Las represalias de la Autoridad Palestina (AP) contra los empresarios palestinos que participaron en la reciente cumbre económica Paz para la Prosperidad, capitaneada por EEUU, dan cuenta de la contundencia con que actúan los jerarcas palestinos contra los intereses de su propio pueblo. Aún más preocupante es el mensaje que lanzan a su sociedad: quien ose cooperar con la Administración Trump será denunciado como traidor y colaborador de los "enemigos" de los palestinos: EEUU e Israel.
Trece empresarios palestinos que desafiaron el boicot de la AP a la conferencia de Bahréin están ahora en el punto de mira de las fuerzas de seguridad de Mahmud Abás. Unos se han visto obligados a esconderse, y otros mantienen un perfil bajo tras recibir amenazas de muerte de varias organizaciones palestinas, incluida la Fatah del presidente Abás. Peor aún, las familias de esos empresarios se han visto forzadas a renegar públicamente de ellos por temor a ser objetivo de los activistas y las fuerzas de seguridad.
La campaña de intimidación empezó semanas antes de que acudieran a la capital de Bahréin, Manama. Usuarios palestinos de las redes sociales se lanzaron a vituperarlos y a marcarlos publicando sus nombres y fotografías. Los instigadores de la misma, capitaneados por Fatah, advirtieron de que la asistencia a la cumbre era una traición.
A pesar de las amenazas, el empresario Ashraf Yabari, perteneciente a un importante clan de Hebrón, encabezó la delegación palestina a Bahréin, que completaban otros 12 hombres de negocios. Todos ellos formaban parte de la Red de Empresarios Palestinos, sin filiación política.
Yabari y sus amigos dicen que no fueron a Bahréin como representantes de la AP ni de facción palestina alguna, sino que recibieron invitaciones personales de la Administración Trump.
La participación de empresarios palestinos en la referida conferencia enfureció a Abás y a numerosos palestinos, que pidieron que se les castigara y llevara a juicio por traicionar al pueblo y la causa palestinos.
Abás no tardó en ordenar a sus fuerzas de seguridad que persiguieran y detuvieran a los empresarios. Y a ello se pusieron cuando no habían pasado siquiera 24 horas del regreso de aquellos a la Margen Occidental. No obstante, sólo lograron capturar a Saleh Abu Mayaleh, de Hebrón. Al día siguiente, la AP, presionada por la Administración estadounidense, se vio obligada a ponerlo en libertad, lo que motivó duras críticas de numerosos palestinos.
Un segundo empresario de Hebrón, Ashraf Ganem, dijo que había logrado huir de su casa antes de que llegaran las fuerzas de seguridad. Y añadió que resultó herido durante la escapada. Cincuenta agentes, afirmó, registraron su domicilio, y le confiscaron el pasaporte y las tarjetas de crédito. Ganem, propietario de una empresa de muebles, declaró que temió por su vida y que por eso se ocultó.
Las fuerzas de seguridad palestinas irrumpieron igualmente en las casas de otros asistentes a la conferencia de Bahréin, pero no dieron con ellos.
Los empresarios no acudieron a Bahréin a hablar de temas políticos. No consta que ninguno esté afiliado a facción palestina alguna. Al parecer, fueron a Bahréin a ver cómo impulsar la economía palestina y mejorar las condiciones de vida de su gente. Presumiblemente, fueron a hablar de proyectos económicos, como haría cualquier empresario normal.
Al perseguir a estos hombres de negocios, los jerarcas de la AP están dejando claro que mejorar la economía es lo último que tienen en la cabeza. De hecho, al boicotear la conferencia de Bahréin han enviado al mundo el mensaje de que prefieren ver cómo su gente sigue pasando penurias en lugar de recibir miles de millones en ayudas.
También vale la pena señalar que, al tachar a los empresarios de traidores y colaboradores, los líderes palestinos están dando luz verde a su gente para que los maten.
La máxima prioridad de la AP debería ser contener a Hamás para impedirle que amplíe su control de la Franja de Gaza a la Margen Occidental. Y combatir la corrupción y buscar maneras de impulsar la economía resolviendo los problemas derivados de unos elevados niveles de paro y pobreza.
Pero no, Abás y sus secuaces consideran que su deber es intimidar y encarcelar a unos empresarios por asistir a una cumbre económica cuyo principal objetivo era ayudar al pueblo palestino.
¿Qué mensaje está enviando Abás a su pueblo cuando ordena a 50 agentes de inteligencia que irrumpan en el domicilio de un empresario cuyo único delito ha sido aceptar una invitación personal para acudir a una conferencia económica? ¿Por qué tenían que entrar en las casas de esos empresarios en mitad de la noche? ¿Por qué esos empresarios tienen que convertirse en fugitivos asustados por hablar de proyectos que beneficiarían al pueblo palestino?
¿Cómo ha respondido la comunidad internacional, en concreto Europa, a la represión de Abás contra esos hombres? ¿Dónde están las condenas de la UE y la ONU, tan prestas a ellas cuando anda Israel de por medio? ¿Por qué la Administración Trump es la única que habla en defensa de ellos?
La respuesta es clara y simple: esos hombres de negocios no fueron víctimas de Israel, sino de sus propios gobernantes.
Surgen algunas preguntas: si la AP cree de verdad que los empresarios que acudieron a la cumbre de Bahréin son unos traidores, ¿por qué sus fuerzas de seguridad siguen coordinándose con el Ejército israelí? Si cree de verdad que la Administración Trump es hostil a los palestinos, ¿cómo es que sigue denunciando a los estadounidenses por recortarles la ayuda económica?
Bajo la mirada deliberadamente distraída de la comunidad internacional, los líderes palestinos siguen con su viejo doble juego. Por un lado, denuncian a Trump y a sus altos funcionarios, en concreto al embajador estadounidense en Israel, David Friedman, y a los asesores presidenciales Jared Kushner y Jason Greenblatt, tachándolos de "colonos sionistas". Por otro lado, exigen que EEUU abra bien el bolsillo. ¿Hasta cuándo seguirán los líderes palestinos engañando a su pueblo y jugando con cartas marcadas?
Abás y su vieja guardia confían en que EEUU y la comunidad internacional sigan regándoles con millones de dólares sin pedirles cuentas. Quieren que el conflicto perdure todo lo posible para que puedan seguir recibiendo fondos de los estadounidenses, de los europeos y de tantos otros.
Los líderes palestinos quieren seguir chantajeando a la comunidad internacional para que les dé una ayuda económica sin condiciones e ilimitada, mientras privan a los palestinos de una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida. Quieren que su pueblo siga viviendo en la miseria pero culpar de ello a Israel y al resto del mundo.
Como sus rivales de Hamás, Abás teme que la prosperidad económica pueda moderar las actitudes de los palestinos hacia Israel. Abás y sus socios parecen temer que, una vez empiecen a gozar de los frutos de una economía fuerte, los palestinos dejen de pensar en matar israelíes o abandonen el sueño de acabar con Israel.