Si el presidente de EEUU Barack Obama fuera una persona sin estudios; si a los miembros de su Gabinete nunca les hubiesen enseñado Historia en el colegio; si su Gobierno hubiera estado conformado por un grupo de salvajes recién salido de la selva amazónica, entonces podríamos justificar de algún modo su ignorancia acerca de la historia del Mediterráneo y las gentes de Oriente Medio.
Pero no es el caso. La emboscada tendida a Israel con la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, que considera a la población judía ocupante en su propia capital ancestral -y en su parte más sagrada-, es un acto de yihad y de violencia política perpetrado por unos Gobiernos políticamente motivados.
Esa resolución no fue un fruto azaroso de un momento histórico, ni el producto de unas decisiones políticas basadas en criterios razonables para alcanzar la paz y la estabilidad regionales. Tampoco ayudará a los árabes que viven en los territorios en disputa –Judea, Samaria y la Franja de Gaza– ni a los israelíes en cualquier proceso de paz. Fue un acto de venganza contra los fundamentos de la civilización judeocristiana, y como tal debería ser tratado. La nación judía tiene todo el derecho a considerar ese ataque un acto de guerra. Porque sin duda es un acto de guerra contra la historia de los judíos y contra la libertad, la democracia, los derechos humanos, el pluralismo y el Estado de Derecho que Israel representa en Oriente Medio.
Al principio de su mandato, hace ocho años, el presidente Obama y su Gobierno se revolvieron contra la historia de la nación griega con la misma agresividad política. Obama tuvo ocasión de hacerlo durante su visita al Parlamento turco, el 6 de abril de 2009.
Lamentablemente, no reconoció el genocidio de los griegos a manos del Ejército turco en tiempos de Mustafá Kemal Atatürk. Entre 1913 y 1923, millones de griegos que habían vivido en Turquía desde antes del gran Imperio cristiano Bizantino fueron asesinados o expulsados. Según algunos historiadores, fueron asesinados entre 800.000 y 1.200.000 griegos en ese periodo; cada año, el 14 de septiembre, el Estado griego celebra un homenaje oficial en memoria de los que murieron en Asia Menor.
En su lugar, Obama dio cobertura política a los actos de los turcos diciendo en el Parlamento turco: "Os liberasteis del control extranjero y fundasteis una República que demanda respeto de Estados Unidos y de todo el mundo."
El "control extranjero" al que se refirió el presidente Obama fue la Conferencia de Paz de París de 1919, donde se fundó la Sociedad de Naciones.
El presidente Obama, claramente ansioso por halagar el ego del actual mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, olvidó mencionar algunos sucesos importantes de esa época. El presidente Obama olvidó completamente el genocidio de los griegos y los cristianos en Asia Menor a manos de las fuerzas turcas de Mustafá Kemal Atatürk. Barack Obama asesinó metódicamente la verdad histórica al ignorar el hecho de que el Ejército griego, tras el final de la Primera Guerra Mundial, fue enviado a Asia Menor siguiendo instrucciones de las grandes potencias y los vencedores de la contienda para proteger a la población cristiana de la persecución, los asesinatos y las violaciones perpetradas por los musulmanes turcos. El Ejército griego no fue enviado como fuerza de ocupación, sino como protector de vidas y derechos humanos.
El presidente Obama parece a veces sentir una indiferencia hacia la verdad histórica que a veces roza el antagonismo.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Grecia respondió inmediatamente afirmando: "No se puede reescribir la Historia".
Eso es lo que el presidente Obama ha intentado volver a hacer: reescribir la Historia afirmando que Grecia, con la ayuda de los ganadores de la Primera Guerra Mundial, fue un Estado agresivo e imperialista al que sólo le preocupaba reconstruir su imperio a costa de los turcos. Dicho de otro modo: el presidente Obama parecía insinuar que los ganadores de la Primera Guerra Mundial fueron un puñado de países cristianos que querían fundar, Grecia mediante, un imperio cristiano como el bizantino, y que los territorios musulmanes y la comunidad internacional deberían, adoptar su visión de la Historia, dada su condición de líder de una nación muy poderosa
La noción de que naciones ancestrales no musulmanas son ocupantes en sus propias tierras se repite en la Resolución 2334.
Obama elogió a Turquía por no volver al Imperio Otomano, que llegó a su fin oficialmente en 1922.
Hoy, en Turquía la democracia –es decir, lo que queda de ella– consiste en purgar el Ejército y el Poder Judicial de todo aquel que crea en el Gobierno representativo. Sólo desde agosto se ha detenido a más de 26.000 personas, incluidos 120 periodistas, y se han cerrado 150 medios.
"Ya no hay periodismo crítico, el 90 % de la prensa libre ha sido directa o indirectamente arrasada", sostiene Erol Onderoglu, representante turco de Reporteros sin Fronteras. "El periodismo de investigación se considera traición. El Gobierno ha hurtado el periodismo [a la ciudadanía]".
¿Son este tipo de medidas drásticas las que quisieran los europeos ver aplicadas en sus países?
Históricamente, las fuerzas musulmanas empezaron con la invasión de Siria en el año 634 y acabaron tomando Constantinopla en 1453.
Invadieron no sólo toda Turquía –arrasando el gran imperio cristiano de Bizancio–, también conquistaron todo el norte de África, Grecia, el sur de España, partes de Portugal, así como Europa Oriental, incluidos Hungría, Serbia y los Balcanes.
El emperador Constantino trasladó la capital del Imperio de Roma a Constantinopla y sentó las bases para que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Estado romano-bizantino y del mundo occidental en general. Constantino dio a los ciudadanos del Imperio el derecho a la tolerancia religiosa, una medida progresista hace 1.700 años; hoy, muchos líderes del mundo árabe dicen que no pueden tolerar que haya iglesias cristianas en sus territorios.
Durante la Primera Guerra Mundial, los griegos quisieron refundar el Imperio Bizantino, pero el mundo turco-musulmán lo impidió. En su lugar, a partir de 1914-15 y hasta 1923 perpetró un genocidio contra los armenios y los griegos.
En el presente, la comunidad griega de Turquía se cifra en torno a las 3.000 personas, a las que no se permite ir a escuelas griegas.
Para el presidente Obama, la "victoria" turca parece que representó un sensacional triunfo frente al mundo occidental cristiano, aunque él fuera presidente de Estados Unidos gracias a ese mundo.
El presidente Obama, al parecer, olvidó los testimonios de los estadounidenses que ayudaron a los griegos a escapar de las matanzas de los turcos de Atatürk. Olvidó el millón y medio de refugiados griegos que el Ejército turco expulsó de sus casas en Asia Menor. La democracia turca que tanto admira el señor Obama se construyó sobre mares de sangre de gente que vivía en esas tierras. Quizá para Obama y su Gobierno sólo sean refugiados los musulmanes; y todos los demás, ocupantes.
Pero incluso aunque el Ejército griego hubiese acudido a Asia Menor como fuerza de ocupación –si asumiéramos la versión más distorsionada de la Historia–, ¿qué habría ocupado, exactamente? ¿Las ciudades que habitaron los griegos desde que tenemos registros históricos?
Obama, por lo visto, no aprendió nada en la escuela sobre la Guerra de Troya; por lo visto, nunca leyó a Homero y no sabe que los habitantes del Bósforo y de gran parte de Asia Menor eran griegos; y por lo visto tampoco ha leído la Biblia, o los registros históricos griegos y romanos del pueblo judío y de su capital, Jerusalén.
Para cubrir la bochornosa emboscada de su presidente contra el Estado judío, la Administración Obama intentó, por medio del asesor de Obama para la Seguridad Nacional, Ben Rhodes, descargar la responsabilidad de la resolución de la ONU sobre el Gobierno israelí de Benjamín Netanyahu. ¿Dónde termina esta carrera hacia el abismo del Partido Demócrata norteamericano?
El presidente norteamericano Barack Obama, ante la 71ª Asamblea General de la ONU, el 20 de septiembre de 2016. (Imagen: Naciones Unidas). |
Ni a EEUU ni a la ONU –el Consejo de Seguridad y también la Unesco– corresponde determinar qué es históricamente cierto y qué no. Estos vergonzosos votos deberían rectificarse inmediatamente; de lo contrario, Estados Unidos y todos los demás países democráticos que valoren la libertad deberían dejar de financiar a Naciones Unidas. Hoy por hoy, parafraseando al líder de la Unión Soviética Vladímir Lenin, están pagando la soga que la ONU utilizará para ahorcarlos.