Pim Fortuyn, el héroe de Rotterdam, el hombre que agarró al país y lo despertó, dijo una vez: "No persigáis lo que es posible, sino lo imaginable". Quería dejar claro que, para nosotros, los holandeses, nada es imposible.
Pim Fortuyn tenía razón. Nada es imposible para nosotros. Somos holandeses.
Miremos a nuestro país. Hemos creado sin la ayuda de nadie esta tierra, única y hermosa. Somos el único pueblo del mundo que vive en un país creado en su mayor parte por nosotros mismos. Es una gran hazaña.
No sólo hemos creado nuestro propio país, también hemos explorado el mundo. Hemos navegado todos los mares. Fundamos Nueva York y descubrimos Australia. A veces, parece que nos hayamos olvidado de todo eso. Olvidado de lo que somos capaces. De lo que somos capaces de hacer cuando nos empeñamos. Y tal vez sea ése nuestro problema. Debemos atrevernos a volver a pensar a lo grande. Porque donde hay voluntad, hay camino.
Y sí, lo sé. Hay muchas cosas que nos molestan. También hay mucho por lo que enfadarse, y con razón. Este Gobierno ha destrozado nuestro país con sus políticas de austeridad, y ha permitido que sea colonizado por el islam. Pero empecemos a perseguir lo imaginable. Liberemos nuestro país.
Hace cuatro años, Mark Rutte ganó las elecciones con una campaña basada en falsas premisas. Con mentiras y engaños. No más dinero a los griegos, 1.000 euros para cada ciudadano holandés, una política sobre inmigración estricta. Y el Partido Laborista era su enemigo, como todo el mundo recuerda. Se disculpó hace poco, pero no extrajo conclusiones. Al contrario: se disculpó, pero sigue destruyendo y entregando nuestro país. Quizás, incluso vuelva a gobernar con el Partido Laborista otros cuatro años. Nadie puede seguir creyendo lo que dice. Y la pregunta que les hago es: ¿Quieren un primer ministro como ese para los próximos cuatro años?
Por ahora, están viviendo en la tierra de Mark Rutte. Y para muchos, este ya no es un país agradable. Simplemente salgan a las puertas de sus casas y echen un vistazo alrededor. Existe la probabilidad de que haya maleantes rondando en la puerta de la tienda de su barrio. Que le escupan y le roben allí. De que sus hijas, sus esposas y sus padres sean hostigados y ya no se atrevan a salir por la noche. De que se esté convirtiendo en un extraño en su propio país. Eso debe cambiar. Porque este es nuestro país. Y se les está arrebatando. Y vamos a recuperarlo para usted.
Un político como yo, que dice la verdad sobre un enorme problema al que se están enfrentando muchos holandeses cada día –sí, estoy hablando sobre el terror del islam y el problema marroquí–, es arrastrado ante los tribunales. Enfrentándose a un juicio, mientras los imanes pueden predicar todo el odio que quieren mientras las élites guardan silencio. Podrán llamarse líderes, pero no lideran: confunden.
El plan de Mark Rutte se puede resumir en una palabra: negligencia.
Mi plan para los Países Bajos se llama Liberación. Y la liberación empieza por exponer los hechos.
Los hechos: seis de cada diez presos en los Países Bajos son inmigrantes, y de todos los presos, más del 10 % son de origen marroquí. Los jóvenes marroquíes son sospechosos de delitos cinco veces más que los jóvenes nativos. Los Países Bajos se han convertido en una emisión continua en directo de Opsporing Verzocht ["Criminales buscados", un programa de la televisión holandesa]. Un político que guarde silencio al respecto no sirve para nada. Yo me niego a hacerlo.
Y no guardaré silencio sobre el islam, tampoco. Nunca, jamás. Porque el silencio es peligroso. El pasado julio, falleció el Premio Nobel y superviviente del Holocausto Elie Wiesel. Lo conocí hace algunos unos años en Nueva York. Le dio al mundo una sabia lección: "Cuando alguien te dice que quiere matarte, créelo". El islam dice que quiere matarnos. El Corán no deja ninguna duda al respecto.
Siete de cada diez musulmanes creen que las normas religiosas son más importantes que las leyes seculares holandesas. Y más de uno de cada diez musulmanes de los Países Bajos considera aceptable emplear la violencia para defender el islam. Eso son más de 100.000 personas. Muchos se niegan a integrarse, y no muestran ningún respeto por las autoridades holandesas en áreas como Maassluis o Poelenburg. Nos están haciendo una peineta. Los hooligans islámicos desfilan con banderas del Estado Islámico por las calles de La Haya y ocupan puentes con banderas turcas en Rotterdam. Este es nuestro país, pero ondean sus banderas.
Miren sus banderas. Y miren la nuestra. No hay ningún verso del Corán, ni ninguna luna creciente en nuestra bandera, sino bandas de color rojo, blanco y azul. El rojo de nuestra identidad, el blanco de nuestra libertad y el azul de la verdad. Ha llegado la hora y debemos, casa por casa, calle por calle y municipio por municipio, izar nuestra bandera. En todas partes. Con orgullo. Porque este es nuestro país, nuestros Países Bajos Y claman por su liberación.
Cuando llegue al poder, protegeré nuestro hermoso país. Y esto sólo será posible si lo desislamizamos. Quiero que ése sea el núcleo de mi política. Porque me niego a dejar que este maravilloso país nuestro perezca, y yo elijo la cultura y la libertad de nuestra gente.
Nuestros valores no son islámicos, sino que se basan en la civilización judeocristiana y humanista. Tenemos el derecho y la libertad de elegir cómo queremos vivir, y a no renunciar jamás a este derecho. Hace doce años, Theo van Gogh fue asesinado. Dio su vida por la libertad que se halla en el corazón de nuestra identidad holandesa. Y esa identidad debe defenderse a sí misma. No debemos permitir que aquellos que quieren destruir nuestra libertad abusen de la libertad con el objetivo de arrebatarnos la nuestra. Debemos dejar de ser ingenuos y defendernos. Porque este es nuestro país.
Los holandeses son plenamente conscientes del hecho de que, aunque haya musulmanes moderados, no existe el islam moderado. Dos de cada tres holandeses dicen que la cultura islámica no pertenece a los Países Bajos. Tres cuartas partes de los holandeses creen que los políticos subestiman el problema del creciente número de musulmanes en nuestro país. Más de tres cuartas partes creen que el islam no enriquece a los Países Bajos. Esa gente tiene razón. Pero nadie les escucha. Sólo yo.
Mark Rutte hablaba de optimismo obstinado, pero los Países Bajos no necesitan burros sonrientes. Necesitan héroes con un firme realismo. No podemos permitirnos subestimar la gravedad de la amenaza. Porque la amenaza es existencial: está en juego la supervivencia de nuestro país. Ya hay un gran número de terroristas en potencia entre nosotros, y están llegando a Europa a diario, también con el flujo de solicitantes de asilo. Aquí se pasean con libertad. Es una negligencia no hacer nada al respecto y dejar nuestras fronteras abiertas a decenas de miles de buscavidas islámicos de Oriente Medio y África.
También debemos liberarnos de los eurófilos de Bruselas que friegan el suelo con nuestra identidad, nuestra soberanía y nuestra prosperidad. Ya no tenemos el control de nuestras propias fronteras, nuestro propio dinero y nuestra propia democracia. Si decidimos mediante referéndum que no queremos algo, como el acuerdo de asociación con Ucrania, nos lo hacen tragar a la fuerza de todos modos. Porque la voluntad de la gente no tiene importancia para la élite. Se están riendo de nosotros.
Nos están arrebatando todo lo que pertenece a nuestra cultura. Incluso Zwarte Piet (Negro Pete) ya no está permitido. La élite quiere abolir la palabra "allochtoon" ("extranjero"), pero es la población nativa la que está perdiendo su país. Me niego a permitir que eso suceda. Este es nuestro país, nuestra cultura, nuestra identidad. Los Países Bajos, este bello país, esta gran nación, este faro de libertad, es nuestro y seguirá siendo nuestro. Es hora de resistir contra la tiranía.
Hoy, apelo a todos los holandeses. A todos los que disfruten de nuestras libertades ganadas con esfuerzo, a todos los que quieran salvaguardar la prosperidad y la riqueza de este gran país para sus hijos y nietos: demostremos al mundo que somos holandeses. Resistámonos –democráticamente y sin violencia– contra las élites que están entregando nuestro país. La tarea que nos espera es inmensa. Pero la valentía para reclamar nuestro país también lo es. Hay muchas cosas buenas que preservar, y muchas cosas que tienen que reconstruirse.
Es tiempo de hablar claro: el dinero holandés, para los holandeses. Ni un céntimo más a África, Turquía, Grecia o Bruselas. Si lo hacemos, muchas cosas se volverán posibles. ¡Imaginémoslo! Podremos reducir los impuestos a todos, para que el poder adquisitivo pueda crecer significativamente y la economía pueda recibir un gran impulso. Podremos dar a nuestros mayores una vejez decente. Podremos volver a rebajar la edad de jubilación a los 65, y no tendremos que recortar las pensiones.
También quiero mantener nuestras residencias para mayores y contratar a miles de enfermeras adicionales. En mis Países Bajos, remediamos la terrible degradación de la atención médica bajo Rutte II, y habrá muchas enfermeras más cuidando de nuestros ancianos con dedicación, cariño y respeto, día y noche. En mis Países Bajos, abolimos las desgravaciones en la atención médica. Es intolerable que los holandeses estén evitando ir al médico porque no pueden permitírselo, mientras que los solicitantes de asilo, que de media suponen 1.000 euros más de coste al año, tengan todo gratis. Esta injusticia me repugna.
Podremos invertir más en la policía y el ejército, para que tengan más recursos para mantener nuestro país seguro y libre, y proteger nuestras propiedades y fronteras. Debemos cerrar nuestras fronteras a los solicitantes de asilo y los inmigrantes de los países islámicos, dejar de permitir que vuelvan los yihadistas de Siria, y desnaturalizar y expulsar a los delincuentes con doble nacionalidad. Debemos liberar nuestro país.
También quiero introducir la democracia directa en los Países Bajos con referendos vinculantes. Nuestro sistema político sigue siendo el del siglo XX, dirigido por las mismas élites políticas arrogantes con sus falsas promesas y sus disculpas hipócritas. Si el caos creado por Mark Rutte nos ha enseñado algo, es esto: la gente debería poder echar el freno de emergencia cuando las élites políticas vulneran su voluntad. Y no sólo cada cuatro años.
En las últimas décadas, millones de holandeses han visto secuestrar su país ante sus propios ojos. No hace falta ser un genio para saber que esto acabaría mal. La constante transferencia de soberanía a la UE, el euro que hace más mal que bien, el infinito gasto de dinero que se envía a los griegos, los peligros del islam, las fronteras abiertas y la inmigración masiva, la creciente amenaza del terrorismo, el tsunami de los solicitantes de asilo, el aumento de los impuestos, y por último, pero no menos importante, los recortes presupuestarios en salud para los mayores y los discapacitados que han machacado a los más débiles de nuestra sociedad.
Por desgracia, quienes lo advirtieron han demostrado tener razón. Pero hay esperanza. Juntos podemos ocuparnos de ello. Cuando una nación despierta y empieza a ponerse en marcha, todo es posible. No estoy diciendo que la tarea vaya a ser fácil. Pero se puede hacer, y se debe hacer. Porque no tenemos elección. Un país fuerte y soberano donde se recompensa el trabajo duro y se protege a los débiles; donde los terroristas no pueden cruzar simplemente la frontera en Hazeldonk [la principal frontera con Bélgica]; donde las mujeres pueden ir por la calle con falda sin que sean acosadas y agredidas sexualmente; donde el médico es asequible y las pensiones decentes; donde todos los ciudadanos –incluidos judíos, homosexuales, mujeres y críticos del islam– estén seguros. Donde el patriotismo no sea un insulto, sino una medalla. Donde se invite al islam a marcharse.
Este hermoso país, nuestro país, no se ha perdido. De hecho, tenemos por delante los mejores años. Si tomamos las decisiones correctas. Y si decimos adiós a quienes apartaron la vista de los problemas y entregaron los Países Bajos. ¡Es hora de la liberación! Reclamemos todos juntos nuestro país.
Empecemos el 15 de marzo de 2017.