Este otoño, los turcos habrán acudido a las urnas cuatro veces en un año y medio. Tres de las elecciones estaban previstas de antemano: las municipales de marzo de 2014, las presidenciales de agosto de 2014 y las legislativas de junio de2015. Pero parece que en Turquía tendrán que elegir un nuevo Parlamento apenas unos meses después de votar por uno el 7 de junio; no porque se cometiera fraude a gran escala en las últimas elecciones, sino porque al presidente Recep Tayyip Erdogan no le gustaron los resultados electorales.
Tras gobernar Turquía durante cerca de 12 años como primer ministro (cabeza del poder Ejecutivo), el año pasado Erdogan trazó un ambicioso plan: se presentaría candidato a la presidencia (un cargo en buena medida simbólico) y confiaría su Partido de la Justicia y el Progreso (AKP) a un primer ministro de confianza que el 7 de junio obtuviera una mayoría suficiente para aprobar una reforma constitucional que estableciera un sistema presidencialista. Con ello, todo el poder sería asignado, en la práctica, al presidente, con lo que se allanaría el camino para implantar un sistema de sultanato electivo moderno.
Antes del 7 de junio, Erdogan –que, como presidente, teóricamente debería no ser partidista, según establece la Constitución– hizo campaña activamente a favor del AKP, y pidió votos suficientes para garantizar una mayoría absoluta de 400 escaños en la Asamblea turca, que tiene 550, para así poder aprobar la reforma constitucional.
En vez de eso, el AKP conquistó sólo 258 escaños, que no constituye siquiera una mayoría simple suficiente para que un solo partido pueda formar Gobierno. El primer ministro Ahmet Davutoglu, conocido como "el Medvedev de Erdogan", se vio en la tesitura de tener que firmar un pacto de coalición con alguna de sus némesis parlamentarias: la principal formación opositora, el socialdemócrata Partido Popular Republicano (CHP), el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) o el prokurdo Partido Democrático Popular (HDP).
Durante más de un mes, Davutoglu fingió estar negociando la formación de una gran coalición a la alemana con el CHP, pero era un secreto a voces que estaba siendo presionado por Erdogan (su Putin) para no firmar acuerdo alguno con ninguno de los partidos rivales. En vez de eso, tendría que maniobrar para conseguir unas nuevas elecciones en otoño. Cualquier Gobierno de coalición supondría el fin del sueño de Erdogan de establecer un sultanato absoluto, así que quería volver a lanzar los dados.
Las conversaciones para formar una coalición entre el AKP y el CHP fracasaron, nada sorprendentemente, el 13 de agosto; Davutoglu apuntó a unas elecciones anticipadas, en vez de a la muy necesaria reconciliación política entre islamistas y laicistas. Se había perdido una oportunidad histórica, según dijo el líder del CHP, Kemal Kilicdaroglu.
La maniobra de Erdogan tiene una justificación matemática: calcula que en las nuevas elecciones el AKP superará a todos sus rivales. Con un poco de esfuerzo, puede tratar de crear una alianza electoral con dos facciones conservadoras que el 7 de junio obtuvieron un mero 2%. Ese simple 2%, unido a la posibilidad de recuperar algunas circunscripciones que el AKP perdió por poco frente a otros rivales, dibuja unos escenarios no demasiado probables, aunque no imposibles.
Si el AKP obtuviera un resultado peor que el de junio, ello no supondría automáticamente una diferencia: para Erdogan son lo mismo los 258 escaños actuales que, pongamos, 243 en las nuevas elecciones, porque en ese caso también tendría que formarse un Gobierno de coalición y no conseguiría la reforma constitucional que desea. Pero calcula que si su partido consigue 276 escaños y logra formar Gobierno, podrá buscar aliados en el Parlamento para poder reformar la Constitución tal y como desea el aspirante a sultán.
Erdogan no oculta sus ambiciones, ni su presidencia completamente anticonstitucional. Así lo declaró:
Hay un presidente [él] que tiene poder de facto, no simbólico, en el país. El presidente debe cumplir sus obligaciones para con la nación directamente, pero dentro de los márgenes de su autoridad. Se acepte o no, el sistema administrativo turco ha cambiado. Lo que habría que hacer ahora es actualizar esta situación de facto dentro del marco legal de la Constitución.
A lo que un destacado columnista turco, Ahmet Hakan, respondió: "Eso es prácticamente un golpe de estado".
El presidente turco está siguiendo un camino peligroso. No tiene límites a la hora de incumplir la Constitución, a la que tiene el deber de proteger. Se equivoca cuando dice: "Guste o no, el sistema administrativo turco ha cambiado". No lo ha hecho, aunque él esté tratando de modificarlo. Los artículos de la Constitución que regulan sus poderes son exactamente los mismos que para sus antecesores.
Fuad Kavur, un director y productor cinematográfico y de ópera mundialmente conocido que reside en Londres, escribió lo siguiente a este autor:
Ahora que la tapadera de Erdogan se ha descubierto, la gente ha empezado a verlo como lo que es: un animal herido que lucha por sobrevivir. Además, está tratando de eclipsar las elecciones legislativas; dice que lo que cuenta de verdad son las presidenciales... que ganó. Así pues, lo demás no importa: la gente lo eligió (...) el Parlamento es irrelevante (...).
Deberíamos ceñirnos precisamente a eso: 'decir' algo no significa que sea verdad. Aunque está empleando la misma técnica que el ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, que decía que si se repite lo suficientemente una mentira la gente acaba por creerla.
Lo cierto es que este hombre sufre una esquizofrenia paranoide en un estadio avanzado, está al margen de la realidad. El juego se ha terminado, pero él se niega a creerlo.
Es una pesadilla para los turcos, una negra página de nuestra historia, que está llegando a su fin. Pronto la nación despertará y se preguntará, como hicieron los alemanes en 1945, qué les hizo seguir a ese lunático perverso.
Pero no se equivoquen: al igual que Hitler, luchará hasta el último momento. De hecho, cuando caiga arrastrará a muchos consigo; hemos de asegurarnos de que no sea a todo el país.