El proclamado triunfo del presidente Ashraf Ghani en las elecciones bien podría resultar una victoria huera en lo que respecta a la supervivencia de la frágil democracia afgana. (Foto: Mark Wilson/Getty Images). |
El proclamado triunfo del presidente Ashraf Ghani en las elecciones bien podría resultar una victoria huera en lo que respecta a la supervivencia de la frágil democracia afgana.
La proclamación de los resultados de las elecciones, que tuvieron lugar en septiembre del año pasado, se retrasó por las acusaciones de manipulación, y además se ha denunciado que numerosos afganos no votaron por las tácticas intimidatorias de los talibanes.
Incluso cuando se anunció el resultado final y la autoridad electoral confirmó que Ghani, de 70 años, había ganado por un estrecho margen, con el 50,64% de los votos, el principal candidato de la oposición, Abdulá Abdulá, siguió insistiendo en que la votación se había visto lastrada por los problemas técnicos y el fraude masivo.
Fueron esas sospecha las que aparentemente llevaron a Abdulá, que quedó segundo con el 39,52% de los votos, a afirmar que había sido el verdadero ganador de las elecciones y a anunciar que iba a formar su propio Gobierno.
La feroz rivalidad entre Ghani y Abdulá se ha convertido en una característica de la escena política afgana desde que el primero derrotara por muy poco al segundo en los comicios de 2014. En esa ocasión, Washington pudo finalmente persuadir a ambos para que dejaran a un lado sus diferencias y formaran un Gobierno de unidad nacional, cuyo objetivo fuera emprender un ambicioso paquete de reformas encabezado por Abdulá.
Sin embargo, surgieron nuevas tensiones entre ellos en la contienda electoral del pasado 28 de septiembre, pues Abdulá afirmó que el presidente había bloqueado deliberadamente su paquete de reformas y declaró que no era "apto" para dirigir el país.
Por lo tanto, la posibilidad de que los diplomáticos estadounidenses puedan convencer a los dos hombres de que alcancen un nuevo acuerdo para compartir el poder parece remota, en especial ahora que Washington se está concentrando en negociar el marco de trabajo de un acuerdo de paz con el Talibán, la organización terrorista islamista que gobernó el país hasta que fue derrocada por la coalición encabezada por EEUU en 2001, tras los atentados del 11 de Septiembre.
El presidente estadounidense, Donald J. Trump, ha insistido en que su máxima ambición es poner fin a la presencia militar de EEUU en Afganistán en cuanto se presente la oportunidad. A tal fin, está intentando negociar una tregua con los talibanes que entraría en vigor este mes, como antesala de una nueva ronda de negociaciones.
Uno de los principales escollos en las negociaciones ha sido la negativa de los talibanes a reconocer al Gobierno nacional, del que dicen no es más que un títere estadounidense.
Es probable que el Gobierno de Ghani tenga que afrontar más preguntas sobre su legitimidad a raíz del resultado de las últimas elecciones, después de que el comité electoral revelara que la participación había sido la más baja desde que los talibanes fueron expulsados del poder.
Con un censo de 9,6 millones de electores (de una población total de 37 millones), se contaron sólo 1,82 millones de papeletas. Ghani logró su victoria al obtener la mísera cifra de 923.592 votos, lo que difícilmente se puede calificar como un aval para gobernar.
El Talibán debe asumir su parte de culpa por la baja participación: muchos votantes fueron disuadidos de emitir su voto después de que milicianos talibanes amenazaran con atacar mítines y colegios electorales. No obstante, el resultado debería servir de advertencia a los funcionarios estadounidenses, ahora que entran en una fase crucial de las conversaciones sobre la paz con los talibanes, respecto a los verdaderos motivos de estos últimos.
Lejos de tener interés en alcanzar una solución negociada al largo conflicto afgano, el objetivo de los talibanes es convencer a la Administración Trump de que ponga fin a la presencia militar norteamericana en el país para poder hacerse de nuevo con el control y convertirlo en un refugio seguro donde los terroristas islamistas puedan volver a tramar sus devastadores ataques contra Occidente.
Con Coughlin: Responsable de Defensa del 'Daily Telegraph' y autor de 'El fantasma de Jomeini'.