
La Guerra de los Aranceles ha comenzado.
La Comisión Arancelaria del Consejo de Estado de China publicó una lista de 72 artículos estadounidenses que estarían sometidos a aranceles del 10%. La mayoría estaba vinculada con la agricultura, incluidos varios tipos de tractores, cosechadoras y otros grandes equipos agrícolas. Mucho más breve resultó el catálogo de importaciones americanas sujetas a aranceles del 15%, con sólo ocho tipos de carbón y gas natural.
El presidente del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping, podría provocar otras crisis nuevas para poner a prueba el temple de su homólogo Donald J. Trump, al igual que siempre ha hecho con todas las Administraciones en sus primeros días. La mayoría de los inquilinos de la Casa Blanca han intentado quitar hierro a estos enfrentamientos aplacando a China, recompensándola con "incentivos" y "concesiones", y, sobre todo, echándose atrás.
Hace tiempo que el robo de propiedad intelectual y los envenenamientos por fentanilo están fuera de control. A esto se añade que la Administración Biden canceló la Iniciativa China del Departamento de Justicia, que buscaba "contrarrestar el robo de propiedad intelectual estadounidense por parte de Pekín"; permitió que el Instituto Confucio siguiera operando en suelo estadounidense tras un cambio de nombre (había sido cerrado por el primer Gobierno de Trump, alegando que era una "herramienta propagandística, de poder blando"); permitió estaciones policiales en todo EEUU y el vuelo del "globo espía" para recabar información de los sitios militares más sensibles del país. Xi puede resultar más cuidadoso con Trump, quien ha rebatido con éxito algunos intentos del mandatario chino de imponer su voluntad.
Biden aparte, Estados Unidos tiene un historial de pedir disculpas.
La decisión de George H.W. Bush de despachar al consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft a China poco después de la masacre de Tiananmen de junio de 1989 pretendía tranquilizar a los líderes del PCCh en el sentido de que, tras un intervalo decente, las cosas volverían a la normalidad. Desgraciadamente, resultó ser una decisión equivocada. El propio Bush elaboró la humillante postura estadounidense al informar a China sólo unos días después de Tiananmen, "ahora es el momento de mirar más allá del momento hacia aspectos importantes y duraderos de esta relación, vital para Estados Unidos."
Tras acusar durante su campaña a Bush de haber sido blando con China, el presidente Bill Clinton dio un giro de 180 grados. Prometió que si China mejoraba su historial de derechos humanos, respaldaría su solicitud de adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC). También proporcionó a la China comunista tecnología de cohetes "para darle incentivos para cumplir sus compromisos", según un funcionario de la Casa Blanca de la época. Por supuesto, un lanzacohetes que puede lanzar un satélite de comunicaciones también puede disparar misiles balísticos. Clinton, además, eludió al Congreso al emitir una decisión ejecutiva en apoyo de la solicitud de Pekín ante la OMC, y siguió esta política recompensando a China con un estatuto comercial de nación más favorecida.
El presidente George W. Bush pidió disculpas públicas para lograr a cambio la repatriación de 24 militares estadounidenses que habían aterrizado forzosamente en la provincia insular china de Hainan. Sin embargo, el motivo del aterrizaje de emergencia del avión de reconocimiento había sido el comportamiento temerario del piloto de un avión interceptor chino J-8. Al cabo de 11 días, los chinos liberaron finalmente al personal estadounidense, pero no antes de que Bush se hubiera disculpado dos veces, una por la muerte del piloto y otra por violar el espacio aéreo chino. Los medios de propaganda del PCCh difundieron por todo el mundo "la carta de las dos disculpas".
El presidente Barack Obama, durante su reunión inicial con Xi, parecía confiado en haber conseguido que el dictador chino se comprometiera a no militarizar varias islas artificiales que su régimen había construido en el Pacífico. Xi no tardó en militarizarlas. Varias de estas islas artificiales cuentan ahora con baterías de misiles de defensa antiaérea, emplazamientos de cañones navales y aeródromos para bombarderos de largo alcance. La Administración Obama, tras emitir algunas denuncias verbales, pareció aceptar el hecho consumado. Cuando China se apoderó del Atolón de Scarborough, también reclamado por Filipinas, aliado estadounidense, Obama volvió a quedarse de brazos cruzados.
El presidente Donald Trump, en su primer mandato, rompió por fin este ciclo de engaño y humillación. Canceló el viaje previsto del exsecretario de Defensa James Mattis a Pekín después de que el destructor chino Lanzhou se acercara a menos de 45 yardas del destructor USS Decatur en septiembre de 2018.
La última crisis fabricada por el Partido Comunista de China parecía estar ya en su acto de apertura. El agresor era China; la víctima, otra vez, Filipinas.
A lo largo de 2023 y 2024, barcos de la Guardia Costera China estuvieron acosando a pescadores filipinos y buques de investigación que buscaban hidrocarburos y yacimientos de gas natural en aguas reclamadas por China -que, evidentemente, considera propias muchas aguas, como "casi todo" el mar de China Meridional, así como zonas terrestres, incluyendo el Tibet, el Arunachal Pradesh en el norte de la India, el "Ártico cercano" y Taiwán, que nunca ha formado parte de la China continental.
En otro incidente, un buque chino disparó con cañones de agua contra tres barcos filipinos, uno de los cuales sufrió importantes daños en el motor. En todavía otro más, personal chino parece haber atacado con láseres a marineros filipinos.
Las maniobras más recientes de Pekín parecen ser una señal para Washington de que no dará marcha atrás en sus exorbitantes reclamaciones de soberanía territorial y marítima, a pesar de la reciente apertura de bases estadounidenses adicionales en Filipinas.
En segundo lugar, los estrategas chinos pueden estar tratando de dilucidar si Estados Unidos está dispuesto a arriesgarse a un enfrentamiento militar con China por sus incursiones en la Zona de Exclusión Económica (EEZ) de Filipinas. Si la Casa Blanca no apoya a su aliado, Filipinas, la maquinaria propagandística y diplomática del PCCh intentará sembrar dudas en las capitales amigas de Estados Unidos sobre su determinación en el Pacífico. También es posible que China quiera comprobar si una coalición de naciones asiáticas respaldada por EEUU sería capaz de impedir que haga realidad sus ambiciones hegemónicas en el Pacífico Occidental.
En tercer lugar, si entiende que a Trump le falta compromiso a la hora de defender la soberanía de Filipinas, el PCCh podría sentirse tentado a aventurarse en Taiwán, así como en otras áreas vecinas. El control de las Islas Salomón ya es, efectivamente, suyo.
La Administración Trump necesita cortocircuitar inmediatamente todos los movimientos exploratorios de China. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, podría ordenar a la Séptima Flota y los medios aéreos del Mando del Pacífico que refuercen su presencia cerca de Filipinas y en el Pacífico. Cualquier mensaje certero de que Washington respaldará a sus aliados en toda Asia sería de gran ayuda.