China ha demostrado con palabras y hechos que tiene la intención de dominar el resto del siglo XXI.
A diferencia de las horrendas tácticas de Vladimir Putin, los chinos aparentemente buscan adquirir esa posición global sin necesidad de disparar un tiro. ¿Tienen armas nucleares en su arsenal? Sin duda. ¿Y un ejército poderoso? Sí, con una Armada que cuenta con una capacidad significativa para desafiar a nuestra flota del Pacífico. ¿Qué hay de la exploración espacial? Ya están ahí. ¿Y de la hegemonía digital? Están en ello, controlando los pensamientos, comentarios y opiniones de más de mil millones de personas.
Pero es con su economía con lo que pretenden relegar a Estados Unidos a la categoría de potencia de segunda, a sabiendas de que fue una economía en quiebra lo que finalmente provocó el desmantelamiento de la Unión Soviética.
La última visión de su estrategia de dominio mundial inexpugnable viene del mar y tiene poco que ver con su nuevo portaaviones o sus submarinos de inmersión profunda. Está relacionada con la pesca.
El New York Times ha publicado un exhaustivo estudio sobre la industria pesquera china, y en él se habla de "una operación pesquera global sin parangón con la de ningún otro país". La intensidad, alcance y proximidad de su flota en aguas del continente americano hicieron que el Times observara:
"Su escala ha hecho saltar las alarmas por el daño a las economías locales y al medio ambiente, así como a la sostenibilidad comercial del atún, el calamar y otras especies."
Los enormes buques factoría chinos surcan las aguas en busca de toneladas de pescado para compensar la merma de peces en sus propias aguas y, de manera nada sorprendente, el Times informa de que violan regularmente las aguas territoriales de los países ribereños.
No es la primera vez que los derechos de pesca provocan tensiones en la arena internacional. Así, las Guerras del Bacalao enfrentaron al Reino Unido y a Islandia en la década de 1950 por la pesca en el Atlántico Norte. Del mismo modo, los recién nacidos Estados Unidos y Gran Bretaña tuvieron que negociar derechos de pesca en la década de 1780, y las cosas se volvieron peligrosamente polémicas en el siglo XIX, antes de que prevaleciera el sentido común.
Pero en el siglo XXI nos encontramos en un terreno mucho más peligroso: los chinos consideran claramente que la pesca en cualquier momento y lugar, con desprecio de la sostenibilidad, está entre sus derechos como superpotencia en auge. Al parecer, para ellos los tratados, como el que protegía la democracia en Hong Kong, son papel mojado.
Los océanos no son los únicos lugares de los que quieren adueñarse los chinos. Presten atención a las tierras de cultivo estadounidenses.
Informes publicados revelan que empresas chinas están adquiriendo vastas extensiones de tierras de cultivo en el corazón de nuestra nación. Piense en las implicaciones que tiene el hecho de que un país que nos considera un obstáculo para su hegemonía mundial compre las tierras de las que dependemos para alimentar a nuestra población.
Ahora bien, Norteamérica no es su único objetivo. Los chinos también quieren hacerse con recursos esenciales para las economías modernas en Sudamérica.
En consecuencia, los países de América del Norte y del Sur deben reunirse urgentemente para elaborar una nueva Doctrina Monroe. Al igual que el documento original puso sobre aviso a las potencias europeas de que los derechos soberanos de las naciones que surgían en el Nuevo Mundo debían ser respetados, so pena de enfrentarse a unos Estados Unidos hostiles, China debe entender que la pesca furtiva en aguas de los signatarios sería respondida con contundencia.
Una Doctrina Monroe del s. XXI recordaría sin ambigüedades a Pekín que, aunque los países del Norte y el Sur de América puedan tener sus desacuerdos, serán uno solo a la hora de reconocer la intención china de subvertir el orden vigente. Un esfuerzo diplomático de este tipo uniría a naciones del Nuevo Mundo de culturas profundamente diferentes, recordando a sus líderes que sus disputas transfronterizas y sus diferentes ideologías palidecen ante la amenaza externa que se cierne sobre sus costas.
Es comprensible que andemos distraídos por un buen número de crisis: la guerra de Putin, el impacto duradero de la pandemia, la escalada de la recesión, el impacto catastrófico del consumo abusivo de drogas, el estado desastroso de la educación pública, etc. Pero hay que entender que la flota china que faena sin descanso en los océanos no es más que un reflejo de la intención de Pekín de hacerse con una captura mucho más grande: el dominio global a expensas de los demás países del planeta.