El nation building parece haber caído en desgracia en Occidente, pero no debería ser así. Es algo de vital importancia, como demuestran los éxitos de Alemania, Japón y Corea del Sur.
Estos últimos años, en Oriente Medio nos hemos tragado, en nuestra inconsciencia, el engañoso anzuelo de la democracia con el que nos tentaban, aunque sabíamos que, de la manera errónea en que se nos presentaba, no podría aplicarse aquí.
La idea era excelente, pero en Oriente Medio, posiblemente debido a la impaciencia que tenían los diplomáticos por apuntarse tantos antes de que concluyeran sus mandatos, nadie se tomó el tiempo de establecer unas instituciones democráticas fundamentales (igualdad para todos ante la ley, libertad de expresión, derecho de propiedad, primacía del individuo frente a la colectividad, separación entre religión y Estado) que sirvieran para demostrarnos cómo funciona en realidad una democracia, ni para permitir que esas instituciones arraigaran antes de celebrar unas elecciones.
Tan ansiosos estaban los líderes occidentales por apuntarse tantos cuanto antes que se negaron a dejar pasar el tiempo necesario para que la cosa cuajara. Si Occidente hubiera impuesto unas elecciones democráticas en Japón y Corea del Sur (donde acabaron por funcionar impecablemente) de la misma forma en que forzó la democracia en Irak, ésta nunca habría arraigado en esos países. Si los alemanes hubieran tenido que votar inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, muy probablemente habrían reelegido a los nazis: eran lo que conocían. Se tardó siete años en reeducar a la población para que comprendiera y aceptara a un Konrad Adenauer.
Lo que parece claro es que hemos sacrificado la estabilidad suní a cambio de unos eslóganes huecos y unas autoridades estadounidenses bienintencionadas pero que no tienen ni idea. Mientras veíamos cómo caía un régimen árabe estable tras otro, permitíamos que la ideología norteamericana nos destruyera desde dentro. En vez de mantenernos atentos a las verdaderas amenazas, nos agotábamos en batallas estériles e interminables contra los judíos, mientras permitíamos que la amenaza iraní pasara inadvertida.
Si tratamos de ver el lado positivo del acuerdo nuclear iraní, es posible que Obama se fijara en los países árabes suníes, divididos y enemistados mutuamente, y en los despiadados grupos terroristas que ganaban terreno en las cada vez más extensas zonas en guerra, y llegara a la conclusión de que éramos demasiado problemáticos como para que Estados Unidos nos protegiera.
Estados suníes como Arabia Saudí, Qatar y Turquía han agravado la situación financiando a organizaciones terroristas suníes, con lo que han arrastrado el mundo árabe al caos absoluto. Pese a la riqueza y al poder árabes, hemos estado ocupándonos casi exclusivamente de la cuestión marginal de Palestina y los judíos para así disculpar nuestra incapacidad a la hora de ofrecer al presidente Barack Obama lo que realmente necesita: estabilidad regional.
Obama mira a Irán y a sus organizaciones terroristas, toda ellas unificadas, organizadas y obedientes, frente a los árabes suníes. Puede que el presidente estadounidense esté apostando por los iraníes para poner orden en Oriente Medio.
Pensemos en lo que habría pasado si tanto nosotros como nuestras organizaciones terroristas fundamentalistas suníes nos hubiéramos centrado verdaderamente en detener a los iraníes en Siria, Irak, el Líbano y el Yemen. Supongamos que hubiéramos abandonado, siquiera momentáneamente, el sueño de que los Hermanos Musulmanes (lo que Occidente denomina islam político) dominaran el mundo. Imaginemos qué habría sucedido de haber puesto fin a nuestros estúpidos e inútiles actos de odio y que en su lugar nos hubiéramos concentrado en nuestro común enemigo, Irán. Nuestra situación actual sería infinitamente mejor. No nos estaríamos desviando de las enseñanzas de Mahoma, porque en primer lugar debemos centrarnos en el enemigo cercano y luego en el lejano. Irán está más cerca y es más peligroso que Europa y Estados Unidos, así que debería haber sido –y debe seguir siendo– el primer objetivo para los suníes. Podríamos haber hecho que Obama adoptara un enfoque distinto, en vez de permitir que Irán tenga una bomba atómica dentro de diez años o incluso antes. Pero no lo hicimos, debido a nuestra debilidad y a que estábamos distraídos con causas marginales. Así, Obama, en su deseo de estabilizar Oriente Medio, parece estar apostando a caballo ganador: Irán.
Pero puede que la realidad, sin embargo, sea algo distinta. Es perfectamente posible que Obama, ganador del Nobel de la Paz, esté empleando una política de divide y vencerás. En Estados Unidos, en vez de tratar de mejorar la educación que reciben los niños de los barrios marginales se ha dedicado a fomentar el conflicto racial y económico. Los árabes cada vez sospechan más que es el clásico manipulador que aplica la táctica del divide y vencerás. Puede que esté provocando deliberadamente la fitna ("conflicto civil") en el mundo árabe avivando el conflicto con Irán, de forma que Estados Unidos vuelva a aparecer, una vez más, como la gran potencia mediadora, pero a expensas de los árabes.
Los árabes somos especialistas en teorías de la conspiración, y en cualquier programa político vemos un plan oculto, pero no hay más que ver cómo la Administración Obama ha apoyado y adulado a los Hermanos Musulmanes en Turquía y Egipto, y cómo Norteamérica defendió la caída de Mubarak, para tener claro que EEUU está tratando de manipular el destino de los árabes.
Cualquiera que haya seguido el rechazo inicial y el actual apoyo con reservas de Norteamérica al régimen reformista del presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi entenderá que los estadounidenses prefieran a los que consideran árabes atrasados: los que están controlados por el islam más retrógrado.
Por eso vemos que Obama apoya tanto a los Hermanos Musulmanes (suníes) como a lo teócratas iraníes. Las ideologías de ambos conducirían a los chiíes y a los suníes de todo el mundo a un destino peligroso y retrógado, lo mismo que a los norteamericanos. Así son los musulmanes más queridos por la actual Administración estadounidense. O, como muchos comentamos por aquí, puede que Obama sólo esté tratando de arreglar cuentas con Occidente y ponerlo de rodillas por ser blanco, imperialista y no musulmán. ¿Su solución? Permitir que Irán tenga bombas nucleares legítimas dentro de pocos años, además de los misiles balísticos intercontinentales necesarios para lanzarlas sobre Estados Unidos; o quizá las lance desde Sudamérica, el punto débil de América, donde Irán lleva años consiguiendo uranio y estableciendo bases. O puede que las dispare desde submarinos situados lejos de la costa norteamericana, lo que haría imposible conocer la identidad del atacante y, por tanto, responder. Por increíble que parezca, los políticos estadounidenses ni siquiera parecen estar preocupados por esta cuestión.
En realidad, Obama sí que se merece un premio Nobel, pero debería habérselo dado el ayatolá Jamenei, líder supremo de Irán, como agradecimiento por la rendición norteamericana.