El expediente en materia de derechos humanos de la República Islámica de Irán es uno de los peores del mundo. Sin embargo, el terrible trato que inflige a sus propios ciudadanos ha sido largamente eclipsado en los titulares por las negociaciones nucleares, donde las cuestiones relativas a los derechos humanos fueron excluidas.
Perdido entre los reportes diarios sobre las conversaciones nucleares está el creciente número de ejecuciones registradas en Irán. La República Islámica ha superado a China como el país con más condenas a muerte en términos proporcionales.
Mientras la República Islámica ofrecía una cara sensata y sofisticada al mundo al negociar con las potencias del P5+1 en Suiza, los servicios de inteligencia de la teocracia autoritaria seguían deteniendo a periodistas, así como a miembros de minorías religiosas (bahais y suníes) y étnicas (kurdos en el Kurdistán y árabes en el Juzestán). El régimen gestiona una vasta red de prisiones y centros de detención, muchos de ellos secretos, que prácticamente es un Estado dentro del Estado. Este Archipiélago Penitenciario, parecido en tamaño y brutalidad al gestionado por la KGB en la Unión Soviética, es la primera fuente de terror que mantiene en el poder a la clase gobernante.
Para comprender la magnitud del aparato doméstico de terror, uno no tiene sino que consultar los informes semestrales sobre derechos humanos publicados por el relator especial de Naciones Unidas Ahmad Shahid. Mientras los occidentales tratan con el afable presidente Ruhaní y el sofisticado y razonable ministro de Exteriores Zarfi, los ciudadanos iraníes deben vérselas con el Irán auténtico: con las tropas de asalto de la Guardia Revolucionaria.
La Guardia Revolucionaria (GR) y el Ministerio de Inteligencia y Seguridad (MIS) gestionan su propia red de prisiones y centros de detención, así como determinadas secciones de ciertas cárceles. Por ejemplo, la Sección 209 de la infausta prisión de Evin, en Teherán, está en manos del MIS; la Prisión 59, también en la capital, está en las de la GR.
En las instalaciones que controlan, tanto la GR como el MIS pueden ejecutar prisioneros sin juicio ni procedimiento judicial alguno. En la cárcel de Vakilabad, en Mashad, se han llevado a cabo centenares de ejecuciones extrajudiciales. Aunque se ha informado de que muchos de los ejecutados eran narcos o contrabandistas, algunos eran activistas baluchis y musulmanes suníes residentes en Baluchistán, en el extremo oriente del país. Por otro lado, en ocasiones los guardias regulares del recinto emprenden batidas en las que golpean y a veces matan a los reclusos, especialmente a aquellos que han avergonzado al régimen pasando información a medios occidentales sobre violaciones de los derechos humanos.
En marcado contraste con la suavidad con que tratan los medios a Hasán Ruhaní desde su elección como presidente de Irán, en junio de 2013, la ratio de ejecuciones en la República Islámica ha experimentado un tremendo aumento. Entre los ejecutados el año pasado había activistas políticos o por los derechos humanos y miembros de minorías religiosas y étnicas.
Testigos presenciales, muchos de ellos exciudadanos del Archipiélago Penitenciario, han dado cuenta del extendido uso de la tortura en las prisiones iraníes. Una de ellas se denomina "el pollo" (jujeh kabob): al torturado se le atan los brazos a los tobillos por la espalda y se le mantiene suspendido en el aire. En la prisión de Gohardasht, en Karajs, hay unas celdas en la Sección 1, la "Casa del Perro" en el argot de los veteranos, donde los reclusos son sometidos a torturas constantes, a veces hasta la muerte.
La prisión de Gohardasht, en Karaj, Irán. (Imagen: Ensie & Matthias/Flickr). |
La violación de presas creció luego de los arrestos de jóvenes que protestaban contra los resultados de las presidenciales de 2009, que dieron al entonces presidente Mahmud Ahmadineyad un segundo mandato. También los varones jóvenes son objeto de violaciones, en una práctica que se conoce como bajo las sábanas. Los homosexuales son denominados vaj, que en la jerga carcelaria hace referencia a la esclavitud sexual.
En el Archipiélago, las prisiones están masificadas, y numerosos reclusos se ven obligados a dormir en el suelo o en los pasillos, fuera de las mugrientas celdas. Los centros de detención, donde en principio los reclusos sólo habrían de estar unos pocos días a la espera de ser enviados a sus respectivas cárceles, tienen sólo un par de lavabos para centenares de personas. Además, por lo común se suele denegar la atención sanitaria, lo que lleva a numerosas muertes evitables. Las condiciones son tan malas en la prisión Ghezel Hasr de Karaj, que alberga cuatro veces más presos de los que puede acoger, que sus internos se amotinaron en marzo de 2011; motín que desembocó en la muerte de medio centenar de personas.
El Archipiélago Penitenciario iraní es lo que da cuenta de la verdadera naturaleza de la República Islámica, no el cuadro de Javad Zarif que Kerry y compañía y los medios obsecuentes querrían que imagináramos.
Si el Congreso quiere insertarse más eficazmente en la definición de lo que debería ser la política norteamericana hacia la República Islámica, habría de inspirarse en la iniciativa legislativa Jackson-Vanik de 1975, que prometía beneficios comerciales a la URSS a condición de que permitiera a sus ciudadanos cautivos abandonar el país. Esa legislación ayudó a liberar a cientos de miles de judíos rusos.
Los irano-americanos tienen el potencial de movilización suficiente para alcanzar lo mismo para los miles de presos políticos iraníes, mientras instruyen a sus conciudadanos acerca de la verdadera naturaleza de la República Islámica.
Por otro lado, hasta que no cambie de conducta, a la República Islámica de Irán no se le debería permitir incurrir en investigaciones nucleares que puedan llevarle a desarrollar armamento nuclear. El acuerdo de Viena permite a Irán importar o desarrollar misiles balísticos intercontinentales con capacidad de alcanzar Estados Unidos.
Eso dejaría en harapos cualquier legado de la actual Administración norteamericana y de los políticos que apoyan el acuerdo.