Cuando me llegó la noticia de que la Unesco no reconoce el vínculo del pueblo judío con el Monte del Templo de Jerusalén, me vino a la memoria que la ONU es la madre de la injusticia y la islamización radical global. Es evidente que sus miembros, entre los que se incluye el gran bloque de la Organización de Cooperación Islámica (OCI) –56 países islámicos más Palestina–, consideran que, si quieren transformar Occidente en una colonia islámica, primero tienen que acabar con el Estado de Israel. Esto recuerda a la sugerencia que le hizo en la Antigua Grecia el general exiliado griego Demaratos al rey de Persia, Jerjes: si quieres que caiga Grecia, primero tendrás que destruir a los espartanos.
Si Jerusalén cae en manos del islam, presumiblemente el resto del mundo también caerá. La decisión de la Unesco no sólo es absurda desde una perspectiva histórica (el islam ni siquiera existía en tiempos del antiguo Jerusalén); básicamente, también es un movimiento estratégica contra las bases culturales de Occidente.
Ahora que la ONU ya no reconoce la presencia histórica y la continuidad del pueblo judío en su tierra, los siguientes pueblos en el menú de la cadena alimenticia de la Unesco serán, probablemente, el griego y el italiano. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ya dijo algo así en fechas recientes.
Los griegos acogen a dos millones de inmigrantes ilegales de países de mayoría musulmana. Las investigaciones muestran que, con el envejecimiento de la población y la emigración de los jóvenes a causa de la crisis económica, en 2050 los griegos nativos serán únicamente 8,3 millones, 2,5 millones menos que hoy. Con la actual tasa de admisión de musulmanes, en 2050 los griegos serán minoría en su propio país.
A nadie le sorprendería que, dentro de pocos años, la Unesco, para institucionalizar la presencia islámica en la comunidad internacional, afirmase que los griegos no tienen nada que ver con la Acrópolis y el Partenón, y que Italia no tiene lazos históricos con el Coliseo de Roma.
La reciente resolución de la Unesco sobre Jerusalén debería preocupar en particular al establishment político no sólo de Grecia sino de toda Europa: esa llamativa injusticia de la ONU contra la historia de una antigua nación como es la de los judíos demuestra una parcialidad ciega hacia el islam que podría cometerse contra cualquiera de nosotros.
El presidente de Turquía ya quiere convertir la emblemática catedral de Santa Sofía de Estambul en una mezquita, y ha nombrado a un imán a tiempo completo que dice diariamente oración islámica en el espacio más sagrado de los greco-ortodoxos. La catedral de Santa Sofía es para los cristianos ortodoxos lo que La Meca para los musulmanes y el Muro de los Lamentos para los judíos. Ha sido declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, pero el presidente turco quiere convertirla en una mezquita.
A pesar de estas amenazas contra el patrimonio griego, prácticamente todos los miembros del establishment griego han cerrado sumisamente los ojos a la voraz injusticia de la ONU contra el pueblo judío porque esta vez no era contra ellos: optaron por abstenerse en la votación de la Unesco. El Gobierno griego de Alexis Tsipras y Panos Kammenos, con la colaboración de Kyriakos Mitsotakis, en la oposición, eligió no hacer honor a la relación estratégica que, por lo demás, dicen que nuestro país ha desarrollado con el Gobierno de Israel. Afrentaron no sólo al pueblo judío y los sentimientos de amistad que los griegos tienen hacia nuestros vecinos del Mediterráneo, sino a todo el patrimonio de Occidente, que está gravemente amenazado.
Los medios griegos y el 99 % de las webs de noticias decidieron no informar a la población de la actitud de sus políticos hacia la nación judía porque eso dejaría al descubierto su preferencia por el islam frente a Israel, y la población podría no verlo con buenos ojos.
Esta actitud deshonesta del sistema político contra un amigo y aliado debilita a Grecia en la escena internacional, la deja como un interlocutor poco fiable. El Gobierno griego pone en peligro la seguridad de Grecia: ningún país volverá a confiar en los políticos griegos. Al parecer, nuestros políticos están preparando a nuestro país para ser el próximo tentempié para la ONU y Turquía, y lo saben.
¿Cómo puede Grecia pedir ayuda con credibilidad a la comunidad en el asunto de Santa Sofía, cuando sus propios políticos mantienen una actitud neutral en el asunto prácticamente idéntico del Monte del Templo de Jerusalén?
El sistema político griego en su totalidad no está haciendo honor a la historia de la nación, a sus valores y a su lealtad para con sus amigos y aliados. Es un sistema que no tiene el mandato político del pueblo griego. Los actos nacionales e internacionales del sistema político no tienen la aprobación de los griegos.
En las encuestas que no están amañadas, el sistema en su conjunto cuenta con la aprobación de menos del 50% del electorado. Los griegos tienen que elegir entre una coalición de Gobierno que remite ideológica y políticamente al ala represora del Partido Demócrata de EEUU y la oposición, que remite ideológica y políticamente a la canciller alemana, Merkel, y su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU).
Lamentablemente, no hay otras alternativas para el electorado griego. Es un sistema amañado con políticos corruptos, medios que no cuentan la verdad y un poder judicial manipulado.
El sistema político griego está matando a sus propios ciudadanos. Los políticos griegos, al someterse a los programas de rescate económicos de la UE, han llevado una terrible pobreza a la población; entre tanto, el país está siendo colonizado e islamizado por los inmigrantes ilegales musulmanes.
Los persas están aquí en forma de OCI, la ONU y un sistema político que parece más inclinado a que los políticos conserven su trabajo que a las necesidades de sus ciudadanos. El pueblo griego y otros europeos están buscando los medios políticos para contraatacar en las Termópilas del siglo XXI.