Todo indica que Israel, que ya no está diplomáticamente aislado, va a asumir un rol político y militar más prominente en Oriente Medio, mientras que las políticas cada vez más agresivas de Irán hacia numerosos actores de la región ha acelerado la cooperación entre los Estados suníes del Golfo e Israel. Sólo Israel parece tener la disposición y los recursos para hacer frente a la doble amenaza que para la civilización occidental representan el Irán revolucionario y el extremismo islámico. (Imagen: iStock). |
Todo indica que Israel, que ya no está diplomáticamente aislado, va a asumir un rol político y militar más prominente en Oriente Medio. Tras sus generosas ofertas de paz, países árabes como Egipto y Jordania decidieron hace décadas establecer relaciones diplomáticas con el Estado judío. Más recientemente, otros países musulmanes, como Emiratos, Baréin, Marruecos y Sudán, decidieron asimismo normalizar sus tratos con Israel. En el momento presente, esos poderosos lazos parecen estar llevando la cooperación a unos niveles estratégicos inauditos, especialmente en lo relacionado con la desestabilizante amenaza que representa un Irán cada vez más agresivo y hegemónico.
Dejando al margen sus aventuras sudamericanas, desde donde puede amenazar a EEUU con más facilidad, Irán ha conseguido –a veces por medio de peones como los huzis, Hamás o Hezbolá– injerirse exitosamente en el Yemen –en lo que semeja una apuesta por desalojar y suplantar a Arabia Saudí–, Irak, Baréin, Siria, Libia, el Líbano y la Franja de Gaza.
Las cada vez más agresivas políticas iraníes hacia esos actores regionales ha acelerado la cooperación entre los Estados árabes suníes del Golfo e Israel. Por lo visto, la guerra civil teológica entre musulmanes suníes y chiíes sigue alimentando la desestabilización en Oriente Medio, especialmente luego del renovado cortejo de la Administración norteamericana al gran perturbador regional, Irán.
La primera vez, en los años de Obama, quizá podía uno hacerse la ilusión de que el enriquecimiento y empoderamiento de Irán podía llevar a Teherán a renunciar a su largamente ambicionado programa nuclear y a sus actividades expansionistas, incluso a abusar de sus propios ciudadanos. Ahora, en cambio, el mundo ha visto que eso no funciona, y que los ayatolás han estado todo este tiempo engañando a todo el mundo.
¿Qué es pues, lo que espera conseguir EEUU repitiendo esa desastrosa experiencia? Tanto en Israel como en las monarquías árabes del Golfo, el imperio regional chií iraní, con su afán por capitanear el mundo musulmán, es con toda justicia considerado una amenaza existencial.
El creciente protagonismo de Israel como potencia militar de Oriente Medio es claramente un subproducto de la decisión de EEUU de reducir su presencia militar en la región. Presumiblemente, esa decisión se adoptó para hacer frente a otros notables desafíos para la seguridad nacional estadounidense, como la rápida extensión del poderío chino en Asia Pacífico. No obstante, creó un vacío de poder que sólo Israel es capaz de llenar. Sólo Israel parece tener la voluntad y los recursos para hacer frente al doble desafío que, para la civilización occidental, representan el Irán revolucionario y el extremismo islámico.
Los bombardeos de la Fuerza Aérea Israelí contra los cada vez más numerosos activos de Irán en el oeste de Siria, junto a los Altos del Golán, son incesantes. En cuanto a los ataques israelíes contra barcos iraníes en aguas de la región, refuerzan la moral de los Estados del Golfo y dejan claro que la decisión de las monarquías árabes de llegar a un acuerdo con Israel fue correcta. Puede que además Israel esté mandando a la Administración Biden el mensaje de que no se verá constreñido por las sensibilidades norteamericanas si sus intereses de seguridad nacional están en peligro.
El prestigio de Israel entre sus vecinos se ve reforzado por su reputación en los ámbitos científico, tecnológico y médico, así como por su espíritu emprendedor, que también provoca la admiración de los Estados de la región.
Si decide reforzar las defensas aéreas de Arabia Saudí contra ataques misileros o con drones por parte de Irán o de sus aliados huzis, a fin de proteger las instalaciones petrolíferas del reino, Israel podría tener ahí una ocasión para demostrar que sigue siendo el caballo ganador. También podría aprovechar sus sofisticados sistemas de defensa aérea para forjar una alianza defensiva que refuerce al amenazado régimen de Abdalá de Jordania. Por otra parte, puede que Israel tenga más flexibilidad que EEUU en lo relacionado con la mejora de las relaciones diplomáticas con Turquía y con Rusia, de los que cabe presumir no están ansiosos por ver a Siria convertirse en un vasallo eterno de Irán.
Sea como fuere, quizá lo que más ha reforzado la resolución de los Estados vecinos es el prolongado éxito de los servicios de inteligencia israelíes a la hora de recopilar información sobre los programas iraníes de armamento nuclear. Es probable que la defensa –proactiva y multidimensional– que hace Israel de la estabilidad regional acabe provocando que más Estados islámicos de la zona se sumen a los Acuerdos de Abraham.
Quienes dirigen el Departamento de Estado y las agencias de inteligencia de EEUU harían bien en no dudar de la disposición de Israel a actuar unilateralmente en pro de sus intereses –y, curiosamente, de los de EEUU y el resto del Mundo Libre–, aun cuando reciba presiones de su aliado americano, que a veces le ha recomendado sacrificada contención.