que acuda a él todo aquel interesado en las formas más radicales del extremismo islámico. Y pese a la paranoia de esta gente, que está todo el rato pensando en si habrán sido infiltrados (v. las excelentes memorias del ex radical Morten Storm, Agent Storm), es posible que precisamente eso haya estado sucediendo. Esto significaría que hubo algún acuerdo para permitir que Choudary siguiera a la suyo porque es mejor tener controlados a esos extremistas, y no en una más profunda clandestinidad.
Ciertamente, hay razones para defender esa táctica, si es que se ha seguido. En pocas palabras: puede que haya frenado varios ataques de importancia. Pero las consecuencias a largo plazo hacen que dejar en libertad a Choudary constituya un grave error: el impacto de Choudary en la opinión pública ha exacerbado las sospechas hacia el conjunto de los musulmanes. Durante años los periodistas lo presentaron como un "jeque" o un "clérigo", sin poner en duda sus méritos para tales títulos o señalar su escasa feligresía. El fracaso de la Policía para poner fin a una manifestación de Choudary (y proteger a sus seguidores) también dio lugar a la creación de la Liga Inglesa de Defensa, lo que no deja de ser un tremendo varapalo doble para una sola personas.
Recientemente, Anjem Choudary fue detenido y acusado de delitos relacionados con el terrorismo por tratar de convencer a musulmanes residentes en Gran Bretaña de que se unieran al ISIS. Ahora ha de comparecer ante los tribunales. Por el momento, el silencio ha sido la reacción en los medios de comunicación británicos. En parte por la cautela y las restricciones propias de un proceso inminente. Pero también puede ser en parte por un cinismo del tipo "Lo creeré cuando lo vea". Merece la pena en este punto recordar que el año pasado Choudary fue detenido por terrorismo... sólo para quedar en libertad antes de que pusieran las aceras. Esta vez es poco probable que se produzcan celebraciones prematuras. Quizá los reporteros y comentaristas tengan también en mente la turbia retirada de todos los cargos por terrorismo, antes de la celebración del juicio, que pesaban sobre el expreso de Guantánamo Moazzem Begg, el pasado otoño.
Es perfectamente posible que Anjem Choudary vuelva a burlar la legislación británica sobre terrorismo. Pero quizás ahora ha metido la pata y finalmente puede cerrarse la más visible grieta en la política antiterrorista del Reino Unido.