Cada vez que alguien cree que el Partido Laborista británico ha caído tocado fondo en su antisemitismo, parecen abrirse simas completamente nuevas. En septiembre escribí sobre cómo la elección de Jeremy Corbyn como líder del Labour constituía una "convencionalización" del racismo en el Reino Unido. Aunque Corbyn afirma ser intolerante con cualquier odio, se trata de un hombre que ha dedicado su vida política a adular a antisemitas y grupos terroristas que han manifestado sus intenciones genocidas contra el pueblo judío. Ha trabajado estrechamente con negacionistas del Holocausto, alabado a extremistas antisemitas y descrito como amigos a Hamás y Hezbolá.
En el tiempo que lleva de líder, su ejemplo está cundiendo. En marzo expliqué que el partido parecía estar pudriéndose de arriba abajo, tras descubrirse que el Club Laborista de la Universidad de Oxford se había convertido en una entidad saturada de dicterios antisemitas. Sin embargo, quien pensara que Labour no podía caer más bajo no pudo imaginarse el cariz de lo ocurrido la semana pasada.
Primero se supo que la diputada por Bradford West Naz Shah había publicado en Facebook una serie de hilos con ideas tales como la deportación de todos los judíos de Israel a Norteamérica; el pie de foto decía: "Problema resuelto". En otra parte escribió: "Los judíos se están agrupando". Resulta que Shah es musulmana y representa a una circunscripción que hasta las últimas elecciones estaba representada por George Galloway. Entre otras lumbreras de la zona se encuentra el diputado liberaldemócrata David Ward.
Así que es justo decir que entre sus compañeros lo que dijo no era inusual. Los comentarios eran de 2014, un año antes de que Shah fuera diputada, mientras tenía lugar la última operación de Israel en Gaza. Al disculparse, una vez descubierta, Shah dijo que era un periodo en el que los ánimos estaban "muy exaltados". Por supuesto, no todo el mundo pide en momentos de exaltación la destrucción de un Estado miembro de la ONU, pero Shah sí, y a las 24 horas de salir a la luz sus mensajes y causar un lógico revuelo político fue suspendida de militancia en el Labour, a la espera de una investigación a fondo.
La semana de los laboristas no había hecho más que empezar. A las pocas horas otra diputada, Rupa Huq, trató de salir al rescate de Shah. En una entrevista con la BBC, Huq intentó comparar los llamamientos a erradicar el Estado de Israel con cualquier otra "broma" que se pueda encontrar en Twitter. Tras un giro de 180º, Huq logró contenerse y permaneció en el partido.
El siguiente en salir a la palestra, desde el escenario de la extrema izquierda, fue el exalcalde de Londres Ken Livingstone, actualmente miembro del Comité Ejecutivo Nacional laborista. Livingstone es miembro del Labour desde hace casi cinco décadas y ha estado en las mismas trincheras que el actual líder del partido durante toda su vida política. Se manifestaron juntos por causas terribles y arrimaron su hombro a más de una plataforma abandonada. Como Livingstone acudía a varios programas de la BBC, probablemente no se esperó que en cuestión de horas suspendierande militancia, como a Shah. Livingstone utilizó sus intervenciones mediáticas para empezar a hablar sobre Hitler; específicamente, para afirmar que el sionismo fue una política temprana de Hitler. Tal vez, al ser consciente de que se estaba metiendo en un jardín, Livingstone remarcó después que todo eso fue antes de que Hitler "se volviera loco" y matara a seis millones de judíos.
Total, que en el plazo de una semana la dirección del Partido Laborista se vio obligada a suspender a una de sus más recientes representantes y a uno de sus más antiguos barones, y por la misma razón. En este momento, Jeremy Corbyn y sus asesores tratan desesperadamente de dar la sensación de que han atajado el asunto y de que lo están gestionando como procede. Pero hay razones por las cuales no lo conseguirán, con el problema que tiene actualmente el Partido Laborista –y la izquierda en general en Europa y América– con los judíos y el Estado de Israel.
Tanto Jeremy Corbyn como Ken Livingstone dicen que condenan el antisemitismo. Siempre tienden a apostillar que también condenan "la islamofobia y otras formas de racismo", descargo que siempre parece un intento deliberado de ocultar el odio hacia los judíos bajo las faldas de todas y cada una de las críticas hacia el islam. Aunque sin duda hasta cierto punto lo creen de verdad. Lo más fascinante es que, mientras dicen todo eso, alientan lo que dicen condenar.
Hubo gran indignación por una respuesta que dio Ken Livingstone en días pasados al tratar de excusar los comentarios originales de Naz Shah diciendo que estaban "fuera de lugar" y que eran "zafios". Pero fue más revelador lo que comentó antes, que hasta ahora no ha merecido comentario alguno y que incide en el principal problema de la izquierda. En una entrevista con la BBC, Livingston había dicho:
La pura verdad de todo esto es que Naz hizo esos comentarios en un momento en que se estaba produciendo otro brutal ataque israelí contra los palestinos.
Y hay otra tremenda verdad de la que prácticamente nadie informa jamás en los medios británicos, y es que en casi todos estos conflictos la cifra de muertos suele ser de entre 60 y 100 palestinos por cada israelí. Bien: cualquier otro país que hiciera eso sería acusado de crímenes de guerra, pero parece que tenemos una doble moral respecto a las políticas del Gobierno israelí.
Justo eso es lo que está en el centro del problema de antisemitismo del Partido Laborista. Hablan como si el Estado judío hiciese eso sin motivo. No se mencionan los miles de cohetes que Hamás y otros grupos islamistas lanzan sobre Israel desde la Franja de Gaza. Ese comentario convierte una serie de represalias israelíes –con objetivos muy precisos– contra Hamás en Gaza en un ataque "brutal" contra "los palestinos" en su conjunto. Cuando da esa cifra de muertos, Livingstone no tiene interés en explicar que el Estado de Israel construye búnkeres para que los ciudadanos puedan refugiarse en ellos, mientras que Hamás utiliza a los palestinos como escudos humanos y como cadáveres útiles para las cámaras de televisión, a fin de aparecer como la víctima agraviada.
Al decir que Israel, al protegerse como puede de una lluvia de cohetes, apuñalamientos y atropellamientos, está cometiendo crímenes de guerra no sólo se perpetúa una mentira, también se siembra de forma sutil una idea. ¿Por qué –se podría preguntar un ingenuo– se aplica este doble rasero sólo a Israel, y no, por ejemplo, a Irán, China, Sudán, Corea del Norte o Rusia? ¿Puede que sea porque algunos, simplemente, odian a los judíos?
Por eso el partido, aunque quisiera atajar el problema de raíz, ya no puede hacerlo. Lo que dijo Livingstone no suscitó comentarios porque es algo que creen numerosos diputados e incontables miembros del partido. Al excusar los comentarios de Naz Shah diciendo que se produjeron "en un momento en que se estaba produciendo otro brutal ataque israelí contra los palestinos", encajan una serie de mentiras en un solo paquete.
Ese es el problema. Es el relato de la izquierda sobre Israel lo que está causando el resurgimiento del antisemitismo. No viene de ningún otro sitio. Viene de ellos. Si la izquierda quiere atajarlo, primero tendrá que ocuparse de sí misma.