En abril, la Administración Biden autorizó la venta de la Reserva Estratégica de Petróleo de nuestra nación al mejor postor. Lo hizo bajo la lógica de que poner más petróleo en el mercado mundial en un momento en que Rusia controla la energía de Europa podría forzar la bajada del precio de la gasolina.
Uno podría preguntarse, ahora que se aproximan las elecciones de mitad de mandato en el Congreso y que el precio de la gasolina se ha disparado hasta los cinco dólares el galón, si la Casa Blanca tomó una decisión estratégica de ese calibre siguiendo criterios políticos y no en función de lo que conviene a la seguridad de nuestra nación. Y es que China se encuentra entre los grandes postores por nuestras reservas petroleras.
La China que ha aniquilado el Tíbet.
La China que practica la esclavitud, la tortura en campos de internamiento, los trabajos forzados, el trabajo infantil y la extracción de órganos a reclusos vivos.
La China que ha asfixiado la democracia en Hong Kong.
La China que amenaza la libertad de 23 millones de taiwaneses.
La China que intentó inutilizar un avión militar australiano que volaba sobre aguas internacionales.
La China que ha disparado misiles hacia la zona económica exclusiva de Japón y tratado de cegar a pilotos estadounidenses con rayos láser.
La China que está copando el mercado de minerales de tierras raras, como el cobalto, necesarios para fabricar baterías eléctricas; robando tecnología estadounidense y comprando tierras de cultivo estadounidenses, algunas de ellas próximas a bases militares.
La China que ha comprado terrenos en Dakota del Norte a sólo 12 millas de una base militar que es "la columna vertebral de las comunicaciones militares de Estados Unidos".
La China que se ha aliado con otras naciones agresoras, como Rusia e Irán.
La China que acaba de estrenar un superportaaviones comparable a los de Estados Unidos y al que ha denominado -tome nota todo el mundo- Fujian, como la provincia ribereña del Estrecho de Taiwán.
Uno sólo puede preguntarse de dónde saldrá el combustible que alimentará los motores de turbina de ese descomunal portaaviones cuando efectúe operaciones que amenacen la seguridad de nuestros aliados asiáticos y desafíe el papel histórico de Estados Unidos en el Pacífico.
En lugar de vender nuestro petróleo, la Administración Biden debería estar almacenando las reservas estratégicas como si se estuviera preparando para la batalla. Lo cierto es que estamos en medio de un conflicto no declarado. En él se dirimen el futuro de la libertad y la democracia ante un régimen que tiene abiertamente toda la intención de enfrentarse a Estados Unidos en Asia y en otros lugares.
¿Por qué, entonces, el presidente Biden está mermando la Reserva Estratégica de Petróleo, justo cuando debería ampliarla? ¿Por qué parece que su Administración está tratando de debilitar a Estados Unidos en el preciso momento en que China se vuelve cada vez más agresiva?