Ahora que estamos en Pascua, el mundo debería pensar en los cristianos del mundo. En Europa Occidental, estas fechas están cada vez más secularizadas, pero en muchas partes del resto del planeta la gente es masacrada de forma implacable por profesar una fe sobre la que se erigió buena parte del mundo desarrollado pero que éste ignora.
Un solo día resume la situación. El Jueves Santo, las cuñas publicitarias en las radios británicas anunciaban las rebajas de Semana Santa. Una de ellas decía que, tras el Buen Viernes, los compradores podían estar seguros de que vendría un Gran Sábado [Nota del traductor: en el original hay un evidente juego de palabras con Good Friday, la denominación del Viernes Santo, y Great Saturday]. En cambio, en Kenia, el Jueves Santo tendrá una connotación harto diferente a partir de ahora.
Ese día, un grupo de yihadistas de Al Shaabab, grupo terrorista afiliado a Al Qaeda, irrumpió en el campus de la Universidad de Garissa, en Kenia. Los estudiantes echaron a correr para salvar la vida. Los hombres armados seleccionaron sus objetivos en función de su credo. Fueron habitación por habitación, dormitorio por dormitorio, preguntando a los estudiantes por sus creencias religiosas. Según la BBC, a los que dijeron que eran musulmanes les dejaron irse. A los que eran cristianos los asesinaron. El vicepresidente del sindicato de estudiantes, testigo del horror, describió claramente lo que vio: "Si eras cristiano te disparaban en el acto".
Todo esto recuerda a otras monstruosidades de la historia reciente. Pero en Kenia trae especialmente a la memoria la masacre del centro comercial Westgate, en Nairobi, en la que 67 personas fueron asesinadas a sangre fría. De nuevo se dejó marchar a los musulmanes, mientras que los cristianos fueron masacrados.
Las autoridades keniatas creen que el cerebro de ambas matanzas es Mohamed Mohamud.
La cifra de muertos de Garissa es superior a la de Nairobi. Las autoridades dicen que 148, la mayoría estudiantes (también cayeron dos guardias de seguridad).
Aunque, una vez más, puede que preste atención por un momento a lo que sucede en Kenia, el mundo está dando la espalda a las víctimas de esta violencia. Del mismo modo que el presidente de los Estados Unidos no quiere admitir la fuerza religiosa que lleva a "sujetos elegidos al azar" a ser letalmente disparados en un supermercado kosher de París, Occidente en su conjunto se muestra reluctante a admitir la razón por la que los cristianos están en primera línea de este conflicto global. Cuando el año pasado Boko Haram secuestró a 300 niñas en el norte de Nigeria, casi nadie en la prensa mundial, y nadie entre los líderes occidentales, consignó el hecho claro de que las escolares fueron secuestradas por ser cristianas.
Igualmente, cuando en febrero el Estado Islámico hizo desfilar a 21 hombres a lo largo de la costa libia y posteriormente les cercenó la cabeza, dejando que la sangre tiñera el Mar Mediterráneo, la mayor parte de la prensa mundial y la gran mayoría de los líderes mundiales, empezando por el líder del mundo libre, se refirieron a las víctimas como "egipcias". Pero lo que singularizaba a esos hombres, a los ojos del Estado Islámico, no era que fueran egipcios sino coptos, es decir, cristianos. ¿Qué diría el presidente de Estados Unidos si se dijera de los negros a los que se linchaba en el antiguo Sur que eran "sujetos elegidos al azar" o "norteamericanos"?
No es probable que el mundo vaya a poner ahí el énfasis en lo relacionado con la matanza de Kenia. Por supuesto, Al Shabaab no tiene el menor problema en subrayarlo. De hecho, su portavoz se jactó de la motivación religiosa del ataque en Garissa incluso cuando aún se estaba perpetrando. "Hay muchos cadáveres cristianos en el recinto", dijo. "También hemos dejado a muchos cristianos con vida".
Puede identificarse una serie de patrones que se dan en estos primeros días de guerra mundial contra las demandas totalitarias del fundamentalismo islámico. Algunos, como la sed de sangre de nuestros enemigos, son fáciles de percibir. Pero otros parecen más difíciles de reconocer o admitir porque los responsables, más que ellos, somos nosotros; por ejemplo, las razones que nos llevan a tolerar, incluso posibilitar, este comportamiento.
Así, ¿quién puede explicar por qué Occidente se muestra reacio a admitir lo que mueve a los asesinos? ¿Puede alguien explicar por qué Occidente da explicaciones fantasiosas acerca de lo que hacen, pese a que ellos mismos dan explicaciones meridianamente claras de por qué lo hacen? Cuando las víctimas son judíos, no queremos que sean judíos, sino "sujetos elegidos al azar". Cuando las víctimas son cristianos, no queremos que sean cristianos, sino simplemente "egipcios".
Siempre hay algo que no queremos que esté ahí. Tras los ataques en Copenhague del pasado febrero se produjo un aumento de la seguridad en numerosos centros judíos de toda Europa. La prensa se hizo poco eco. Pero cuando se registró en Noruega una iniciativa de bajo nivel en la que andaban implicados unos cuantos musulmanes, así como gentes de otros credos, que formaron una cadena humana durante unas horas para proteger una sinagoga, los titulares proliferaron y hubo cobertura mediática en todo el mundo. Esto no quiere decir que tales iniciativas no sean buenas o dignas de elogio. Pero son apenas destellos, a los que se da una cobertura descomunal y se pretende que tengan una influencia extraordinaria.
Si unos musulmanes ponen en la mira a cristianos y judíos por ser cristianos y judíos, no hay que poner el foco en las motivaciones de los musulmanes; pero si unos musulmanes defienden a cristianos y judíos, entonces sí, hay que volcarse en sus motivaciones.
Por desgracia, nos estamos engañando. Es posible que nuestros líderes políticos piensen que deben no considerar las motivaciones religiosas ni la psicopatía de los yihadistas por temor a que se desencadenen terribles represalias contra los musulmanes en general. Pero esto parece un gran error de apreciación. No sólo porque una reacción de esas características es altamente improbable en el mundo desarrollado, sino porque mucha gente puede ver claramente qué es lo que está pasando. Quienes están en primera línea, en Kenia, Libia, Egipto, Sudán del Sur, Nigeria, Siria, Iraq y muchos países más, donde se está asesinando a la gente por ser cristiana, lo ven mejor que nadie.
Hay respuestas fáciles a todo esto. Pero un paso pequeño en la dirección correcta sería intentar afrontar el problema y hacer lo que se pueda por las víctimas. Mi propia sugerencia sería que, en vez de ir a comprar este "gran" sábado, o el domingo, la gente, sea religiosa o no, dedique algo de tiempo en esta Pascua a pensar en y hacer lo que pueda para ayudar a las comunidades cristianas asediadas. Que, dos mil años después de la Pasión, los cristianos sigan siendo asesinados por su fe es una de las mayores tragedias imaginables. Lo que hace aún más formidable esta tragedia es que el mundo no quiera admitir las razones por las que esos cristianos están muriendo.