Los palestinos perdemos una oportunidad tras otra. Ahora estamos a punto de perder una más para alcanzar la paz.
La realidad política y geográfica de Oriente Medio no nos sonríe a los palestinos. Los países que, hasta la Primavera Árabe, ejercían más presión sobre Israel para que negociara con nosotros se han debilitado. Algunos se están desintegrando y otros, en este mundo de extraños compañeros de cama, consideran a los israelíes como socios en la lucha contra el enemigo común: Irán.
Nuestros hermanos árabes nos consideran ahora un marginal incordio en su lucha por la supervivencia ante las amenazas representadas por el creciente poder nuclear del Irán de los ayatolás y de islamistas radicales como el ISIS.
Los palestinos no comprendemos los enormes cambios que está viviendo la región. No sabemos cómo sacar provecho de ellos. Hasta ahora, cada vez que los israelíes nos ofrecían una propuesta atractiva, los líderes de la Liga Árabe la vetaban. Ocurrió en Camp David, cuando Ehud Barak ofreció a Yaser Arafat concesiones sin precedentes, incluido el control de parte de Jerusalén. Los líderes árabes se opusieron al acuerdo, nos dejaron en el lodo y no ganamos nada.
Aunque el caos regional actual ha debilitado tanto a los Estados árabes como a los palestinos, quizá haya oportunidades para el acuerdo con Israel.
Recientemente Arabia Saudí ha resucitado la iniciativa árabe de 2002. Esto quiere decir que los árabes están preparados para permitirnos a los palestinos llegar a compromisos sobre asuntos especialmente sensibles, como el estatus de Jerusalén, las fronteras y los refugiados.
El problema es que aún nos negamos a renunciar a la exigencia del retorno de todos los refugiados a la Palestina de 1948 y a reconocer a Israel como Estado judío.
Nuestra obstinación ha hecho que los israelíes hayan vuelto a acoger con frialdad la iniciativa saudí. Dado que, como es natural, los judíos no parecen dispuestos a firmar su propia sentencia de muerte, es lógico que rechacen cualquier acuerdo que incluya la demanda del derecho de retorno de los refugiados a Palestina como tremendamente peligrosa para la composición demográfica de Israel.
Además, tanto los judíos como muchos palestinos están preocupados por que se instaure otro Estado regido por organizaciones como Hamás o el ISIS en la Margen Occidental.
No es justo por nuestra parte pretender que los israelíes sean suspendidos por la FIFA por la simple razón de que registran a los deportistas que entran y salen de Gaza, controlada por Hamás. Hace escasas fechas Saná Muhamad Husein Hafim, del campo de refugiados gazatí de Nuseirat, fue sorprendida contrabandeando fondos para los presos de Hamás desde la Franja a la Margen Occidental. En cuanto al atleta Sameh Fares, de Qalquilia, fue apresado con dinero qatarí destinado a financiar a Hamás.
Mientras operativos del ISIS en Gaza siguen atacando a Israel con ocasional fuego de cohetería, Hamás no hace nada para impedirlo. Si repara usted en la actual escalada, verá que la conducta de la Autoridad Palestina es cuando menos hipócrita: por una parte ayuda a Israel para mantener las armas y los fondos de los terroristas procedentes del exterior fuera de la Margen Occidental y de la Franja, pero por la otra intenta que Israel sea objeto de boicot internacional por reforzar la vigilancia sobre los deportistas por cuestiones de seguridad.
La AP acusa a Israel de mezclar el deporte con la política, cuando los palestinos siempre mezclan el deporte con la política. Y con el terrorismo. Fueron palestinos los que asesinaron a 11 atletas israelíes en Múnich. Asimismo, la AP organiza con frecuencia actos deportivos de homenaje a los "héroes" terroristas que se mataron en atentados suicidas que se cobraron la vida de cientos de israelíes.
Si fuéramos honestos con nosotros mismos, comprenderíamos que, mientras nos enredamos en boicots y puyazos a Israel, los israelíes se siguen fortaleciendo.
Ante nuestras narices, Israel se ha convertido en una potencia tecnológica, energética, industrial y agrícola. En nuestra estupidez, tratamos de infligirle daños menores, le ladramos a los tobillos y le dejamos estupefacto. Nos engañamos pensando que el boicot y la extorsión internacional cambiarán sus posiciones sobre cualquier asunto. El boicot sólo le hace más eficiente. Simplemente encuentra otros mercados para sus microchips, sus innovaciones científicas, sus productos médicos y farmacéuticos, sin muchos de los cuales el mundo no puede pasar. Sin duda ganará las próximas batallas, como ha ganado la que se acaba de librar por expulsarlo de la FIFA.
Más importante aún, todavía no hemos entendido que nuestro empeño por dañar a Israel no mejora nuestra propia situación; de hecho, la empeora. Nuestros esfuerzos por instaurar un boicot sólo nos hace parecer mezquinos. Seguimos tratando de herirlos de formas que sólo consiguen herirnos. Y lo hacemos mientras dejamos de lado el asunto más importante: las negociaciones de paz, que sí podrían mejorar nuestras vidas.
Nuestra incapacidad para procurarnos un mejor futuro está alimentada por la desinformación. Pensamos que, como odia a los judíos, Occidente nos va a apoyar. Nos conformamos con éxitos menores, como herir ocasionalmente a Israel en la ONU y en otras instituciones internacionales, pero ¿estamos dispuestos a sacarnos los ojos con tal de que los judíos pierdan uno? ¿Su dolor nos hará sentir mejor aunque nos quedemos ciegos?
Para los israelíes, no sólo la vida sigue, es que va a mejor. Nuestra miserable condición queda reflejada en el viejo proverbio árabe que dice: "Cuando el camello cae, numerosos cuchillos lo atacan".
Durante las dos intifadas, el liderazgo palestino llamó a un boicot contra los productos israelíes y a que los palestinos no fueran a trabajar a Israel. El resultado fue que seguimos comprando productos israelíes en el mercado negro... al doble del precio ordinario; para colmo, decenas de miles de palestinos que trabajaban en la construcción y otros sectores siguieron los dictados de la AP y perdieron para siempre sus empleos en Israel. Desde entonces, algunos de ellos penetran en Israel ilegalmente y trabajan por la mitad del salario.
Fuimos nosotros los que nos causamos ese daño. Cuando los israelíes se vieron sin trabajadores palestinos, simplemente buscaron otros en el extranjero y recurrieron a las construcciones prefabricadas y demás innovaciones industriales. Así pues, fuimos responsables de que decenas de miles de familias palestinas pasaran y sigan pasando hambre. Esta es la exacta clase de catástrofe que volverá a cernirse sobre nosotros si el boicot a los productos de los asentamientos tiene éxito. Miles o decenas de miles de palestinos se verán sin empleo, hambrientos y en trance de radicalización. Estamos de nuevo inmersos en la fantasía de que el vengativo Occidente nos ayudará a lastimar a los judíos, pero de nuevo los perjudicados serán los trabajadores palestinos que trabajan en las fábricas de los asentamientos. Los israelíes seguirán prosperando. Ya han encontrado otros mercados.
La circunstancial respuesta al llamamiento palestino al boicot vuelve a darnos la falsa idea de que estamos apostando al caballo ganador. En realidad, no tenemos motivos para alegrarnos: el mundo nunca volverá la espalda a los productos e innovaciones israelíes, desde las memorias flash a Waze, pasando por las nuevas tecnologías aplicadas a dolencias coronarias, que se producen no sólo dentro de las fronteras de 1967 sino en los asentamientos de la Margen Occidental. Debemos dejar de ser ingenuos. El mundo jamás renunciará a sus computadoras, a sus productos médicos y agrícolas, a sus start-ups, por nosotros.
Los únicos que se sentirán satisfechos con nuestros llamamientos al boicot serán los islamistas de Europa. Dado que las políticas geoestratégicas están basadas en intereses, el mundo árabe-musulmán secretamente colabora con Israel en materias sensibles de seguridad, mientras se ríe a nuestras espaldas de nosotros y de nuestros boicots ineficaces. Israel tiene acuerdos comerciales con países árabes por valor de decenas de millones de dólares. Ponen etiquetas falsas a sus productos, los países árabes lo saben y les trae sin cuidado; la mercancía es buena, la compran, ríen y callan.
Por empecinarnos en nuestras posiciones, estamos en manos de los israelíes y permitiéndoles rehuir unas genuinas conversaciones de paz; conversaciones que podrían comprometer a Israel a hacer concesiones y llevar al establecimiento de un Estado palestino en la Margen Occidental y la Franja de Gaza.
El primer ministro israelí está registrando buenos niveles de popularidad porque ha invitado a Mahmud Abás a volver a la mesa de negociaciones y, como éste se niega a ello, pensando que así dañará a los israelíes, obtiene justo lo que quiere. Mahmud Abás es plenamente consciente de que, más allá de unos daños menores de orden táctico, no tiene la menor oportunidad de cambiar la posición israelí.
Mahmud Abás teme entrar en la Franja de Gaza y teme a Hamás. Ahora, a raíz de los rumores que apuntan a que Hamás trabaja entre bambalinas para alcanzar una tregua con Israel, amenaza con disolver el Gobierno de unidad nacional.
El pasado mes de marzo Mahmud Habash, consejero de Abás, llamó a árabes y musulmanes a atacar a Hamás de la misma manera en que los saudíes y sus aliados han atacado a los rebeldes huzis en el Yemen, respaldados por Irán. Por su parte, el dirigente de Hamás Salah al Bardawil ha acusado a la AP de estar detrás de la intentona con coche bomba contra el líder de la organización islamista en Gaza, Ismaíl Haniyeh.
Así no hay forma de erigir un Estado palestino. Mientras hacemos crujir nuestros dedos, el ISIS gana poder en la Franja de Gaza y dispara cohetes contra territorio israelí. Ahora también hay operativos del ISIS en la Margen Occidental. La amenaza del islam radical se cierne sobre Oriente Medio, pero nosotros seguimos titubeando y pataleando en el agua, y planteando demandas imposibles que reducen a cero la posibilidad de establecer un Estado palestino en cualquier tiempo futuro. Con lo que perdemos una nueva oportunidad.