Desde su creación, el actual régimen iraní no se ha construido sobre la paz, sino sobre la espada. Desde el primer día de su revolución de 1979, los ayatolás establecieron una teocracia cuya misión principal no era sólo gobernar, sino exportar su revolución por todo el mundo e imponer su doctrina islamista chií radical a los demás. La ideología fundacional del régimen se basa en conquistar pueblos y tierras mediante el terror, el engaño y la fuerza.
Los eslóganes revolucionarios del régimen no tratan de la coexistencia ni del respeto mutuo; tratan de la dominación, de borrar a los enemigos y de construir un imperio bajo la bandera del Líder Supremo. En realidad, la Constitución de la República Islámica de Irán manda exportar la revolución. Extender su ideología más allá de sus fronteras no es una opción, es un principio estructural del propio Estado. El régimen nunca ha buscado ganar influencia mediante la persuasión o la diplomacia, sino a través de armas nucleares, misiles balísticos, y asesinatos globales.
En la actualidad, las ambiciones revolucionarias de Irán están envueltas en un moderno arsenal de armamento avanzado y operaciones encubiertas. Aunque el régimen sigue blandiendo consignas religiosas y retórica revolucionaria, su verdadero instrumento de influencia es la violencia. El régimen utiliza su programa de armamento nuclear y sus misiles balísticos como escudo y lanza, para proteger su poder en el interior y amenazar a sus adversarios en el exterior. Financia y arma milicias en todo Oriente Próximo -Hezbolá en Líbano, los houthis en Yemen, las milicias en Irak- y las despliega como extensiones de su voluntad. Ejecuta asesinatos y atentados terroristas en todos los continentes, enviando a sus agentes a atacar a judíos, cristianos, disidentes y funcionarios occidentales.
Para los ayatolás, la paz no es un objetivo divino, sino una ilusión temporal que hay que explotar antes del siguiente ataque. El régimen ve cada enfrentamiento no como un fin sino como un paso hacia un conflicto mayor que cree que cumplirá su visión revolucionaria y apocalíptica.
Occidente no debe caer en la peligrosa ilusión de que el régimen se ha vuelto racional, comedido o pragmático, una de las ilusiones más peligrosas de la política internacional actual.
El régimen de Irán ya está planeando su próxima guerra: 2.000 misiles apuntando a Israel para enjambrarlo todo a la vez y abrumar a sus interceptores.
El presidente del país ha declarado abiertamente que su programa de armamento nuclear continuará a velocidad de vértigo. Irán se niega a cooperar con los inspectores internacionales, dejando al mundo en la incertidumbre sobre el destino de lgrandes cantidades de uranio enriquecido que han desaparecido misteriosamente de las instalaciones declaradas. Nadie sabe realmente dónde se encuentra este material ni lo cerca que está el régimen de conseguir una forma armamentística del mismo.
A puerta cerrada, Teherán sigue fortaleciendo sus alianzas con peligrosos Estados antioccidentales: China, Rusia y Corea del Norte. Cada uno de estos países sigue proporcionando apoyo directo, asistencia técnica y cobertura económica o política a las ambiciones de Teherán. China alimenta la economía de Irán comprando su petróleo a pesar de las sanciones internacionales. Juntos, forman un escudo protector que permite al régimen iraní perseguir su sueño nuclear, su destino.
Lo más probable es que el Líder Supremo y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica vean los misiles y las armas nucleares como herramientas divinas que les permitirán destruir el Estado de Israel, al que han jurado abiertamente borrar del mapa. La consecución de ese objetivo permitiría cumplir una de las profecías más antiguas del régimen: la destrucción de Israel, el "Pequeño Satán", y la creación de un orden mundial dirigido por el sistema clerical chiíta. El régimen no oculta esta visión.
Los objetivos del régimen no se limitarán a Israel o a los países del Golfo. Europa y Estados Unidos, el "Gran Satán", están en su punto de mira. Amir Hayat-Moqaddam, miembro del Comité de Seguridad Nacional y Política Exterior del Parlamento iraní, se jactó recientemente de que los misiles balísticos de Irán pueden alcanzar capitales europeas y ciudades estadounidenses. El régimen ha lanzado recientemente amenazas, advirtiendo a Occidente de que sus enemigos deben temer el creciente poderío misilístico de Irán. Estas declaraciones no son meras bravatas; son una ventana abierta a la mentalidad de unos dirigentes que ven la confrontación como algo inevitable y quizá incluso deseable. Los gobernantes de la República Islámica no se conforman con sobrevivir, sino que quieren la victoria, una victoria que se consigue mediante la intimidación, el terror y la destrucción final de sus supuestos enemigos.
Mientras tanto, mientras se prepara para una confrontación mayor, el régimen ya ha comenzado a reactivar sus redes terroristas globales en Australia, Alemania y Grecia. Los agentes del régimen ya están trabajando para asesinar y aterrorizar a judíos, cristianos y objetivos occidentales en todo el mundo. Recientemente se frustró un complot para asesinar al embajador de Israel en México, lo que subraya el alcance mundial de la Fuerza Quds de Irán y su aparato de inteligencia. La agencia de inteligencia israelí, el Mossad, ha identificado operativos conectados con redes iraníes que están detrás de múltiples atentados terroristas y complots contra personas e instituciones judías. Estos incidentes, no aislados, son campañas coordinadas destinadas a sembrar el miedo, crear el caos y enviar el mensaje de que los enemigos de Irán nunca están fuera de su alcance. Las agencias de inteligencia occidentales deberían suponer que Teherán está planeando más intentos de asesinato -y más sofisticados-, posiblemente dirigidos contra altos cargos en Israel y, como hace varios años, en Estados Unidos. El régimen comprende que una vez que los ex funcionarios dejan sus cargos y vuelven a ser ciudadanos particulares, su seguridad es más débil.
Hay que dar un ultimátum inequívoco al régimen: o detiene su programa nuclear, desmantela su programa de misiles balísticos y pone fin a sus operaciones mundiales de asesinato y terrorismo, o se enfrentará a una nueva campaña militar. Occidente no puede permitir que Teherán vuelva a ganar tiempo, engañe a los inspectores y se esconda tras una jerga diplomática. La presión económica y política por sí sola fracasará si no va acompañada de una aplicación creíble. El enfoque del presidente Trump de cortar todos los salvavidas financieros, incluidas las sanciones secundarias, al régimen sigue siendo una de las estrategias más eficaces. Cada dólar que fluye hacia Teherán a través de las ventas de petróleo o el comercio es un dólar que financia misiles y milicias.
El Partido Comunista Chino debe rendir cuentas por la compra de petróleo iraní: están directamente violando las sanciones internacionales y dando poder al régimen para financiar sus proyectos militares y nucleares.
Europa también debe dejar de tratar al régimen como un socio diplomático legítimo. Los consulados y embajadas iraníes en las capitales europeas han sido a menudo utilizados como centros de recogida de información y planificación de operaciones. Muchos de los complots terroristas del régimen han sido concebidos o coordinados desde estos recintos diplomáticos. La Unión Europea debe cerrar inmediatamente los consulados iraníes y expulsar a su personal. No debe permitirse que la inmunidad diplomática proteja a los asesinos y conspiradores de la justicia. Si Europa sigue concediendo a Teherán el privilegio de la diplomacia, seguirá sufriendo las consecuencias de la duplicidad del régimen.
El régimen iraní no se está reformando; se está reagrupando. No se está moderando; se está militarizando. Occidente no puede permitirse dormirse mientras Teherán se prepara en silencio para la próxima gran guerra. Lo que está en juego es más importante que nunca: para Israel, para Europa, para Estados Unidos y para todas las naciones que valoran la estabilidad y la paz. Si Occidente no mantiene la presión sobre el régimen, el próximo conflicto no será sólo otro estallido regional. Será catastrófico.
El régimen iraní interpreta el silencio como debilidad y la vacilación como rendición.Para evitar otra guerra devastadora, Occidente debe mantener la presión militar y económica, y actuar antes de que las ambiciones del régimen creen una realidad que será oscuro y costoso revertir. Teherán está tramando su próxima guerra. La única forma de evitarla es enfrentarse al régimen ahora, con unidad, fuerza y determinación.
Dr. Majid Rafizadeh, es politólogo, analista educado en Harvard y miembro del consejo de Harvard International Review. Es autor de varios libros sobre la política exterior estadounidense. Puede ponerse en contact
