Desde que Malala Yusafzai –ganadora del Premio Nobel de la Paz de este año– apareciera en escena en octubre de 2012 de forma impactante, tras ser disparada en el rostro por los talibanes –contaba entonces 15 años de edad–, he estado observando cómo surgían teorías de la conspiración en su contra.
Uno de los acontecimientos destacados de The Girl Summit ("La Conferencia de las Niñas"), celebrada en el Reino Unido el pasado mes de julio, y de la que fue anfitrión el primer ministro David Cameron, fue la asistencia de Malala, acompañada por su padre, Ziaudin Yusafzai. Como compatriota, le felicité por los éxitos de Malala y por ser el padre modélico que toda niña querría tener. Me dio las gracias pero reconoció, con tristeza, que en Pakistán hay muchísima hostilidad contra ellos.
No me sorprendió. No todos están orgullosos de Malala. Por desgracia, Pakistán no honra como es debido a sus Premios Nobel, y abundan las teorías conspiratorias.
El primer Nobel paquistaní fue Mohamed Abdus Salam, un físico teórico que obtuvo el galardón en 1979 por su contribución al modelo electrodébil. Pero, al ser miembro de la comunidad ahmadí, fue aislado y rechazado en el país. También le llamaron espía. Finalmente abandonó Pakistán y murió en el Reino Unido en 1996.
A sus 17 años, Malala, un ejemplo resplandeciente de lucha por la paz, la esperanza, los derechos de la mujer y la libertad, probablemente sea asesinada si regresa a Pakistán debido a su valentía al hacer frente a los bárbaros que se denominan a sí mismos talibanes ("estudiantes"). Ha sido apartada de su patria.
Según los conspiranoicos, el padre de Malala es un agente de la CIA y arregló con la agencia norteamericana de inteligencia que dispararan a su hija en la cara. El resto del guión habría sido escrito por el gran Occidente feroz.
Un bloguero escribe que Malala odia a los militares pakistaníes. Creo que es al revés; mientras que las Fuerzas Armadas de Pakistán han perdido tres guerras, esta joven hizo frente a la gente que casi destruyó su país. Básicamente, puso en evidencia a los militares, y a ellos les cuesta digerir esa humillación.
Malala jamás ha hablado mal de Pakistán, en ninguna de sus apariciones o discursos públicos.
La élite está celosa porque consideran que Malala ha conseguido un billete gratis a Occidente, mientras ellos se esfuerzan por mandar a sus hijos a estudiar al extranjero. Se quejan de que hay otras muchachas que también luchan por la justicia. Pero ¿a cuántas de ellas les han disparado en la cara y han seguido luchando por la justicia?
Los burócratas pakistaníes están contrariados porque la zona de la que procede Malala, el valle de Swat, se le ha escapado de las manos al Gobierno. Para ellos, la joven representa el éxito ante un Estado fallido, del cual son responsables.
Los fundamentalistas religiosos están indignados porque Malala es una chica. Sólo por eso. Una chica que ha hecho frente al establishment y ha declarado abiertamente que luchará no sólo por los derechos de la mujer sino, lo que es más importante, por el derecho de las niñas a recibir una educación. En un país en el que gran parte del presupuesto nacional y de la ayuda recibida del extranjero se destina a cuestiones militares, Malala representa la esperanza para las masas analfabetas.
El Malala Fund ya ha ayudado a miles de niñas, desde nigerianas a refugiadas sirias. El Global Partnership for Education, que opera en países con bajos ingresos para asegurar que todo el mundo reciba una educación básica, anunció en junio que una beca del Malala Fund financiaría a una delegación de jóvenes que acudirá por primera vez a una conferencia mundial sobre educación, que se celebrará en Bruselas. Malala ha dicho tener un especial interés en los derechos de los niños de países en vías de desarrollo.
Y, lo que posiblemente sea más importante, Malala anunció que su madre acaba de aprender a leer y a escribir. Esta joven está trazando un camino del que nuestras jóvenes generaciones no podrán sino beneficiarse.
Me encantaría poder ver el día en que Malala sea recibida de nuevo en Pakistán, aclamada por todo el país; se lo merece.