El líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, ha estado haciendo un intenso examen de conciencia en estos días. Ha estado evaluando sus opciones y las de su organización terrorista y preguntándose por el posible resultado. Pese a sus típicas fanfarronadas petulantes, en su último discurso no pudo ocultar del todo sus temores, aunque le estaban grabando en lo más profundo de su búnker del suburbio de Dahia, en el sur de Beirut.
Nasrala está preocupado. Aunque las fuerzas del régimen sirio, apoyadas por los iraníes y los matones de Hezbolá, siguen masacrando a sus conciudadanos suníes –incluso empleando gas venenoso, como en la ciudad de Qusair–, Nasrala está preocupado. A pesar de las armas de tecnología punta que Rusia proporcionó recientemente a Damasco –supuestamente, algunas de ellas eran para él–, Nasrala está preocupado. Pese a la propaganda triunfalista difundida por los sirios y sus colaboradores, el hombre irradia pesimismo.
Al parecer, Nasrala, el siervo de Teherán que sacrificó a sus hombres y al Líbano en pro de los intereses internacionales de Irán, se ha dado cuenta finalmente de que, incluso si Asad sobrevive y conquista los bastiones de los rebeldes, incluso si la resistencia es aniquilada, se avecina la derrota del régimen, al igual que la de las fuerzas de Hezbolá que luchan por él. Es inevitable, y el conflicto entre chiíes y suníes se agravará y se extenderá.
Todo esto quedó de manifiesto de forma clara en su último discurso, emitido por Al Manar. Como de costumbre, estuvo plagado de provocaciones y desprecio hacia las "conspiraciones" de Israel y Estados Unidos para conquistar Siria y el Líbano y destruir la "resistencia" encabezada por el régimen de Asad; conspiraciones que pretenden evitar la destrucción total de Israel y la "liberación" de Palestina. Esta vez, sin embargo, sus ataques histéricos contra las bandas de tafkires (musulmanes que acusan a otros musulmanes de abandonar el islam y ser infieles) desprendían auténtico miedo.
Aterrado, Nasrala calificó como peligrosas bandas de tafkires a Al Qaeda, el Frente Al Nusra y Ahrar al Sham, que combaten contra Hezbolá en Siria y el Líbano. Él sabe que, a su vez, todos estos acusan a los chiíes, a los alauitas y a los drusos de haber abandonado el islam suní, lo que los convierte en infieles y en merecedores de la muerte.
Nasrala teme a estos tafkires más que a Israel. Los sangrientos enfrentamientos en Siria atraviesan las barreras entre chiíes y suníes más que en Irak, el Líbano y Baréin, y se aproximan a una explosión religiosa de características nunca vistas en Oriente Medio.
Por su parte, los Hermanos Musulmanes han dicho que Hezbolá, que combate con Asad contra los suníes, es un enemigo del islam que ha "asomado su feo rostro". En la Trípoli del Líbano, el jeque suní Al Rifai ha declarado la yihad contra Hezbolá. El jeque Yusuf al Qaradawi, un líder suní próximo a los Hermanos Musulmanes, llamó en días pasados desde Doha a que todos los musulmanes se unan a la batalla contra Asad y sus colaboradores. El líder del grupo radical suní Ahrar al Sham afirmó recientemente que el Estado islámico de la Gran Siria (Alsham), que abarcará Siria e Irak, acabará con la presencia iraní y de Hezbolá en Oriente Medio y expulsará a Rusia de la propia Siria, lo que privaría a Moscú de sus puertos en aguas cálidas.
Las señales que indican que la situación se agrava son claras en los bastiones libaneses de Hezbolá en la frontera siria. La semana pasada los rebeldes sirios lanzaron dos cohetes a Brital, en el este de Baalbek, y a Nahle, en el valle de la Bekaa. Además, se lanzaron dieciséis cohetes y proyectiles de mortero sobre Baalbek. Los misiles Grad que se dispararon contra el fortín de Hezbolá en Beirut, la Dahiye, formaban parte de la escalada, así como las encarnizados enfrentamientos entre chiíes y suníes en el Líbano, en los que Hezbolá ha sido designado específicamente enemigo de los suníes. La exigencia por parte de éstos de que el Partido de Dios se desarme es cada vez más estentórea. Y es ahora, mientras Asad, los iraníes y las fuerzas de su organización masacran a sirios y palestinos en el campamento de refugiados de Yarmuk, cuando se multiplican los problemas para Nasrala.
Al parecer, incluso los israelíes consideran hueros y lamentables los eslóganes de Hezbolá, de inspiración iraní, sobre la liberación de Palestina, la amenaza israelí a Siria y el Líbano y el papel histórico del régimen de Asad en la resistencia antiisraelí y antiamericana. Esas consignas representan el fraude que cometen Irán, Hezbolá y Hamás al invocar la destrucción de Israel, la liberación de Palestina, el fin de la hegemonía estadounidense en Oriente Medio y la glorificación de Siria como ejes principales de la lucha; todo con el fin que los iraníes lleven a término su proyecto de construir una bomba nuclear. En el pasado, los discursos de Nasrala despertaban solidaridad con su organización y con Irán, lo que desviaba la atención de los Estados del Golfo de la amenaza nuclear iraní.
Eso se está viniendo abajo como una vieja y desgastada tienda de campaña en Siria y el Líbano. Desesperado, Asad está considerando declarar la guerra a Israel, para no pasar a la historia por masacrar a su propio pueblo y ser demasiado cobarde para enfrentarse a los israelíes. Presenta sus amenazas contra Israel como si fueran el deseo del pueblo sirio, y culpa a aquél de brindar apoyo militar a los rebeldes, seguramente con la idea de que un enfrentamiento así haga que los sirios cierren filas en torno a él y los rebeldes se vean obligados a secundarle.
Al parecer, Oriente Medio se está preparando para una guerra a gran escala y sin límites. Los conflictos pasados y las tensiones presentes tendrán como consecuencia el derribo de los artificiales Estados árabes, que hasta ayer mismo parecían perfectamente estables.
Dado el actual caos en Oriente Medio y el colapso de los artificiales países árabes, cuyas fronteras están basadas en el Acuerdo Sykes-Picot, la propuesta del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, de crear un nuevo Estado palestino –así como un dispositivo conjunto de vigilancia policial entre Palestina, Jordania e Israel en el valle del Jordán–, parece una quimera. Dicha propuesta, totalmente desconectada de la realidad, revela una peligrosa falta de conocimiento del pasado, el presente y el futuro de Oriente Medio, un optimismo y un romanticismo a lo Lawrence de Arabia que permiten ignorar la aparición de una creciente agresividad militante islámica contra Israel y Occidente. Todo lo que queda es esperar que en algún lugar de Washington haya gente verdaderamente atenta que se esté preparando para la auténtica, prioritaria e inevitable batalla contra Irán y sus satélites.