"Estamos al borde de la guerra civil". Esas palabras no las dijo un fanático o un lunático, no. Las pronunció Patrick Calvar, jefe de la Dirección General de Seguridad Interior de Francia (DGSI). En realidad ha hablado de riesgo de guerra civil en muchas ocasiones. El 12 de julio advirtió de ello a los miembros de una comisión parlamentaria encargada de realizar un estudio sobre los ataques terroristas de 2015.
En mayo de 2016, lanzó un mensaje casi idéntico a otra comisión parlamentaria, en esta ocasión responsable de la defensa nacional. "Europa –dijo– está en peligro. El extremismo va al alza en todas partes, y ahora estamos dedicando nuestra atención a algunos movimientos de extrema derecha que están preparando una confrontación".
¿Qué clase de confrontación? "Confrontaciones intercomunitarias", dijo, refiriéndose eufemísticamente a una "guerra contra los musulmanes". "Uno o dos atentados más, y quizá veamos una guerra civil", añadió.
En febrero de 2016, ante una comisión del Senado dedicada a la información de los servicios de inteligencia, volvió a decir: "Estamos observando a los extremistas de derechas, que sólo están esperando a que se produzcan más ataques terroristas para iniciar una confrontación violenta".
Nadie sabe si el terrorista del camión que se estrelló contra una multitud en Niza el 14 de julio, Día de la Bastilla, y que mató a más de 80 personas, desencadenará una guerra civil francesa, pero podría ser útil para observar cuáles son los riesgos de que se ésta se produzca en Francia y otros países, como Alemania o Suecia.
La principal razón es el fracaso del Estado.
1. Francia está en guerra, pero nunca se nombra al enemigo
Francia es el principal objetivo de varios atentados islamistas; los más graves derramamientos de sangre causados por el terrorismo islamista se produjeron en la revista Charlie Hebdo y en el supermercado Hypercacher de Vincennes (2015); en la sala Bataclan, sus restaurantes aledaños y el Estadio de Francia (2015); el atentado fallido contra el tren Thalys; la decapitación de Hervé Cornara (2015); el asesinato de dos policías en Magnanville en junio (2016); y, ahora, la embestida del camión en Niza el día que se conmemoraba la Revolución francesa de 1789.
La mayoría de estos atentados fueron perpetrados por musulmanes franceses: ciudadanos que volvían de Siria (los hermanos Kuachi en Charlie Hebdo), o por islamistas franceses (Larosi Abala, que mató a un policía y a su esposa en Magnanville en junio de 2016) que después proclamaron su lealtad al Estado Islámico (ISIS). El asesino que conducía el camión en Niza era tunecino, pero estaba casado con una francesa con la que había tenido tres hijos, y vivía discretamente en Niza hasta que decidió asesinar a más de 80 personas y herir a decenas más.
Tras estos trágicos acontecimientos, el presidente François Hollande se negó a denominar al enemigo, rehusó mencionar al islam –y especialmente a los islamistas franceses– como el enemigo de los ciudadanos franceses.
Para Hollande, el enemigo es una abstracción: "terrorismo" o "fanáticos". Y cuando el presidente sí se atreve a nombrar el "islamismo" como el enemigo, se niega a decir que cerrará todas las mezquitas salafistas, que proscribirá a los Hermanos Musulmanes y las organizaciones salafistas en Francia, o que prohibirá que las mujeres lleven velo en la calle y la universidad. No: en su lugar, el presidente francés reafirma su determinación de emprender acciones militares en el extranjero: "Vamos a reforzar nuestras acciones en Siria e Irak", dijo el presidente tras el atentado de Niza.
Para el presidente de Francia, sólo se debe desplegar al ejército en territorio nacional para acciones defensivas: una policía disuasoria, y no un rearmamento ofensivo de la república contra un enemigo interno.
Así que, ante este fracaso de nuestras élites –que fueron elegidas para guiar al país a través de los peligros nacionales e internacionales–, ¿a quién le extraña que grupos paramilitares se estén organizando para contraatacar?
Como dice Mathieu Bock-Côte, sociólogo en Francia y Canadá, en Le Figaro:
Las élites occidentales, con una obcecación suicida, se niegan a llamar al enemigo por su nombre. Ante los atentados en Bruselas o París, prefieren pensar en una lucha filosófica entre la democracia y el terrorismo, entre una sociedad abierta y el fanatismo, entre la civilización y la barbarie.
2. La guerra civil ya ha comenzado y nadie quiere nombrarla
La guerra civil empezó hace 16 años, con la Segunda Intifada. Cuando los palestinos llevaron a cabo atentados suicidas en Tel Aviv y Jerusalén, los musulmanes franceses empezaron a aterrorizar a los judíos que vivían pacíficamente en Francia. Durante 16 años, los judíos fueron –en Francia– asesinados, atacados, torturados y apuñalados por ciudadanos musulmanes franceses, supuestamente para vengar a los palestinos de la Margen Occidental.
Cuando un grupo de ciudadanos franceses que son musulmanes declaran la guerra a otro grupo de ciudadanos franceses que son judíos, ¿cómo llamamos a eso? Para el establishment francés, no es una guerra civil, sino un lamentable malentendido entre dos comunidades étnicas.
Hasta ahora, nadie ha querido establecer una conexión entre estos atentados y el ataque asesino en Niza contra personas que no eran necesariamente judías, y a llamarlo como se le debería llamar: guerra civil.
Para el muy políticamente correcto establishment francés, sólo empezará a haber peligro de una guerra civil si alguien toma represalias contra los musulmanes franceses; con que todo el mundo se someta a las exigencias de éstos, todo irá bien. Hasta ahora, nadie ha pensado que los atentados de los musulmanes franceses contra los judíos; de los musulmanes franceses contra los periodistas de Charlie Hebdo; del musulmán francés contra un empresario que fue decapitado hace un año; del grupo de musulmanes contra el joven Ilan Halimi; de un musulmán francés contra el alumnado de una escuela infantil en Toulouse; de un musulmán francés contra el tren Thalys; de un casi musulmán francés contra personas inocentes en Niza fuesen los síntomas de una guerra civil. Estas matanzas se siguen viendo, a día de hoy, como una suerte de trágico malentendido.
3. El 'establishment' francés considera que el enemigo son los pobres, los viejos y los decepcionados
¿Quién se queja más en Francia de la inmigración musulmana? ¿Quién padece más el islamismo local? ¿A quién le gusta más tomarse un vino, o comerse un bocadillo de jamón con mantequilla? A los pobres y a los viejos que viven cerca de las comunidades musulmanas porque no tienen dinero para mudarse a otra parte.
Hoy, en consecuencia, millones de pobres y viejos en Francia están dispuestos a votar a Marine Le Pen, presidenta del ultraderechista Frente Nacional, como próxima presidenta de la república, por la simple razón de que el único partido que quiere combatir la inmigración ilegal es el Frente Nacional.
Y sin embargo, como estos pobres y viejos franceses quieren votar al Frente Nacional, se han convertido en el enemigo del establishment francés, tanto en la izquierda como en la derecha. ¿Qué le está diciendo el Frente Nacional a estas personas? "Vamos a recuperar Francia como la nación del pueblo francés". Y los pobres y los viejos se lo creen, porque no tienen otra opción.
De manera similar, los pobres y los viejos en Gran Bretaña no tuvieron más opción que votar por el Brexit. Utilizaron la primera herramienta que se les dio para expresar su decepción por vivir en una sociedad que ya no les gusta. No votaron para decir: "Matemos a esos musulmanes que están transformando mi país, robándome el trabajo y chupando de mis impuestos". Sólo estaban protestando por una sociedad que una élite global había empezado a transformar sin su consentimiento.
En Francia, las élites globales tomaron una decisión. Decidieron que los votantes malos en Francia eran personas irracionales, demasiado estúpidas y racistas para ver las bondades de una sociedad abierta a quienes a menudo no quieren integrarse, sino que quieren que tú te integres en ellos, y que amenazan con matarte si no lo haces.
Las élites globales tomaron otra decisión: se pusieron en contra de sus propios viejos y pobres porque esa gente ya no quería votarles. Las élites globales también decidieron no combatir el islamismo, porque los musulmanes votan globalmente por la élite global. Los musulmanes en Europa también ofrecen una enorme zanahoria a la élite global: votan colectivamente.
En Francia, el 93% de los musulmanes votaron por el actual presidente, François Hollande, en 2012. En Suecia, el Partido Socialdemócrata informó de que les había votado el 75% de los musulmanes suecos en las elecciones generales de 2006; y los estudios demuestran que el bloque rojiverde obtiene entre el 80 y el 90% del voto musulmán.
4. ¿Es inevitable la guerra civil? ¡Claro!
Si el establishment no quiere ver que la guerra civil ya la han declarado primero los musulmanes extremistas; si no quieren ver que el enemigo no es el Frente Nacional, la AfD en Alemania, o los Demócratas de Suecia, sino el islamismo en Francia, Bélgica, Gran Bretaña o Suecia, entonces tendrá lugar una guerra civil.
Francia, como Alemania y Suecia, tiene un ejército y una policía suficientemente fuertes para luchar contra un enemigo islamista interno. Pero lo primero que tienen que hacer es llamarlo por su nombre y tomar medidas contra él. Si no lo hacen –si dejan que sus ciudadanos nativos se hundan en la desesperación, sin más opciones que armarse a sí mismos y contraatacar–, entonces, sí: la guerra civil es inevitable.