El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha propuesto enmendar la Constitución para evitar que la Unión Europea asiente a los migrantes en Hungría sin la aprobación del Parlamento.
En un discurso el 4 de octubre, Orbán dijo que la enmienda se iba a presentar al Parlamento el día diez de ese mes y que, si se aprobaba, entraría en vigor el 8 de noviembre.
Los votantes húngaros rechazaron por abrumadora mayoría el plan obligatorio para la reubicación de los migrantes de la Unión Europea en un referéndum celebrado el 2 de octubre, pero la cifra no fue la suficiente para que el referéndum fuese legalmente vinculante.
Más del 97 % de los que votaron en el referéndum respondieron "no" a esta pregunta: "¿Quiere que la Unión Europea pueda decidir sin el consentimiento de la Asamblea Nacional sobre el asentamiento de ciudadanos no húngaros en Hungría?"
La participación, sin embargo, fue sólo del 40 %, muy por debajo del 50 % necesario para que el referéndum sea válido de acuerdo con la ley húngara.
Orbán ha sido un firme detractor del plan de la UE para reubicar a 160.000 "solicitantes de asilo" provenientes de Grecia e Italia. Según dicho plan, 1.294 migrantes serían trasladados a Hungría. La República Checa, Polonia y Eslovaquia, todos ellos países excomunistas, también se oponen al plan de la UE, del que dicen que es un "diktat de la UE" que infringe la soberanía nacional.
Aunque el referéndum ha sido invalidado, Orbán –cuyo partido euroescéptico, Fidesz, ha obtenido más apoyos que todos los partidos de la oposición sumados–, dijo que no cejaría en su empeño. Hablándoles a sus seguidores tras el cierre de las urnas, dijo:
La propuesta de la Unión Europea es dejar dentro a los migrantes y distribuirlos de manera obligatoria entre los Estados miembros y que Bruselas decida sobre su distribución. Los húngaros han tomado hoy esta propuesta en consideración y la han rechazado. Los húngaros han decidido que sólo los húngaros podemos decidir con quién queremos vivir. La pregunta era si "Bruselas o Budapest", y hemos decidido que este asunto es exclusivamente competencia de Budapest.
En un discurso en el Parlamento el 3 de octubre, Orbán celebró la votación como una "gran victoria", y reiteró sus planes de enmendar la Constitución húngara para asegurar que la UE no pueda asentar a migrantes en Hungría. Dijo:
Ningún partido o alianza de partidos en la historia de la democracia húngara ha recibido un mandato tan importante. Les estoy diciendo con bastante delicadeza que no vamos a dejar que se ignore la opinión de 3.300.00 personas que han votado "no".
[...] con la suficiente modestia y contención, he de decir que los húngaros hicieron historia ayer. Si es cierto que la historia la escriben los vencedores, entonces el voto por húngaro por el "no" obtuvo ayer una rotunda victoria.
En Bruselas, Margaritis Schinas, portavoz jefe de la Comisión Europea, el poderoso brazo administrativo de la Unión Europea, dijo que, con independencia del referéndum, la ley de la UE sigue teniendo prevalencia sobre la ley húngara. Dijo:
Sobre el referéndum, si hubiese sido legalmente válido, nuestra respuesta sería que tomaríamos nota de ello. Dado que fue declarado legalmente nulo por el comité electoral húngaro, ahora podemos decir, también, que tomamos nota de ello [...]. Uno de los principales puntales del sistema es la primacía de la ley de la UE.
La postura implacable de la UE, y la continua oposición de Orbán a ella, implica que la lucha intraeuropea sobre qué hacer con los cientos de miles de migrantes de África, Asia y Oriente Medio está lejos de terminar.
Unos 400.000 migrantes cruzaron Hungría en 2015 de camino hacia la Europa occidental. Desde entonces, Hungría ha construido vallas en sus fronteras con Serbia y Croacia, y ha cerrado efectivamente la llamada ruta de los Balcanes occidentales, que constituye la principal vía terrestre a través de la Europa oriental para los migrantes que entran en la UE desde Turquía vía Grecia y Bulgaria.
Protesta de migrantes en la estación ferroviaria de Keleti, Budapest (4 de septiembre de 2015). (Imagen: Mstyslav Chernov/Wikimedia Commons) |
Orbán, que ha surgido como el adalid de la oposición europea a la política migratoria de "puertas abiertas" de la canciller alemana, Angela Merkel, ha rechazado las críticas a las vallas. En un artículo el 11 de julio de este año en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, escribió:
En verano de 2015, desoyendo por completo la normativa europea, llegaron más de diez mil inmigrantes al día a la frontera húngaro-serbia. Esas personas ya habían estado en el territorio de otro Estado miembro: en territorio tanto de la UE como de la Zona Schengen. Puesto que es responsabilidad de los países en la Zona Schengen con frontera exterior garantizar el control del tránsito en dicha frontera exterior, Hungría no tuvo más remedio que levantar una barrera física. [...]
Alemania, y una considerable parte de la opinión pública alemana, fueron incapaces de comprender –y algunos siguen aún sin entenderlo– cómo Hungría, el país que había derribado el telón de acero, pudo recurrir a dicha medida. [...]
Comprendo que a la sociedad alemana, que durante décadas estuvo dividida por muros y alambradas, le desagrade la valla. Pero si alguien tiene la autoridad moral para explicarle esto a sus amigos alemanes, son sin duda los húngaros. Al fin y al cabo, fue Hungría la que eliminó el Telón de Acero que dividía a Europa –y al pueblo alemán– en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial [...].
En 1989, desmantelamos una valla que dividía a los pueblos de Europa. A principios de otoño de 2015, levantamos una valla en la "frontera verde" exterior de la Unión Europea y la Zona Schengen. Esto se hizo para salvaguardar el mayor logro de la Unión Europea: la libertad de movimiento dentro del área común del mercado interior. Esta libertad de movimiento está protegida por el Acuerdo de Schengen, de conformidad con las regulaciones europeas acordadas conjuntamente y ratificadas hace muchos años. En consecuencia, hemos estado protegiendo el estilo de vida y el modelo económico de la población europea, al menos en la sección de la frontera exterior europea de la que somos responsables. Y lo que es igual de fundamental: hemos estado protegiendo su seguridad. [...]
Cuando algunos escuchan comentarios como este, automáticamente reaccionan con acusaciones de populismo. Sin embargo, como diría Shakespeare, los populistas son los que llaman espada a una espada. Los húngaros llamamos a las cosas por su nombre. Es parte de nuestra naturaleza. No queremos distribuir la carga migratoria en Europa, sino que queremos eliminarla: queremos terminar con ella.
Orbán ha advertido varias veces de que los refugiados musulmanes están amenazando la identidad cristiana de Europa.
En una rueda de prensa tras su reunión con otros líderes europeos en Bruselas, Orbán dijo:
No queremos, y creo que tenemos derecho a decidir al respecto, un gran número de musulmanes en nuestro país. No queremos las consecuencias de tener un gran número de comunidades musulmanes que vemos en otros países, y no veo motivos para que nadie nos fuerce a crear formas de vivir juntos en Hungría que no queremos ver. Esta es una experiencia histórica para nosotros.
Orbán se estaba refiriendo a la ocupación turca otomana de 150 años en Hungría, que comenzó con el Asedio de Buda en 1541 y terminó con el Tratado de Karlowitz en 1699, cuando los otomanos cedieron Hungría a la Casa de Habsburgo.
La conquista otomana de Hungría comenzó en realidad en la Batalla de Mohács en 1526, cuando las fuerzas turcas, dirigidas por el sultán Solimán I destruyó al ejército húngaro y fragmentó el país. Unos 15.000 soldados húngaros murieron en la batalla y muchos de los que sobrevivieron fueron decapitados por las fuerzas turcas.
A lo largo del siglo y medio siguiente, las fuerzas otomanas que ocupaban Hungría saquearon la tierra y tomaron a más de un millón de húngaros como esclavos, según Paul Fregosi, autor de Jihad, la historia de la guerra santa musulmana contra los cristianos.
En un artículo publicado en el Frankfruter Allgemeine Zeitung el 3 de septiembre de 2015, Orbán escribió:
No olvidemos que quienes llegaron se habían educado en otra religión, y que representan una cultura radicalmente diferente. La mayoría de ellos no son cristianos, sino musulmanes. Esta es una cuestión importante, porque Europa y la identidad europea tienen su raíz en el cristianismo. ¿No es ya preocupante de por sí que el cristianismo europeo apenas pueda mantener la cristiandad de Europa? Si perdemos de vista esto, la idea de Europa podría convertirse en un interés de minorías en su propio continente.
El pasado 30 de septiembre, en un mitin en defensa del referéndum, Orbán dijo:
Estamos perdiendo nuestros valores europeos y nuestra identidad de la misma manera en que se hierven las ranas a fuego lento. Poco a poco habrá cada vez más musulmanes, simplemente, y Europa dejará de ser reconocible. Lo que hemos visto hasta ahora de la migración han sido sólo rondas de calentamiento. La verdadera batalla está por llegar.
Cuando se le preguntó si la UE podía imponerse sobre la ley húngara, Orbán contestó:
No me cabe en la cabeza que haya un Estado miembro de la comunidad democrática de Europa que diga claramente que no quiere algo y, después, en otra capital, intenten invalidarlo. Bruselas, por ejemplo. [...]
Creo que esto no tendría precedentes en la historia de la Unión Europea, así que no creo que se produzca una decisión como esa, una decisión que viola la democracia. Tengo una opinión mucho mejor de la Unión Europea.
Soeren Kern es analista de política europea para el Instituto Gatestone en Nueva York. Síguelo en Facebook y en Twitter. Su primer libro, Global Fire, estará a la venta en 2016.