
Las verdaderas intenciones de Irán no podrían haber quedado más claras: la semana pasada, el viceministro iraní de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, declaró rotundamente que la cuestión del enriquecimiento de uranio es "no negociable".
El régimen iraní desnudó el farol del presidente Donald J. Trump sobre bombardear el país si se negaba a desmantelar sus centrifugadores de enriquecimiento de uranio, sus misiles balísticos y el resto de su programa nuclear. Trump se replegó de inmediato. Ahora parece estar tratando de esquivar sus propias palabras: "Creo que podemos llegar a un acuerdo sin el ataque".
Eh, no, por desgracia, no puede. Si Trump intenta persuadir a Irán de que entregue sus armas nucleares sin un plazo estricto, Estados Unidos se encontrará pronto rindiéndose o "arrastrado a una guerra", quizás al final de su mandato. Por no hablar de la carrera armamentística nuclear que tendría lugar si Irán decide destapar sus centrifugadoras y enriquecer uranio hasta alcanzar un grado armamentístico del 90%. Teniendo en cuenta las declaraciones de julio del entonces secretario de Estado, Antony Blinken, de que "ahora [Irán] está probablemente a una o dos semanas de hacerlo", es probable que Irán sea ya capaz de fabricar armas nucleares.
La declaración de Araghchi surgió como respuesta directa al anuncio del actual secretario de Estado, Marco Rubio, de que Washington estaba buscando un acuerdo que impidiera a Teherán todo enriquecimiento de uranio. Si Irán puede enriquecer un poco de uranio ahora, más adelante podrá enriquecer mucho.
Se ha vuelto evidente que incluso cuando Washington tiende una rama de olivo, Teherán, sin dudarlo, redobla sus exigencias nucleares. Ya ni siquiera finge. Desafía abiertamente a Occidente. El régimen parece confiar en que siempre habrá suficientes ingenuos presidentes, políticos y negociadores estadounidenses dispuestos a firmar otro acuerdo desastroso, fingiendo ante la opinión pública que han obtenido una victoria para la "diplomacia".
El primer ministro británico Neville Chamberlain fue engañado de la misma manera por Hitler en 1938, pero no tenía el beneficio de la retrospectiva. Nosotros sí. El último diktat iraní a Estados Unidos declara abiertamente que no tiene ningún interés en un compromiso, ninguna intención de abandonar su programa de armas nucleares y ningún miedo a las impotentes amenazas del Salón Oval.
Al menos merece algo de crédito por su honestidad. Los mulás quieren preservar su programa de enriquecimiento de uranio: significa para ellos un arma que, cargada, apunta contra el mundo.
Al igual que con el acuerdo JCPOA de 2015 de Barack Obama -en el que Irán, gracias a las "cláusulas de extinción", construiría legítimamente tantas armas nucleares como quisiera a partir del 18 de octubre de 2025 -, permitir el enriquecimiento pero a un nivel bajo mantendrá en manos de Teherán la infraestructura, el conocimiento y la capacidad de producir rápidamente uranio de grado armamentístico.
Aquella es toda la estrategia del Gobierno iraní: mantener bajo la legitimidad internacional lo justo y necesario del programa nuclear para asegurarse de, en el momento que crea oportuno, poder sacar su arma nuclear y utilizarla como medio de intimidación.
Una cosa es segura: en el instante que quede claro que Irán adquirió armas nucleares, todos los países de Oriente Próximo, excepto Israel, se someterán ante el riesgo de ser bombardeados.
Este juego del gato y el ratón fue la guía de acción de Irán durante casi 20 años. El régimen finge cumplir con alguna norma occidental, reduce ligeramente el enriquecimiento para satisfacer a los desesperados políticos occidentales que quieren anotarse victorias diplomáticas a corto plazo, y, a cambio, obtiene miles de millones de dólares en alivio de sanciones, beneficios económicos y, sobre todo, legitimidad política.
Una vez que los dirigentes occidentales -a menudo celebrados como "pacificadores"- que negociaron los acuerdos abandonan sus cargos, Irán vuelve a intensificar sus actividades sigilosamente. Siempre acaba siendo mucho más fuerte que antes. Este ciclo se ha repetido tantas veces que decirle diplomacia es incorrecto, habría que llamarlo por lo que realmente es: apaciguamiento.
Si echamos un vistazo honesto a las últimas dos décadas, a pesar de todos los apaciguamientos y acuerdos, uno tras otro, y a pesar de las llamadas "garantías" de la comunidad internacional, el programa nuclear iraní ha seguido avanzando.
Durante las primeras fases de su programa nuclear, Irán aún estaba a años de poder producir suficiente material fisible para una bomba. Ahora, tras décadas de conversaciones y acuerdos, podría ser un Estado con armas nucleares. Cada ronda de negociaciones internacionales le daba felizmente un respiro, tiempo para desarrollar su tecnología y dinero para estabilizar su hundida economía. La obsesión de Occidente por la óptica política -sostener trozos de papel y proclamar "la paz en nuestro tiempo"- ha permitido a Irán jugar a largo plazo. El Gobierno iraní no piensa en ciclos electorales de cuatro o seis años. Es un régimen gobernado por un "Líder Supremo" que piensa en décadas y está cómodamente dispuesto a esperar a que se cumplan los mandatos de los líderes occidentales sin carácter.
Mientras tanto, en nuestras democracias -miradas con justo desprecio por el régimen teocrático- los políticos se centran casi exclusivamente en conseguir una victoria política que puedan citar en campaña, aumentar sus índices de aprobación y ser reelegidos. Los políticos occidentales no miran más allá de las próximas elecciones, Irán mira el destino.
Teherán comprende que los mandamases de Occidente están desesperados por conseguir logros para sus currículos. Irán les sigue el juego lo suficiente como para permitirles declarar victorias vacías, y luego reanuda su conquista nuclear una vez que desaparece el bloqueo temporal. De este modo, el régimen ha sobrevivido a múltiples presidentes estadounidenses, primeros ministros europeos e innumerables negociadores. Irán no deja de avanzar mientras Occidente se felicita por acuerdos sin sentido.
Por eso, cualquier nuevo pacto que permita a Irán mantener, aunque sea mínimamente, la capacidad de enriquecer uranio no es una solución, es una capitulación. Cumple, justamente, su deseo: seguir desarrollando sus armas nucleares al mismo tiempo que disfruta de una recuperación económica, de la aceptación internacional y que, además, puede seguir sembrando el terrorismo internacional.
Peor aún, este retroceso envía una peligrosa señal a otros Estados delincuentes: el desafío tiene recompensa.
Permitir que Irán enriquezca uranio incluso a los niveles más bajos deja al mundo a merced de un régimen brutal y fanático, se burla del espectáculo de la no proliferación y revela una vez más que un Occidente supino no está dispuesto a enfrentarse al peligro real con la seriedad que exige.
La única solución para Trump, por desgracia, no es la que desea. Es el desmantelamiento completo y total del programa nuclear iraní, sin enriquecimiento, sin centrifugadoras y sin instalaciones susceptibles de ser reiniciadas. Lamentablemente, nada rendirá fruto si no se destruyen por completo las centrifugadoras, el programa de misiles balísticos y la capacidad de exportar terrorismo de Irán a través de sus insaciables peones.
Estimado presidente Trump, lo más importante es que todo este trabajo no debe confiarse a la comunidad internacional, a las Naciones Unidas o a cualquier organismo multilateral que se haya demostrado incapaz de hacer frente al régimen tramposo de Teherán. El desarme total debe ser responsabilidad de Estados Unidos e Israel, a los que Irán llama el "Gran Satán" y el "Pequeño Satán".
Estados Unidos, como el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, repetidamente señala, es el país detrás del cual realmente está Irán; Israel se interpone en el camino. ¿Qué hay en "Muerte a Israel" y "Muerte a Estados Unidos" que es tan difícil de entender? Un esfuerzo coordinado entre Washington y Jerusalén garantizaría que el sueño nuclear iraní sea aplastado permanentemente. Cualquier otra vía, señor presidente, está destinada a terminar en la guerra que usted parece querer eludir.
Señor presidente, tiene una elección. Puede forjar un legado histórico como el gran líder mundial que tuvo las agallas de salvar al mundo libre de la amenaza nuclear iraní. O puede buscar una victoria política sin sentido firmando un acuerdo que sólo sirva para tapar la crisis durante veinte minutos. Si negocia un acuerdo débil, la historia lo recordará no como un hombre exitoso, sino como un gigantesco "loser" (perdedor), y lo mirará con la misma sorna que a Chamberlain. Chamberlain nunca recibió el Premio Nobel de la Paz y usted tampoco lo recibirá. Pero si salva al mundo de un Irán nuclear, pasará a la historia como un segundo Winston Churchill.
Es hora de poner fin a la farsa. Seguir negociando con un Irán que ha declarado sin rodeos que nunca renunciará a su pretendido "derecho a enriquecer uranio" no es diplomacia, es rendición. Cualquier acuerdo que permita un enriquecimiento, incluso limitado, es una traición a todo lo que representa Occidente. No debemos volver a recorrer ese camino.
Señor presidente, actúe ahora, con decisión, y asegúrese de que las ambiciones nucleares de Irán queden enterradas para siempre, y, sobre todo, consagre para siempre su legado como el mayor líder del siglo XXI.
Majid Rafizadeh es politólogo, estratega empresarial y presidente del International American Council on the Middle East. También forma parte del consejo del Harvard International Review.