El mes pasado, un tribunal iraní condenó a Shaparak Shayarizadeh, de 43 años, a dos años de prisión, con 18 meses de libertad condicional, por quitarse el hiyab en público.
En nuestra infancia iraní, los gritos de mi hermana podían quebrar el silencio de la noche en el hogar familiar. Las pesadillas podían despertarla y aterrorizarla de tal modo que no se podía volver a dormir. Todos le animábamos a compartir sus temores, pero ella siempre se negaba. La noche en que finalmente se abrió, estaba totalmente agitada por el miedo.
Temerosa de que le preguntaran en voz alta, mi hermana, que entonces tenía 9 años, susurró: "¿Me cogerá Alá por los pelos? El profesor de religión y Corán de la escuela nos ha dicho que si mostramos nuestro cabello en público, Dios nos cogerá de él en el más allá y nos torturará durante toda la eternidad". "Si morimos nos resucitará y nos seguirá torturando", sollozó. "Fui a la tienda de ultramarinos y olvidé ponerme el hiyab. ¿Me torturará Dios durante toda la eternidad?".
Mi hermana iba a una de las decenas de miles de escuelas, dentro y fuera del país, regidas por la sharia iraní. Muchos profesores recurrían a esa admonición para advertir a las niñas de que no mostraran el cabello. La orden se decía que provenía de un hadiz, un dicho o hecho de Mahoma.
Según la enseñanza, el yerno y primo del profeta, Alí, y su mujer, hija de Mahoma, vieron un día al profeta llorar.
La preguntaron qué era lo que hacía llorar al Sagrado Profeta. Él respondió: "En la noche de la Ascensión ['Mairaj'], vi los castigos dados a algunas mujeres, y hoy he recordado esas escenas. Por eso es por lo que estoy preocuopado". Le preguntaron: "Por favor, dinos lo que viste". Él respondió: "Vi a una mujer colgada del cabello, y su cerebro bullía. (Este es el castigo para la mujer que no oculta su cabello cubriendo su cabeza ante los hombres)".
¿Por qué esos profesores hablaban de esos terribles castigos a unas niñas de sólo 8 o 9 años? Pues porque lo mejor para adoctrinar y lavar el cerebro a la gente es hacerlo cuando la gente es joven. Los niños son confiados y tienen pocos conocimientos. Por otro lado, para los musulmanes radicales, el miedo es una poderosa herramienta para coaccionar a la gente, forzarla a creer en sus ideas y hacer que accedan a las prácticas y exigencias de sus líderes.
Ya no es que algunas escuelas y mezquitas se utilicen como terrenos para sembrar el miedo en niñas pequeñas con advertencias para que no muestren el cabello. Una vez la sharia penetra en el cuerpo político, exige un sistema judicial islamista que la ponga en práctica, y a través del cual se puedan imponer severos castigos a quienes desobedezcan los mandatos de Dios.
Video como éste, en el que fuerzas del régimen religioso golpean a una joven por no llevar el cabello lo suficientemente cubierto, son abundantes. Numerosas musulmanas, incluidas algunas de mi propia familia, temen quitarse el hiyab aun siendo ya adultas y no religiosas y viviendo en lugares donde pueden hacerlo. El miedo a mostrar el pelo, y las consecuencias físicas y espirituales asociadas a ello, aún les atenaza e influye en sus decisiones cotidianas.
Como la imposición de la sharia muestra en Irán y en los demás territorios gobernados por islamistas, la legislación islamista no consiste sólo en colocar a líderes religiosos en posiciones de poder; tiene también que ver con controlar las actividades cotidianas de las gentes, cada aspecto de sus vidas, empezando por el uso de sus cuerpos. Por esto es por lo que debe ponerse fin a las prédicas radicales en las escuelas, antes de que la sharia domine el Estado.
Mi hermana aún teme quitarse el hiyab debido a aquellas historias horribles que sus instructores islamistas le enseñaron cuando era niña. ¿Cuántas niñas más habrán tenido esas pesadillas? Confío en que mi hermana pase algún día una buena noche; en que las niñas que ahora están en esas mismas aulas, a las que se satura con historias horribles, se sientan un día libres para descubrir su cabello y duerman tranquilas. Hasta que no llegue ese día, tampoco yo descansaré.