Días después de que el Estado Islámico conquistara la ciudad de Sirte en Libia, hace dos años, aparecieron unos enormes carteles en el bastión islamista advirtiendo a las mujeres de que debían llevar prendas holgadas que cubrieran el cuerpo entero, y no ponerse perfume. Estas "estipulaciones de la sharia sobre el hiyab" incluían llevar materiales densos y ropa que no "se parezca al atuendo de los no creyentes".
Dos años después, las tres ciudades más importantes de Europa —Londres, París y Berlín— se están inclinando de la misma manera hacia la sharia.
París ha dicho au revoir a los anuncios "sexistas" en las vallas publicitarias. El ayuntamiento de París anunció que los iba a prohibir después de que la alcaldesa socialista, Anne Hidalgo, dijera que la medida significaba que París estaba "siendo pionera" en la lucha contra el sexismo. El alcalde de Londres, Sadiq Jan, también prohibió los anuncios que promovieran "expectativas no realistas sobre la imagen física y la salud de las mujeres". Ahora Berlín prevé prohibir las imágenes donde las mujeres aparezcan como "guapas pero débiles, histéricas, tontas, locas, ingenuas o gobernadas por sus emociones". Harald Martenstein, de Der Tagesspiegel, dijo que la medida "podría haber sido sacada del manifiesto talibán".
Lo irónico es que esta ola de moralidad y "virtud" proviene de ciudades gobernadas por políticos de izquierdas desinhibidos, que durante años han defendido la liberación sexual.
Hay una razón para esta grotesca campaña de prohibición de imágenes. Estas ciudades tienen importantes porcentajes de población musulmana. Y los políticos —los mismos que promulgan fanáticamente el multiculturalismo obligatorio— quieren complacer al "islam". Ahora, uno de los puntos centrales "feministas" es defender la política de la sharia, como hace Linda Sarsour. De resultas que hoy pocas feministas se atreven a criticar al islam.
Está ocurriendo en todas partes. Los ayuntamientos holandeses están "aconsejando" a sus empleadas que no lleven minifalda. Hay horarios sólo para mujeres en las piscinas suecas. Los colegios alemanes están enviando cartas a los padres pidiéndoles que las alumnas eviten llevar "ropa sugerente".
El primero que propuso pedir la prohibición de los carteles o anuncios que "redujeran a la mujer o al hombre a objetos sexuales" fue el ministro alemán de Justicia, Heiko Maas, socialdemócrata.
"Exigir el velo en las mujeres o reprimir a los hombres se podría esperar viniendo de los líderes religiosos islámicos radicales, pero no del ministro de Justicia alemán", dijo Christian Lindner, líder del Partido Democráta Libre.
En 1969, Alemania estaba sumida en un debate sobre la introducción en los colegios del Sexualkundeatlas, un "atlas" de ciencia sexual. Ahora lo que se intenta es desexualizar a la sociedad alemana. El periódico Die Welt dijo:
Gracias al ministro de Justicia, Heiko Maas, por fin sabemos por qué en Nochevieja, en la Estación Central de Colonia, unas mil mujeres fueron víctimas de violencia sexual: por culpa de la publicidad sexista. Demasiados modelos erotizadas, demasiada piel desnuda en nuestras vallas publicitarias, demasiadas bocas eróticas, demasiadas minifaldas en las revistas de moda, demasiado contoneo de traseros y pechos turgentes en los anuncios de televisión. Es otro paso en el camino de la "sumisión".
En vez de pezones y nalgas, concluye Die Welt, "¿deberíamos instar al uso del burka o el velo, como hace Erdogan?"
Las mismas élites alemanas que proponen prohibir los carteles "sexistas" censuraron los crudos detalles de las agresiones sexuales masivas en Colonia. Entretanto, una mezquita liberal de Berlín, que prohibió los burkas y abrió sus puertas a gais y mujeres sin velo, está ahora bajo protección policial tras haber recibido amenazas de supremacistas musulmanes.
Las élites europeas han adoptado una doble vara de medir: se enorgullecen de acoger una exposición con un crucifijo cristiano sumergido en orina, pero claudican rápidamente ante las exigencias musulmanas de censurar viñetas del profeta islámico Mahoma. Las autoridades italianas se tomaron muchas molestias para ahorrarle al presidente de Irán, Hasán Ruhaní, ver la desnudez de las antiguas esculturas en los Museos Capitolinos de Roma.
El público occidental parece fascinado por los velos islámicos. Ismail Sacranie, fundador de Modestly Active, la empresa que diseña burkinis, declaró a The New York Times que el 35% de sus clientes son no musulmanes. Aheda Zaneti, una libanesa que vive en Australia y que inventó el burkini, afirma que el 40% de sus ventas son a mujeres no musulmanas. El público occidental, que ha romantizado el islam, parece estar asimilando la piedad de la ley islámica. The Spectator lo llamó "nuevo puritanismo" y se preguntó "por qué algunas feministas hacen causa común con el islam".
Parafraseando al escritor estadounidense Daniel Greenfield, la ironía de que las mujeres celebren su propia anulación es tan sobrecogedor como estupefaciente.
Europa podría muy pronto tener que disculparse con la alcaldesa de Colonia, Henriette Reker. Fue criticada —condenada— por aconsejar a las mujeres mantenerse "alejadas" de los desconocidos para evitar el acoso sexual.
Si Occidente sigue traicionando el valor democrático de la libertad individual sobre el que se basa la civilización occidental, los fundamentalistas islámicos, como aquellos que impusieron el burka a las libanesas, empezarán a imponérselo a las mujeres occidentales. Puede incluso que empiecen por esas élites feministas que primero crearon la revolución sexual para la emancipación de la mujer en los años sesenta, y ahora están locamente enamoradas de una prenda oscurantista que oculta a la mujer en una cárcel portátil.
Si Occidente sigue traicionando el valor democrático de la libertad individual, los fundamentalistas islámicos que impusieron el burka a las mujeres libias harán lo mismo a las occidentales. (Foto: Alexander Hassenstein/Getty Images). |