Turquía se ha visto colmada de manifestaciones contra el régimen islamista de Recep Tayyip Erdogan. Lo que se ha convertido en todo un levantamiento comenzó después de que la Policía atacara a manifestantes pacíficos que se oponían a la degradación medioambiental de Estambul. Para el lunes 3, cuarto día de los enfrentamientos, el clamor contra la retirada de los árboles del parque Gezi –junto a la plaza Taksim, la más importante de la ciudad– se había extendido a la capital del país, Ankara, y a Esmirna (Izmir), símbolo de la diversidad urbana de los tiempos pasados. Lo que era una acción cívica con un mensaje ecologista se había convertido en la movilización de una masa laica de turcos descontentos.
La Policía lanza gases lacrimógenos a multitudes cada vez mayores, que llegan aglutinar a centenares de miles de personas; en algunos lugares, los manifestantes han reaccionado colocando barricadas y lanzando piedras. Otros ciudadanos se han situado en los balcones de sus casas y golpeando macetas vacías han manifestado su descontento con Erdogan. La gente clama por la dimisión del "dictador" y le advierte: "Tayyip, mira nuestra fuerza". Se han incendiado contenedores de material de construcción destinado a la reconstrucción del parque Gezi.
Unas 500 personas fueron detenidas en Estambul a primera hora del día 3; en Esmirna, 300. Durante el fin de semana anterior fueron detenidos 1.700 ciudadanos en 67 localidades, según el ministro del Interior, Muammer Guler. La Asociación Médica Turca ha informado de que unas 3.200 personas han resultado heridas. Sanitarios valientes, a menudo los verdaderos héroes en las batallas callejeras, han acudido rápidamente en su ayuda e instalado hospitales de campaña. Dos participantes en las manifestaciones han resultado muertos: Mehmet Ayvalitas, de 20 años, fue atropellado por un coche que embistió a los manifestantes el día 2 en Estambul, mientras que Abdullah Comert, de 22, recibió una herida mortal en la cabeza durante una manifestación en Antioquía (Antakya), cerca de la frontera siria. Una mujer ingresó en el hospital con una fractura de cráneo. Se han conseguido abogados para defender a los detenidos.
Erdogan ha amenazado a la gente con su retórica habitual, describiendo a los manifestantes como "saqueadores" alineados con terroristas, acusando a los políticos de la oposición de provocadores y advirtiendo de que los servicios de inteligencia identificarán a los enemigos "internos y externos". "Arreglaremos cuentas con ellos", afirmó crudamente. Con su actitud, el islamista revela a la vez sus malas maneras y sus pretensiones de detentar un poder absoluto.
Sin embargo, parece que son los ciudadanos de la República Turca los que están "arreglando cuentas" con él.
El primer ministro mantuvo sus planes de abandonar el país para hacer un viaje oficial a Marruecos, Argelia y Túnez. Esta huida de un desafío político es una prueba de debilidad, no de confianza. Tanto en el Gobierno como en el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) hay divisiones. El presidente del país, Abdulá Gül, defendió los derechos de los manifestantes el lunes 3: "La democracia no son sólo elecciones. No puede haber nada más natural [que las manifestaciones] para la expresión de los diversos puntos de vista, (…) aparte de las elecciones". Por su parte, el exministro de Cultura Ertrugul Gunay explicó que la gente que trata de proteger el parque Gezi no pretende nada más que preservar una de las pocas zonas verdes que quedan en Estambul.
Nada puede ilustrar mejor cuán profunda es la crisis social que padece Turquía que la división existente en la cima de su estructura de poder. Los manifestantes temen el autoritarismo de Erdogan y su ideología islamista. La división política se ha extendido al mundo de los negocios. El primer ministro pretendía convertir el parque Gezi en un centro comercial, pero los diseñadores de moda turcos dijeron que no se instalarían en el edificio propuesto.
En el pasado, la intransigencia rindió beneficios a Erdogan. Pero ahora el pueblo, uno de los más cosmopolitas del mundo islámico, está muy enfadado. El Gobierno detiene a estudiantes insatisfechos con la subida de las tasas y a periodistas acusados de "terrorismo". Turquía tiene más periodistas presos que cualquier otro país. A todo esto se añade la prohibición del alcohol, que, aunque acorde a los principios musulmanes, ha sido poco frecuente en tierras islámicas.
Erdogan era venerado como un ídolo por su forma de afrontar modernización. La economía creció. Turquía luchó por ser reconocida como potencia regional. El conflicto con el movimiento revolucionario kurdo llegó a su fin, al menos formalmente. Pero la rabia crecía entre los laicos, los liberales y la izquierda. Están insatisfechos con un líder político que ignora los derechos humanos. Los medios de comunicación turcos no informan sobre la situación ni con claridad ni con exactitud.
El mundo necesita abrir los ojos y darse cuenta del peligro que supone Recep Tayyip Erdogan para la estabilidad regional y el pluralismo. Se ha pasado. Puede que haya comenzado una nueva revolución turca. El pasado día 4 la Confederación de Sindicatos Públicos de Trabajadores (KESK) convocó una huelga de dos días contra el "fascismo" de Erdogan. El pueblo turco ha prometido resistir las ambiciones autoritarias de su primer ministro hasta alcanzar la victoria.