Los palestinos tienen la vieja costumbre de resolver sus querellas desviando sus agravios y violencias hacia Israel. Esta práctica es evidente para quienes han ido observando los acontecimientos en la escena palestina durante las últimas décadas. Forma parte integral de una estrategia para socavar, aislar, deslegitimar y destruir a Israel.
Quienes están menos familiarizados con la cultura y las tácticas palestinas, en cambio, tienen dificultades para entender la mentalidad palestina. Los funcionarios de Washington, Londres, París y otras capitales occidentales en raras ocasiones se reúnen con los palestinos corrientes, con el hombre de la calle, la auténtica voz de los palestinos. En su lugar, lo hacen con políticos y académicos palestinos de Ramala, expertos que en realidad son consumados artistas del engaño. Esos palestinos captan muy bien la mentalidad occidental y se valen de ello para manipular a los occidentales.
La reacción occidental a la huelga de hambre declarada el pasado día 17 por palestinos presos en las cárceles israelíes es un buen ejemplo. La huelga fue iniciada por Marwán Barguti, un gerifalte de Al Fatah que está purgando cinco cadenas perpetuas por su participación en numerosos atentados contra israelíes. Barguti lleva quince años en la cárcel.
Curiosamente, a pesar de su larga estancia en la cárcel, y de las deplorables condiciones en que dice estar preso, esta es la primera huelga de hambre de Barguti. ¿O hay quizá algún otro factor que explique su repentina y aguda incomodidad?
En realidad, la huelga de hambre no guarda la menor relación con las condiciones de vida en las cárceles israelíes. Más bien, la huelga de hambre de Barguti está directamente vinculada con una lucha de poder que lleva tiempo librándose en el seno de Fatah. La huelga de hambre, más que ser una acción contra Israel, va dirigida contra el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás (que también es presidente de Fatah).
El pasado noviembre Barguti resultó el gran vencedor en las elecciones internas de Fatah. Su condición de preso y su implicación en el terrorismo siguen siendo el principal motivo de su popularidad. Su victoria electoral significó que Barguti se colocaba segundo en el escalafón del partido, detrás de Abás, y muchos esperaban que el presidente de la AP lo nombrara vicepresidente. Sin embargo, en febrero el Comité Central de Fatah –órgano dominado por los fieles a Abás– le dio una deliberada bofetada en la cara ignorando su arrolladora victoria y nombrando a otro individuo (Mahmud Alul) vicepresidente de Fatah. El nombramiento de Alul indignó a los seguidores de Barguti, que inmediatamente acusaron a Abás y a sus fieles de marginar a su líder y pretender "enterrarlo".
La esposa de Barguti, Fadwa, llegó incluso a acusar a Abás de "sucumbir" a las amenazas de Israel. Las autoridades israelíes han criticado duramente el resultado de las elecciones internas de Fatah, que ganó Barguti, diciendo que se había votado por el terrorismo. Fadwa dijo que su marido había sido el más votado, "lo que significa que es el número dos de Fatah". "No se puede ignorar la posición de Marwán Barguti", añadió.
No es la primera vez que la esposa de Barguti lanza acusaciones contra el presidente de la AP. Anteriormente había acusado a Abás y a su cúpula de imponer un apagón informativo sobre su marido. En una carta al propio Abás, expresó su "lamento y pena" por que éste no la hubiese ayudado en su campaña para conseguir la excarcelación de su marido. También se quejaba de que ni los líderes de Fatah ni los de la AP le hubiesen proporcionado fondos para financiar la campaña.
No es ningún secreto que Abás detesta la competencia. Ha declarado la guerra a todo aquel que ha osado desafiar su mandato, especialmente en Fatah. Así, Mohamed Dahlán, exjefe de Seguridad de la AP en la Franja de Gaza y considerado el enemigo número uno del presidente palestino, fue expulsado de Fatah por orden de Abás. Dahlán, diputado por Fatah, se vio despojado de su inmunidad parlamentaria también por orden de Abás. Actualmente vive en Emiratos Árabes Unidos, pero Abás ha ordenado su captura por "corrupción" y "asesinato".
Barguti está generándole a Abás un problema inmediato. Los palestinos de la calle no tolerarán la difamación —al menos no en público— de cualquier palestino encerrado en una cárcel israelí. Abás considera a Barguti una auténtica amenaza, en particular tras las encuestas de opinión que indican que éste podría ganar fácilmente unas elecciones generales. Un Barguti en libertad sería una pesadilla para Abás.
El desafecto es mutuo entre Abás y Barguti, los dos están enzarzados en una lucha de poder. Barguti quiere ser el sucesor de Abás, mientras que Abás se afana para marginarlo. Fuentes palestinas dicen que Abás está molesto por la huelga de hambre de Barguti. Cree que está intentando robarle protagonismo, especialmente en víspera de su visita a Washington para conversar con el presidente Donald Trump. Abás, que quiere salir en las noticias todo el tiempo, no puede soportar que Barguti esté acaparando titulares y que fuese incluso invitado a escribir un artículo de opinión en el New York Times.
No obstante, no sólo tiene problemas Abás. Barguti sabe que no le interesa airear los trapos sucios de Fatah. ¿Qué harán, entonces? Lo de siempre: dirigir la ira hacia Israel. Barguti está de repente preocupado por sus condiciones de reclusión y exigiendo más privilegios. Israel —afirma— encarcela a los palestinos por su "resistencia pacífica". Barguti sabe que es impopular hablar públicamente contra Abás. De manera similar, Abás está utilizando la huelga de hambre para incitar contra Israel y exigir que todos los terroristas palestinos, incluidos los que tienen delitos de sangre, sean excarcelados sin condiciones. La huelga de hambre es una cortina de humo para tapar los verdaderos problemas de Fatah y no tiene nada que ver con las condiciones de los presos en las cárceles israelíes.
Despojada de sus trampas para occidentales, la huelga de hambre de Barguti es en realidad una lucha entre Abás y otro aspirante más al cetro. Y, una vez más, Israel —el Estado que supuestamente trata tan mal a los terroristas palestinos encarcelados— es quien se lleva las críticas.